En una jornada lluviosa y declarada festividad nacional, el nuevo emperador Naruhito de Japón protagonizó ayer en el Palacio Imperial de Tokio un acto solemne con el que se completan los principales fastos de llegada al Trono del Cristantemo, que heredó de su padre, Akihito, el pasado mayo.

El punto álgido de la ceremonia fue el descorrido de la cortina del trono, que desveló a un inmóvil Naruhito, ataviado con el traje ceremonial que sólo pueden vestir los emperadores y ante las profundas reverencias de los asistentes, llegados desde todo el mundo.

Sólo los miembros de la familia imperial pudieron seguir de cerca el acto, donde lució con esplendor el trono: octagonal y decorado con un dosel de 6.5 metros de altura con motivos animales, el cual se usa desde el Siglo VIII.