Metrópoli

Negocios en la Juárez reabren por necesidad: “Al final, habrá más muertos por hambre que por el virus”

En esta histórica colonia, desde negocios formales hasta puestos callejeros se ven obligados a trabajar ante la falta de dinero; algunos habían llegado a cerrar, mientras otros nunca pudieron siquiera planteárselo

Negocios en la Juárez reabren por necesidad: “Al final, habrá más muertos por hambre que por el virus”

Negocios en la Juárez reabren por necesidad: “Al final, habrá más muertos por hambre que por el virus”

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Un mes después de que México entrara en la fase dos de la pandemia por COVID-19, y apenas iniciando la fase 3, algunos negocios en la colonia Juárez, en el corazón de la Ciudad de México, están empezando a reabrir. La falta de ayudas y de ahorros que permitan mantener la persiana bajada es la razón principal, aunque a algunos les cuesta admitirlo.

Uno de estos negocios es la Tintorería Ito’s, ubicada en la esquina de la calle Versalles con Liverpool, que cerró sus puertas a finales de marzo. Esta semana, amanece abierta. “Es que no sabíamos si éramos negocio esencial o no, entonces cerramos en lo que el patrón checaba este asunto”, explica César, que me atiende un metro detrás del mostrador y lamenta que el negocio ha perdido entre un 85 y un 90 por ciento de la clientela.

A dos cuadras de allí, en la emblemática plaza Giordano Bruno, han regresado los mixiotes. Cerraron por la pandemia, pero “hay que trabajar”, se limita a explicar Nayely. La mujer explica que siguen viniendo sus cuatro días habituales (miércoles, viernes, sábado y domingo), “pero nos vamos a las tres, y traemos menos, porque no vale la pena traer la cantidad habitual”, agrega, con pesar. En ese momento solo hay un cliente, y el negocio ha caído alrededor del 80 por ciento, explican.

Frente al 7 Eleven de la esquina de Londres con Dinamarca se ubica un puesto de baguettes. Cerraron toda la Semana Santa, en parte por la pandemia, en parte por las fiestas, comenta Moisés, el joven que atiende allí. Junto a las baguettes hay dos puestos cerrados. Uno son unos tacos de birria, y el otro, jugos. “Los jugos intentaron abrir, poco después de cerrar, pero solo aguantaron tres días, vieron que el negocio no jalaba”, relata Moisés.

Mientras charlamos, llega su patrona, Alejandra, que ha lanzado un negocio de reparto de verduras a domicilio. “Hay un paquete preparado que está en 200 pesos, todo pesado y de calidad”, explica. “Nadie pide baguettes a domicilio, y esto está jalando más”, añade. Ahora, el cartel improvisado de las verduras convive con las baguettes.

Frente al Mercado Juárez, en la esquina entre Turín y Abraham González, se ubican los Tacos González. Nunca cerraron, asegura Marco Antonio, un joven risueño de tez rosácea y cabello claro. Su negocio también ha caído en hasta el 70 por ciento, pero “hay que sacar para la renta”, afirma, resignado. ¿Los microcréditos de 10 mil pesos del gobierno de la ciudad? “Quizás alcanzarían para la renta”, asegura, pero nada más. Al final, “la inmobiliaria no te espera, y aquí trabajamos al día, valedor”, explica el muchacho, sin dejar de atender a los dos clientes que esperan su paquete de comida económica: Hoy, espaguetis y milanesa.

Justo al lado hay una franquicia de la famosa heladería La Michoacana. Su patrón, Alfredo Castillo exclama: “Si el gobierno me da 100 mil pesos, ¡claro que cierro dos meses!” ¿Pero 10 mil? “Eso ni para la renta, alcanza”, refunfuña este hombre de cabello negro en media melena, espeso bigote y mirada dura. “La veterinaria y las carnes frías de aquí al lado ya se fueron”, relata; el problema venía de antes, pero esto fue demasiado. “Si seguimos así, no aguantará nadie. Al final va a morir más gente de hambre que por el virus”, sentencia Alfredo, con un comprensible mal humor que contrasta con el dulzor que tiene frente a sí.

Una vez dentro del mercado, encuentro a Choko, mi peluquero. Su local, revestido de madera de un color café claro, es uno de los más elegantes. “La clientela ha bajado un 50 por ciento”, explica este joven moreno, con barba y cabello bien recortados. Ha estrechado su horario, y muchas veces solo acude al mercado si hay citas previas, pero asegura que no se puede permitir cerrar. No es el único. A cambio de que no dé los detalles, explica que un amigo suyo opera otro negocio a escondidas. Tiene la persiana bajada, pero los clientes acceden al local a través de una puerta trasera que conecta con la entrada principal del edificio.

También en el mercado, Evelyn atiende un pequeño local de fotografía. En realidad no tiene abierto, aclara; sólo vino a imprimir unas cosas personales. “Cerré porque me enfermé”, explica. “De hecho, creo que fue por COVID-19, pero, aunque tenía casi todos los síntomas y mi doctor me dijo que debieron, no me hicieron la prueba y me diagnosticaron infección respiratoria”, asegura. Ahora ya se siente bien y cree estar recuperada, así que no usa mascarilla (me invade la duda: ¿estoy al metro y medio de distancia de rigor?). “Afortunadamente, alcancé a hacerme un colchón, unos 6 mil pesos, pero cuando se acabe, tendré que volver a abrir”, lamenta. “Mientras tanto, le seguimos añadiendo agua a los frijoles”, agrega, sin perder la sonrisa.