Opinión

Ni limpias ni negras, ensangrentadas

Ni limpias ni negras, ensangrentadas

Ni limpias ni negras, ensangrentadas

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

No está sólo el Presidente López Obrador en su actitud de denunciar la corrupción sin mencionar por nombre y apellidos a los responsables, ni menos aún promover la aplicación de la ley para sancionarlos. Lo acompaña Felipe Calderón Hinojosa.

Sólo horas antes de que un muy despistado policía federal lo propusiera para representante sindical del grupo de inconformes de la Policía Federal (PF), el expresidente dio prueba si no de prevaricación —ya no tiene cargo alguno—, sí de total ausencia de noción de civismo y valor personal.

Y de que comparte la impresión del actual Presidente respecto a aquella corporación, consistente en que la misma “se echó a perder” y destila corrupción.

Calderón declaró que a partir del gobierno de Enrique Peña Nieto dentro de la PF “fueron operando otros valores, que el gobierno compartía, que yo no comparto, entre ellos la corrupción, la connivencia, los arreglitos, en algunos casos con la criminalidad, y eso deterioró al cuerpo policiaco”.

Ninguna revelación entraña el señalamiento de esta situación de deterioro y podredumbre, la cual ha podido notar hasta el más desprevenido de los observadores. Pero no le va bien denunciarla, ¡siete años después de que según él inició!, a quien fue Presidente de la República e inmediato antecesor del mandatario a quien ahora acusa.

Si alguien se pregunta, ¿qué hizo Calderón a partir del 30 de noviembre de 2012 —cuando dejó el poder— para contribuir a frenar el deterioro de una corporación cuya formación ha costado una montaña de oro a los mexicanos?, la respuesta es nada.

¡Ni siquiera tuvo la iniciativa de dar la voz de alerta, hacer una denuncia política, pública, acerca de lo que en su percepción estaba sucediendo en la PF!

Desde esa posición de nulo sentido de la responsabilidad pública y el valor civil, el Presidente que inició la guerra contra el narcotráfico y es el principal culpable de la violencia que vive el país, critica a diario la estrategia contra la inseguridad. Se necesita cinismo.

El presidente del Senado, Martí Batres, le puso cifras, conservadoras e irrebatibles, a esa culpa: “Cuando empezó el sexenio de Felipe Calderón había 8 mil homicidios al año, cuando terminó había 27 mil homicidios al año”.

Durante su campaña el exmandatario de extracción panista hizo de la muy personal apreciación de sus manos un lema para captar votos: “Las manos limpias”.

Este jueves, luego de que fue candidateado para líder sindical, Alfonso Durazo sugirió que  la nominación del michoacano corrobora lo dicho por el Presidente, en el sentido de que “hay mano negra” detrás del movimiento de federales.

Ni una cosa ni la otra, ni manos limpias ni mano negra. Si se repara en que durante el  calderonato la cifra total de muertos rondó los 100 mil y prueba lo fallido de la estrategia contra la delincuencia, y si se atiende a la responsabilidad institucional que al Jefe del Estado atañe en lo bueno y lo malo ocurrido durante su sexenio, la conclusión es unívoca: Calderón tiene las manos manchadas de sangre.

Lo dicho: Se necesita descaro para, con semejantes antecedentes, andar por la vida pontificando y dando cátedra acerca de cómo debe ser acometido el problema de la delincuencia y cómo resolver un conflicto policiaco.

También se necesita estar muy necesitado de liderazgo para proponer —como desde las nebulosas hizo el federal despistado— que abandere un gremio alguien que tiene de éste un pésimo concepto y la convicción de que en él campean la ­corrupción, la connivencia y los arreglitos con criminales.

Vale preguntar: ¿quiénes eran los corruptos dentro de la PF en tiempos de Peña Nieto? ¿Con respecto a cuáles hechos entraron en connivencia la corporación, sus funcionarios o empleados? ¿Cuáles arreglitos con criminales conoce el expresidente? ¿Incurre en encubrimiento u otra conducta punible al no decirles a las autoridades lo sabe?

La maniobra es clara. Ansioso de ­resurrección política y de reelección en cuerpo ajeno, de preferencia el de su cónyuge, el michoacano está muy activo en las redes sociales y espacios periodísticos de parientes, amigos y compadres por simple interés electorero, en previsión de que reciba registro como partido el membrete que promueve.

Si el expresidente se instaló en la indolencia y la cobardía, el Presidente de turno no se cansa de hablar a diario de la inconmensurable corrupción que heredó; pero de cuyos responsables nada sabe el común de los mexicanos, excepto que se hallan ­inalcanzables para la justicia con tácita pero plena anuencia presidencial.

Irrita al tabasqueño que se le compare con quienes le antecedieron en el cargo,  en especial con Carlos Salinas de Gortari. Ni modo. La táctica de hablar a toda hora de corrupción, pero sin atrapar a ningún pez gordo, irremediablemente lo hermana con Calderón.

De la policía creada por Ernesto Zedillo y presentada por sus sucesivos jefes como un cuerpo de élite, ultracompetente y punto menos que inmaculado —la realidad es enteramente diferente— López Obrador ha dicho de todo.

Las expresiones presidenciales, sin embargo, no inquietan ni en lo más mínimo ya no digamos a los expresidentes Fox, Calderón y Peña, sino ni siquiera a quienes fueron directamente responsables de esa corporación en sus sucesivas metamorfosis: Genaro García Luna, Facundo Rosas, Enrique Galindo, Manelich Castilla.

En la celebración del primer aniversario de su triunfo electoral el Presidente dijo que su gobierno ha cumplido 78 de 100 compromisos iniciales. El ciudadano común tiene otros datos. Porque en la lista de los cumplidos la lucha contra la impunidad está en rojo.

Confió también el Jefe del Estado en que a finales del presente año “terminaremos de arrancar de raíz a régimen corrupto” que le antecedió. Suena bien. Pero no se antoja buen camino rumbo a tal objetivo el dejar sin sanción a los peces gordos de la corrupción.

Los ciudadanos requieren menos clases de etimología para conocer el origen y el significado de la palabra cleptomanía, que —intuyen— consiste, en efecto, en la “propensión morbosa al hurto” o en un “trastorno mental caracterizado por una inclinación o impulso obsesivo a robar”.

Lo que se demanda, clamorosamente, es castigo ejemplar a los cleptómanos en fase terminal que han hecho un botín del Estado. Y de eso aún nada.

Aurelio Ramos Méndez

Aureramos@cronica.com.mx