Opinión

Ningún aval al fanatismo

Ningún aval al fanatismo

Ningún aval al fanatismo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Esta frase aparece en una carta a la Congregación Hebrea de Newport que el primer presidente de ese país, George ­Washington, escribió en 1790. Traicionando estos principios, Donald Trump presentó en febrero pasado un plan que ha denominado: El Acuerdo del Siglo, en el que respalda los intereses de Israel habilitando al primer ministro Benjamín Netanyahu para extender su soberanía sobre un 30% de Cisjordania.

Dicho plan hace peligrar el futuro del Estado Palestino al ofrecer a las autoridades de este pueblo una hoja de ruta plagada de tantas limitaciones que literalmente hacen imposible el establecimiento de un Estado propio. A pesar de que existe un gran rechazo por parte de la comunidad internacional a dicho planteamiento, el gobierno de Israel descarta eliminar los asentamientos judíos existentes e insiste en el reconocimiento de Jerusalén como capital única de Israel. Tal propuesta unilateral —que tiene por fundamento poner fin a 70 años de conflicto — en los hechos polariza a la región, pone en peligro la precaria paz y otorga oxigeno político a Netanyahu, un gobernante acusado reiteradamente de corrupción.

Es necesario recordar que en agosto de 1897 se realizó en Suiza, el Primer Congreso Sionista Mundial, en el que participó el intelectual húngaro Theodor Herzl, considerado el fundador del sionismo moderno. En su obra El Estado Judío, propone como única solución al antisemitismo racista que se difundía rápidamente en Europa, la creación de un Estado independiente para todos los judíos esparcidos por el mundo. Concibió al sionismo como una especie de nacionalismo judío orientado a garantizar la creación de un Estado propio bajo la bandera del “movimiento de liberación nacional del pueblo judío”.

Resaltando la afirmación de que muchos hebreos no se sienten una minoría religiosa sino una nación, el sionismo considera que los problemas del pueblo judío sólo podrán resolverse con la autonomía e independencia respecto de otros países. Se concibe como el medio a través del cual los judíos impulsan su acción política para la creación del Estado hebreo.

Existe un sionismo ortodoxo que da vida a un fundamentalismo político, que ve en la creación de Israel el inicio del tiempo mesiánico con el que se interpretan acontecimientos, por ejemplo la Guerra de los Seis Días, como señales que lo confirman y que considera a Jerusalén su capital única e indivisible.

El sistema político israelí representa una peculiar democracia étnica, que sólo se consolidará abandonando su estrategia de Territorios Ocupados. Sin embargo, debe renunciar al sionismo radical en favor de un caleidoscopio multicultural. O también puede renunciar a la democracia, acentuando el nexo entre expansionismo geopolítico y fundamentalismo.

Israel no puede convertirse en un factor de inestabilidad en el Medio Oriente, siempre dispuesto a las armas con tal de evitar la pesadilla de las persecuciones. El pragmatismo de Netanyahu refleja la convicción de que Israel está legitimado no por el Holocausto, sino por David. Por ello, el pueblo y las fuerzas democráticas de ese país deben evitar que el viejo antisemitismo se transforme en un nuevo antisionismo.

Israel es el único Estado del mundo que no desea fijar de manera definitiva sus confines y que se ofrece como refugio para todos los hebreos, aunque más de la mitad de ellos aún permanece en la diáspora.

isidroh.cisneros@gmail.com
Twitter: @isidrohcisneros
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