Cultura

No hay lenguas ni comunidades donde no haya malas palabras: Concepción Company

En video-conferencia, Concepción Company habló de la relación entre gramática, cultura e identidad desde el mundo de los insultos y las malas palabras.

En video-conferencia, Concepción Company habló de la relación entre gramática, cultura e identidad desde el mundo de los insultos y las malas palabras.

No hay lenguas ni comunidades donde no haya malas palabras: Concepción Company

No hay lenguas ni comunidades donde no haya malas palabras: Concepción Company

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Durante la video-conferencia Las descortesías de ayer, hoy y siempre, en El Colegio Nacional sobre cómo la gramática refleja hechos culturales importantes en la construcción histórica de México, la filóloga e investigadora, Concepción Company Company, habló de la relación entre gramática, cultura e identidad desde el mundo de los insultos y las malas palabras.

En las más de 6 mil lenguas inventariadas no existen lenguas ni comunidades, por pequeñas que sean, estén donde estén, que no tengan insultos ni malas palabras: son necesidades cognitivas psicológicas, dijo Company.

La investigadora miembro de El Colegio Nacional explicó que los insultos y las palabras pertenecen a una zona de lo socialmente prohibido del habla y al enunciarlas los individuos se atienen a consecuencias como ser echados del trabajo o espacio público, perder amistades y contactos o incluso denuncias por injurias y descortesías graves.

Apuntó que si bien los mecanismos del insulto y las malas palabras son similares, puesto que ambos son actos ilocutivos del habla, difieren en varios aspectos.

Por un lado, un insulto es un proceso de inter-subjetivización, una interacción con el otro que busca ofender. Lingüísticamente no hay marcha atrás (“lo dicho dicho”) y siempre hay intencionalidad. “Históricamente los insultos se pagan con reparaciones extralingüísticas, como multas por decir ‘puto’ en un estadio”, ejemplificó.

Por el contrario, las malas palabras pertenecen al mundo de la subjetivización, del yo (ego). Expresan sentimientos, sorpresas, no son interactivos y no buscan ofender. “Me pueden calificar a mí –de vulgar- pero no hay reparación extralingüística de daño”, agregó.

Asimismo, Company observó que todas las lenguas tienen zonas lingüísticas tabú, socialmente marcadas como prohibidas, poco correctas, obscenas y vulgares.

Señaló que es totalmente arbitrario cómo una comunidad decide lo que es prohibido, sin embargo, hay temas universalmente asociados a zonas cognitivas centrales importantes, esenciales del ser humano e importantes por lo tanto para esa cultura. Por ello, las zonas lingüísticas tabú suelen estar asociadas a sexo, muerte, escatología, religión y asuntos de identidad como el nombre propio, etc.

“Los insultos son difíciles de documentar porque es el mundo de la impunidad, de la gran coloquialidad y descargas expresivas, no es el mundo del control formal y culto de la Lengua. La paradoja es que cuánto mayor ausencia de documentación tiene una forma, pensamos que es más tabú en esas coordenadas temporales y geográficas”, añadió.

Destacó, además, que muchos insultos con el tiempo se convierten en piropos, como la palabra “perro”, que fue uno de los peores insultos hasta el siglo XIX pero ahora se puede usar de manera positiva, y en el español mexicano actual podemos hacer piropos diciendo que alguien es “muy perro” para alguna materia. Lo mismo sucede con la expresión “cabrón/a”, entre otras.

EL TABÚ DE MÉXICO. Company recalcó que la palabra “culo", desde sus primeras documentaciones, es tabú en México, pues está asociada al órgano con el que se ejerce la homosexualidad masculina: “el gran insulto es 'puto', el gran tabú es 'culo'".

Como consecuencia de que no podemos tener “culo” en México, se utilizan eufemismos como ‘cilantro’ en vez de ‘culantro’ y ‘hacer del 2’ para defecar.

Otra consecuencia es que no somos una cultura escatológica como sí lo es España, Argentina, el Caribe o Uruguay, porque no tenemos la posibilidad de nombrar el ano: no “nos cagamos” en nadie, ni existen los insultos “come mierda”, porque en caso de usarlos no hay efecto de cooperación, aunque este imaginario empieza a moverse socialmente entre jóvenes y empieza a documentarse en redes, más que en literatura.

La académica reiteró que la Lengua es espejo de visión de mundo y cultura de un pueblo. Si ‘culo’ es el gran tabú, se constata que México no es cultura escatológica porque carece del órgano para realizar la actividad de defecar, y que al mismo tiempo se tiene pavor social a la homosexualidad, degradada como gran insulto (ej: “puto, joto, culero”).

“Si a este pavor a la homosexualidad, se le suma el machismo profundo -que se ve, se constata y se documenta- resulta que los hombres se insultan en femenino -´puta’, ‘perra’- y la degradación máxima que un hombre puede hacer a otro hombre es tratarlo como mujer. Para cambiar la lengua hay que cambiar la sociedad antes, y se requiere educar, educar, educar a todos en el respeto para generar sociedades tolerantes a las minorías”, concluyó.