Opinión

No pasa nada. El nuevo decálogo

No pasa nada. El nuevo decálogo

No pasa nada. El nuevo decálogo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Una política pública de comunicación social exitosa de un gobierno o una institución pública consiste en difundir con veracidad las acciones de las organizaciones y sus resultados, con la finalidad de rendir cuentas y mejorar la gestión a partir del debate racional abierto y democrático.

Se atribuye a Goebbles la frase de “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Esta idea hay que matizarla. Un convencimiento de algo falso sólo es una ilusión de verdad que suelen sustentarse en miedos, odios e inseguridades de las personas y las colectividades. La propaganda tiene un impacto inmediatista en la acción social orientada a la destrucción o el desplazamiento del otro, pero carece de fuerza constructiva en el largo plazo.

Ambas pueden coexistir en la medida que la primera no asuma la estrategia goebbeliana, cínica y criminal, que oculta sistemáticamente la verdad o utiliza verdades a medias para construir ilusiones sociales que acaban en la destrucción o el empobrecimiento sociales como sucedió con la derrota del nacionalsocialismo o el derrumbamiento del mundo soviético con la caída del muro de Berlín.

La propaganda es una forma legítima de la búsqueda de la confianza ciudadana en los procesos electorales y utiliza la mercadotecnia política para la difusión masiva de los proyectos gubernamentales y partidistas. El sesgo de la información siempre es favorable para quien la utiliza y desfavorable para el oponente-adversario (campañas negras).

Sin embargo, el abuso de la propaganda lentamente afecta la credibilidad de los gobiernos que, en contraste con lo que sucedía en los Estados cerrados-autoritarios, requieren que haya resultados tangibles en el corto y mediano plazos como forma de legitimación ante una ciudadanía que es cada día más exigente y demandante.

La comunicación social profesional y objetiva genera confianza en las instituciones, que sin bien no es la vía para llevar a cabo cambios radicales, en contraste, establece canales abiertos de mutua influencia entre las autoridades, la sociedad en su conjunto y las personas que da certeza a la acción gubernamental y que se conozcan los resultados medibles de los programas, en especial, los sociales.

El “no pasa nada” a pesar de los cerca de 40 mil muertos por el COVID 19 y las evidencias de la crisis económica que se profundizó por la emergencia sanitaria sólo se sostiene en la popularidad del Presidente, quien utiliza su bonos de credibilidad, para justificar la estrategia del gobierno federal de los últimos tres meses, que se aleja y acerca a la de los gobernadores, dependiendo la afiliación partidistas o las giras presidenciales.

El uso de decálogos políticos es “efectivista” y suele tener un impacto inmediato, pero su vaguedad y abstracción tiene dos efectos adversos: crea expectativas difusas de resultados en la población que no son medibles y desplaza a una rendición de cuentas racional con lo que la lucha política se mueve a lo ideológico que suele ser intolerante y excluyente, con la óptica de quien no está conmigo está en mi contra.

La confianza de la ciudadanía en un gobierno se construye con base en liderazgos cercanos a los intereses populares mediante un uso de mitos sociales e historia compartida. El Presidente López Obrador ha sido hábil en crear una imagen política con amplia credibilidad.

Sin embargo, la propaganda sin sustento en datos verificables rápidamente se puede convertir en derrota electoral en una democracia. La afirmación de que no pasa nada o que la pandemia está domada sin cifras que la avalen es insostenible con un decálogo con frases huecas. El exceso en la propaganda creando verdades ilusorias se paga, en el mediano plazo, caro en las urnas. Vale.

Socio Director de Sideris, Consultoría Legal
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