Opinión

Nuestro hombre en Managua

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Un mexicano, nacido en El Rosario, Sinaloa, en 1940, fue uno de los dirigentes máximos del Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua: el comandante Víctor Tirado López, uno de las nueve cabezas del FSLN al triunfo de su revolución en 1979. Hoy, con 81 años de edad, en el retiro, visiblemente senil, es el único de los personajes históricos del sandinismo que respalda a la dictadura de Daniel Ortega.

Su hijo, Andrés Tirado, asegura que su padre ha sido manipulado por el tirano. En los últimos tres años las intervenciones de Víctor Tirado en actos públicos, compartiendo el presidio con Daniel Ortega, lo mismo que las entrevistas que le han realizado los medios oficiales, reflejan el deterioro de sus facultades mentales, pero también ratifican que –extraviado o no– nuestro mexicano en Nicaragua apoya al régimen represivo de Managua. Lo cierto es que la utilización artera de la figura del comandante Tirado es un gesto más de la desesperación y el aislamiento político de Daniel Ortega, una señal de que sus días en el poder están contados.

Otros de los nueve comandantes del FSLN que aún sobreviven, Bayardo Arce, Henry Ruiz, Jaime Wheelock, Bayardo Arce, e incluso Humberto Ortega –el hermano del dictador que fuera por una década ministro de defensa en la Nicaragua sandinista–, se han deslindado de las acciones autoritarias de Daniel Ortega. No así el mexicano del grupo, aunque hace una década –todavía en la plenitud de sus facultades– se sumó al Movimiento Renovador Sandinista (MRS), una organización política que se deslindó del tirano y de su esposa.

A finales de la década de los 50 Víctor Tirado López se incorporó, junto con su hermano Manlio Tirado, a una celular del Partido Comunista Mexicano en Hermosillo, Sonora. En 1963, reclutado por Carlos Fonseca, viajó a Nicaragua como uno de los fundadores del FSLN, mientras que su hermano comenzó una larga trayectoria periodística que tuvo su mayor auge en la década de los ochentas y noventas como corresponsal del periódico Excélsior en Nicaragua.

Víctor Tirado recibió entrenamiento militar en Cuba, fue expulsado de Nicaragua en más de una ocasión, pero regresó en la clandestinidad y participó por espacio de tres lustros en la consolidación de la rebelión armada sandinista como un representante de la corriente “tercerista”, de la que formaban a su vez parte Daniel y Humberto Ortega y que, paradójicamente, era de las tres tendencias la más moderada.

En marzo de 1979, ante la inminencia del triunfo revolucionario, las tres corrientes sandinistas firmaron un pacto de unidad de la que surgieron los nueve comandantes históricos. Tras la caída de Anastasio Somoza y el triunfo Sandinista, Víctor Tirado fue uno de los pocos comandantes que no tuvo un cargo ministerial. En la década que permanecieron el poder participó activamente en la articulación de las organizaciones campesinas y obreras aliadas del FSLN, y a diferencia de otros de sus colegas, no se le sabe que se haya enriquecido groseramente, como otros de sus compañeros de lucha.

En 1987 la Universidad de Sinaloa público un volumen titulado “La revolución Popular” que recogía algunos discursos de Víctor Tirado. Lo consideraban entonces un hijo pródigo de la izquierda mexicana. En uno de esos textos mencionó: “Últimamente se ha venido discutiendo qué es la democracia en Nicaragua. Unos dicen que vamos hacia el totalitarismo, si cerramos un medio de comunicación o si expulsamos a un sacerdote del país…”. Esto lo escribía en 1986 al inaugurar un congreso latinoamericano de sociología en Managua. Arteras, dolorosas y proféticas palabras de nuestro mexicano en Managua.

También escribió en aquel tiempo: “Nuestra democracia incluye el multipartidismo, no el partido único ni el partido que se impone por la fuerza, sino el partido que gobierna por consenso, con amplio apoyo popular y que se impone por la fuerza de la razón”.

“Hay quienes quisieron borrar el sandinismo de un plumazo, silenciar su nombre, de la misma forma que los Somoza trataron, inútilmente, de hacer olvidar el nombre de Sandino”. Esta afirmación hoy le queda, con todas sus letras, al dictador Ortega.

A finales de los años ochenta, un sobrino del comandante Víctor Tirado, el economista mexicano Ramón Tirado Jiménez —hijo del periodista Manlio Tirado— fue un cercano amigo en mi juventud y compañero en nuestras primeras incursiones en la prensa como articulistas del periódico El Día. Murió de manera prematura en 2003 a consecuencia de un paro cardiaco. Antes de morir Ramón ya era un crítico acérrimo de Daniel Ortega y de esa gran decepción generacional que fue la revolución sandinista. En su memoria escribo estas líneas.