Opinión

Nuevo spanglish

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

A quien piense que nuestro idioma incorpora cambios útiles y que los neologismos, antes de reflejarse en normas, tuvieron una práctica necesaria de carácter utilitario, lo reto a descifrar este párrafo infernal de Natan Valencia: “El metatag ‘keywords’ ya no sirve. Aunque no hace daño, se ha usado tanto para spamear a los motores de búsqueda que Google ya casi ni lo mira. En su lugar debes cuidar el Title y Description: Pocas Keywords, al principio del Title si puede ser, y no repetir ni Title ni Description en ninguna página del dominio. El Description además es usado muchas veces para mostrar el resumen en los resultados de búsqueda. NOTA: El plugin All-in-one SEO te permite configurar el tag Keywords y el Title. El WordPress SEO by Yoast permite configurar el Title y Description.”

Si analizamos ese fragmento, podemos apreciar que el autor además de ser un incompetente en el uso de su lengua madre, es un alegre analfabeto funcional. Ojalá el fenómeno del lenguaje tecnokitsch quedara circunscrito a dominios perezosos y subordinados a su deleznable dependencia tecnológica como la mercadotecnia y algunas ingenierías; por desgracia no es así. Ya he comentado varias veces que se trata de una plaga usada por un número cada vez más amplio de profesionistas que incorporan en su lenguaje diario verbos como resetear, escalar (como sinónimo de aumentar), reenviar, o googlear.

Esta abulia también es el resultado de la mala traducción que, con encomiables excepciones, se practica en nuestro país. Es decir, los traductores, que podrían ser un eficaz filtro para evitar la invasión de neologismos y barbarismos innecesarios, están desempeñando un papel lamentable. ¿Por qué se traduce mal en México? En primer lugar, porque es una profesión con mala paga, se trata de una condena que padecen muchos oficios y profesiones del sistema editorial. Aun así, hay traductores que cobran bien y traducen mal. ¿Por qué? ¿Siempre fue así?

Los mexicanos, en lugar de recurrir a esa costumbre clasista de dejar en casa a la parentela con defectos, se dan vuelo con palabrejas abominables y las lucen en artículos técnicos, currícula vitarum y hasta en conversaciones de café porque aquí se padece un prejuicio ancestral basado en un razonamiento poco claro: a mayor empleo de una jerga tecnofílica, más impresión en lectores o escuchas villamelones de que el autor es experto en su tema. Suena “fashion”, dirían.

Si el uso de estas baratijas estuviera aparejado de una correcta articulación de nuestro idioma, no habría problema. Pero quien abusa del lenguaje tecnofílico revela por lo regular una pobreza en el empleo de su lengua madre.

El problema de la traducción en México es, como advierte Adolfo Castañón, un problema cultural. Lo cito: “El conjunto de las habilidades lectoras y redactoras de los grandes núcleos de población se ha visto disminuido en forma drástica”. En este escenario, quien pierde es el idioma y el país consumidor de recursos tecnológicos. El spanglish de ayer, más ligado a las relaciones entre los pueblos fronterizos y arraigado a la cultura chicana, no tiene nada que ver con el spanglish de la mercadotecnia global.

En la actualidad es factible darle más valor al spanglish fronterizo que a la abominable jerga tecnofílica. “Aparcar la troca”, “Pusharle al botón”, “Invitar el lonche”, son oraciones que incluso podemos encontrar en entornos culturales como el literario o cinematográfico. Esto se entiende porque hay una cultura chicana de hondas raíces binacionales.

El spanglish tecnofílico implica una derrota cultural. No hay un mínimo esfuerzo intelectual. Demostrar competencias en el uso de herramientas digitales parece ser condición de cero obligatoriedad en el cuidado y cultivo del español. ¿Cómo llegamos a esto? Quizá valdría la pena rescatar de nuevo unas líneas del maestro Adolfo Castañón: “Un hecho común en las pruebas o exámenes de traducción es que los candidatos reprueban […] por falta de dominio de la lengua materna —aunque en apariencia conozcan en forma aceptable el idioma extranjero—. Cuando se analizan de cerca las cosas, el resultado no deja de ser paradójico: los candidatos no conocen ni una ni otra lengua.”

Una respuesta conformista a este fenómeno es que la digitalidad (entendida como la práctica de técnicas a través de dispositivos binarios, muchos de ellos conectados en red) está abarcando una nueva forma de comunicación en la que los idiomas se fusionan con el predominio de los vocablos de quienes producen la tecnología. Esta misma anomalía la padecen otros idiomas como el portugués, por ejemplo.

La incorporación generalizada de signos, contracciones y otras formas derivadas de la comunicación de la mensajería instantánea, estaría implicando el paso a formas de comunicación más “democráticas” o populares. Tengo amigos tan entusiastas que equiparan este cambio al que se experimentó entre el latín culto y las lenguas vernáculas que saltaron al papel gracias a la imprenta. Y, bueno, para no parecer desadaptado, quizá, valdría la pena terminar así:   : (

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