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Odisea de una vacuna, o de cómo la viruela desapareció de México

Si algo bueno tuvo el reinado de Carlos IV de España, fue acceder y apoyar la iniciativa del médico personal del mo-narca, Francisco Javier Balmis, quien encabezó la primera campaña de vacunación de alcances globales, destinada a frenar las epidemias de viruela. En erradicar la enfermedad de lo que era Nueva España y luego se volvió México, se invirtieron años de esfuerzo y la existencia de médicos y funcionarios. Solo de esa manera, aquella enfermedad aterradora dejó de formar parte de la vida cotidiana.

Si algo bueno tuvo el reinado de Carlos IV de España, fue acceder y apoyar la iniciativa del médico personal del mo-narca, Francisco Javier Balmis, quien encabezó la primera campaña de vacunación de alcances globales, destinada a frenar las epidemias de viruela. En erradicar la enfermedad de lo que era Nueva España y luego se volvió México, se invirtieron años de esfuerzo y la existencia de médicos y funcionarios. Solo de esa manera, aquella enfermedad aterradora dejó de formar parte de la vida cotidiana.

Odisea de una vacuna, o de cómo la viruela desapareció de México

Odisea de una vacuna, o de cómo la viruela desapareció de México

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Desde que la viruela llegó a estas tierras, a bordo de los barcos que trajeron a Pánfilo de Narváez, cambió la vida, para mal. Se tiene noticia de la enorme e imparable mortandad que el padecimiento sembró entre los indígenas. Debió ser una muerte aterradora la de aquellos primeros enfermos, atenazados por la dolencia, cierto, pero también por la incertidumbre y el miedo: no alcanzaban a entender qué era eso que los estaba matando.

Durante siglos, la viruela estuvo en la vida diaria de los novohispanos, del mismo modo que ocurría en Europa. No era raro que, quienes sobrevivían, quedasen “picados de viruela”, es decir, con las marcas de las pústulas en el cuerpo y en el rostro. Se tiene noticia de diversos brotes epidémicos de viruela, a lo largo de los trescientos años de virreinato: en Yucatán, en el siglo XVII; en Puebla, un par de ocasiones a fines del siglo XVI. Varias veces en Oaxaca, en los siglos XVI y XVIII. En lo que hoy es Sinaloa también se registró un brote, a fines del siglo XVI. Desde luego en la ciudad de México los tres siglos de virreinato, hubo casos de viruela.

En el siglo XVIII, los cronistas de la orden jesuita, encargados de las misiones establecidas en California, dieron cuenta de varios brotes de viruela: uno especialmente intenso en 1729, en la misión de San Ignacio. Muchos años después, Francisco Javier Clavijero recordaría la epidemia, de mucha intensidad, ocurrida entre 1709 y 1710, en la misión de Loreto. A fines del siglo XVIII, hubo un año funesto para todo el reino: en 1796, coincidió una epidemia de viruela que abarcó varias regiones, con una dura sequía que sumó el hambre a la enfermedad.

En 1797, ya se sabía en la Nueva España de los trabajos del inglés Edward Jenner acerca de sus procedimientos de inoculación para combatir el contagio de viruela. Ese año, el virrey Marqués de Branciforte dio a conocer, el 28 de febrero, un edicto con las disposiciones para frenar la proliferación de la viruela en el reino: antes que otra cosa, era necesario aislar los primeros casos que se detectaran. En segundo término, quienes murieran a consecuencia de la enfermedad, tendrían que ser sepultados en cementerios alejados de las poblaciones.

Ahora que se debate y se discute en torno a la dureza de las medidas de aislamiento, resulta interesante pensar que el virrey Branciforte ordenó cortar toda comunicación con las poblaciones que fueran afectadas por la viruela. Como buen virrey moderno, además dispuso que se aplicara el procedimiento de inoculación, es decir, lo que llamaríamos una estrategia muy temprana de vacunación, que solamente podría aplicarse si la gente accedía a recibirla. Aunque importante, esta práctica fue limitada, pero con algunos casos de éxito.

Si lo vemos a nivel internacional, el marqués de Branciforte —cuyo otro mérito esencial fue iniciar el proceso que culminó con la fabricación de nuestro famoso Caballito— estaba al día en materia de combate a la viruela. Sus disposiciones fueron dictadas en 1797 y se remitían a muchos experimentos de inoculación, que habían empezado a hacerse en Europa en la segunda década del siglo XVIII. El procedimiento del inglés Jenner, del cual se derivó la vacuna contra la viruela que se generalizaría en todo el mundo, se aplicaría poco después en este continente: En julio de 1800, Benjamin Waterhouse, que fue el primer profesor de teoría y práctica de la medicina en la universidad de Harvard, inoculó a su hijo, según el procedimiento de Jenner. Daniel Oliver Waterhouse fue la primera persona vacunada en América.

La vacuna tardaría cinco años en llegar a la América española.

LA ODISEA DEL DOCTOR BALMIS. Del mismo modo que el marqués de Branciforte estaba al pendiente de los procedimientos para prevenir el contagio de la viruela, el médico del rey Carlos IV de España, Javier Balmis, como buen científico del siglo de la Ilustración, había seguido con mucha atención el éxito de los trabajos de Jenner. Tan urgente era poner fin a las sistemáticas epidemias de viruela que Balmis aplicó sus esfuerzos para organizar una campaña global de vacunación que implicaba visitar toda la América española.

Balmis no fue el primero en traer la vacuna a América, ¿Entonces, cuál fue su mérito? Unificar en un solo procedimiento los esfuerzos, que hoy llamaríamos preventivos, y convencer a la corona de que era necesario llevarlo a todos los virreinatos americanos. Eso, en el lenguaje del siglo XXI, equivale a la creación de una política pública, una estrategia de salud pública.

Así, el doctor Balmis inició la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Eran los últimos meses de. Llevaba a bordo a una veintena de chicos huérfanos, a los que, a medida que avanzaba el viaje, fue inoculando con la vacuna, para “mantener vivo” el virus benigno. Lo acompañaba, para hacerse cargo de los chicos, la directora del hospicio del que provenían los muchachos. Se llamaba Isabel de Cendala y Gómez, y, aunque, originalmente ella llegaría solamente a la Nueva España, participó de la expedición hasta las Filipinas, porque se encargó del cuidado de una veintena de niños, huérfanos novohispanos, seleccionados por Balmis, para que llevaran al Oriente, con el mismo procedimiento de inoculación, la vacuna, en lo que fue la segunda etapa de la expedición.

DISGUSTOS Y PLEITOS: LA POLÍTICA Y LA VACUNA. Como puede verse hasta la fecha, las estrategias de vacunación y prevención de las enfermedades infecciosas, nunca dejan de provocar polémica. La expedición de Balmis, por provenir de la autoridad real, también fue causa de enfrentamientos. Al médico español, que tenía un auténtico orgullo por ser enviado de la corona, no le hizo ninguna gracia encontrarse, al llegar a Cuba, con que allí ya se había establecido una estrategia de vacunación que parecía funcionar bien; al tocar el puerto de Veracruz, en la Nueva España, se encontró en similares condiciones, y para colmo, nunca pudo entenderse con el virrey Iturrigaray.

No obstante, y después de muchas discusiones, pudo vacunar al virrey y a su hijo. La ciudad de México era uno de los puntos esenciales para la aplicación de la vacuna, pues de la capital novohispana partieron las misiones que llevaron el cultivo a sitios tan remotos como Texas, y, en la California, San Francisco y San Diego. Otra misión, desprendida de la de Balmis, y capitaneada por el médico José Salvany, recorrió toda América del Sur.

De esa manera, la vacuna contra la viruela se convirtió en parte de la vida de los novohispanos. En la capital, se aplicaba en la parroquia de San Miguel —que aún existe a unas pocas cuadras del Zócalo— y cada semana se publicaba un informe con la cantidad de personas inoculadas. Pasarían los años; la Nueva España se convertiría en México, una nación independiente, y la prevención de la viruela permaneció, a pesar de todos los vaivenes políticos y cambios de régimen, demostrando que el bien colectivo podía ser algo que sorteara todos los desacuerdos.