Opinión

Padres que educan: enseñar disciplina a los hijos

Padres que educan: enseñar disciplina a los hijos

Padres que educan: enseñar disciplina a los hijos

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La familia amorosa se construye. El punto de partida es que los padres acepten que sus hijos son personas independientes que poseen dignidad y derechos propios. Es incorrecto ver a la familia como una entidad natural u orgánica sujeta a la autoridad del padre y es grave error, asimismo, concebir a los hijos como seres ignorantes e incapaces de pensar y decidir por sí mismos.

La disciplina se construye con amor y con el ejercicio afectivo, racional e inteligente de la autoridad paterna. Principio pedagógico fundamental: “No imponer a los hijos reglas de conducta; tratar, en cambio, que ellos las razonen, las internalicen y las hagan propias”. La mejor disciplina es la autodisciplina, la imposición siempre tiene efectos indeseables.

En ocasiones, se juzga erróneamente el amor entre padres e hijos. Hay padres que piensan que el amor es dependencia mutua o una justificación afectiva para adueñarse de toda la atención de los hijos, pero el amor, dice Erich Fromm, es en realidad una relación activa que exige del que ama el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento del ser amado.

Es deseable que los padres y, cuando sea el caso, con la participación de los hijos, definan los principales valores morales y reglas de conducta que regirán en el hogar. Reglas básicas. La vida de la familia es un torrente continuo de sucesos y experiencias que jamás serán comprendidos en su totalidad por dichas reglas.

Con el paso del tiempo esas reglas deben actualizarse y negociarse con los hijos. La incorporación de los hijos a la definición de las reglas del hogar puede ser un ejercicio educativo fundamental que contribuirá a inculcar reflexividad, hábitos de diálogo y negociación, además de fomentar la responsabilidad y la autoestima.

En la aplicación cotidiana de las reglas es muy importante que los padres no utilicen el método de otorgar premios y castigos. Si el padre o la madre premian la buena conducta con un premio, lo que logran es que los niños desplacen su interés hacia los premios y no aprecien el valor que en sí misma tiene esa conducta. El niño deja de sentir orgullo por su buena conducta y atiende en cambio el estímulo externo; por otra parte, es perfectamente válido que los padres hagan reconocimientos verbales a sus hijos por su buena conducta, sin que éstos deriven en adulaciones o felicitaciones exageradas.

El objetivo que los padres deben buscar es que los niños aprendan a hacerse responsable de sus propias conductas y de las consecuencias de éstas, que aprendan a aceptarlas racionalmente y, en su caso, a autocorregirse. Los castigos no son, en ningún caso, aconsejables. Hay argumentos contundentes contra el castigo, el principal es que no inducen el aprendizaje, sino que refuerzan las conductas indisciplinadas. El castigo crea en el niño sentimientos negativos: rencor, resentimiento, odio hacia los padres, etc. y dispara mecanismos de autojustificación.

En su obra Disciplina inteligente (2006) el pedagogo Vidal Schmill sugiere algunas acciones de los padres para sustituir los castigos: 1) Señalar una forma de ser útil; 2) Expresarle una enérgica desaprobación (sin atacar el carácter del niño); 3) Indicarle lo que esperas de él; 4) Demostrarle como cumplir en forma satisfactoria; 5) Ofrecerle una opción; 6) Emprender alguna acción y 7) Permitir que experimente las consecuencias de su mal comportamiento (p. 236).

Gilberto Guevara Niebla