Opinión

Palacio de Bellas Artes: 85 años

Palacio de Bellas Artes: 85 años

Palacio de Bellas Artes: 85 años

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El día de ayer se cumplieron 85 años de haberse inaugurado el Museo del Palacio de Bellas Artes, la primera institución museística mexicana dedicada por entero a las artes plásticas.

Justo dos meses antes, la mañana del sábado 29 de septiembre de 1934, se inauguró a su vez la sala principal de conciertos del que hoy reconocemos como nuestro mayor recinto cultural, con una gala encabezada por el presidente de la República Abelardo Rodríguez; un discurso inaugural a cargo de Antonio Castro Leal, entonces director del INBA, y un concierto de la Orquesta Sinfónica de México —antecedente de nuestra Orquesta Sinfónica Nacional— bajo la conducción del maestro Carlos Chávez, quien estrenó en esa misma ocasión su Sinfonía Proletaria. México estaba en la antesala del sexenio cardenista y la producción cultural del país reflejaba con claridad los tiempos políticos.

Ese mismo sábado por la noche, la Compañía Dramática de Bellas Artes —antecedente de nuestra Compañía Nacional de Teatro— se estrenaba con el montaje de La verdad sospechosa, de Juan Ruiz de Alarcón.

Hay que recordar que el Palacio de Bellas Artes se empezó a construir en las postrimerías del porfiriato, siguiendo el diseño del arquitecto italiano Adamo Boari, para lo que debía ser el nuevo Teatro Nacional, y que las obras se detuvieron por muchos años a consecuencia de la Revolución Mexicana, hasta que en 1932 se retomó la fase final de su edificación.

El 31 de mayo de 1934, los dos encargados principales de la etapa final de la obra, el arquitecto Federico Mariscal, y el ingeniero civil y exsecretario de Hacienda Alberto J. Pani, enviaron al entonces titular de Hacienda, Marte R. Gómez, un extenso informe sobre la conclusión de la obra, cuya redacción le fue encargada nada menos que a José Gorostiza.

Rescato fragmentos de aquel informe, escrito con la prosa impecable de nuestro poeta y diplomático mexicano, para celebrar estos primeros 85 años de un espacio que, a mí, como a muchos mexicanos, me ha formado y acompañado toda la vida.

“La construcción del Palacio de Bellas Artes ha pasado por innumerables peripecias durante un largo periodo de treinta años que coinciden en nuestra historia con una transformación radical de nuestra sociedad”.

“Desde el momento, en 1904, en que se echaron los cimientos del que debió ser el suntuoso Teatro Nacional, hasta el momento, en 1934, en que se abre al pueblo todo, para su servicio, un Palacio de Bellas Artes, han ocurrido cambios tan hondos que aún en la historia de la construcción se reflejan”.

“Se señalan en ella tres épocas que ­corresponden exactamente a tres fases del desarrollo político de los últimos treinta años y que, por razones de método, así como para no introducir una división artificial en este informe, se han respetado en su sencilla espontaneidad”.

“Se inicia la primera en 1904, cuando la proximidad del primer centenario de la proclamación de Independencia el régimen porfirista prepara su apoteosis. En todo el edificio, pero señaladamente en el exterior, quedó inscrito mucho del espíritu de esta época —su confianza ciega, su inconsciente banalidad, su bienestar sin raíces, su gusto por la ornamentación ostentosa y complicada”.

“Pero la conmoción revolucionaria —la intensa conmoción del 13, no sus pródromos del 10— invade también al Teatro Nacional, interrumpe su crecimiento, lo paraliza. Quizá los hundimientos del edificio, registrados en aquellos días, fueron más bien un símbolo que el producto de un error técnico, porque la idea del Teatro Nacional entraba entonces, junto con el régimen que le dio origen, en un periodo de disolución”.

“Una segunda época transcurre de 1913 a 1932 en la que el régimen revolucionario se manifiesta indeciso frente al problema del edificio”.

“Varias veces, aunque no de manera decidida, se intentó acabar el teatro de acuerdo con el proyecto original, es decir, como resignándose a cumplir con una cláusula odiosa de la herencia porfirista: pero la falta de recursos impidió, por fortuna, que esos intentos cristalizaran antes de que el régimen revolucionario hubiese madurado una concepción propia de la utilidad del edificio, nacida de las aspiraciones y necesidades de la nueva sociedad”.

“En la tercera época, que comprende solamente los años de 1932  a 1934, se gesta y realiza la nueva concepción. El nombre de Palacio de Bellas Artes la define con claridad suficiente para advertir que no sólo ha desaparecido el Teatro Nacional de la aristocracia porfirista —por lo menos tal como se concibió en un principio— sino que se ha dotado a la Nación de un centro indispensable para organizar y presentar sus manifestaciones artísticas de todo género, teatrales, musicales y plásticas, no dispersas e ineficaces como hasta ahora, sino debidamente articuladas en un todo coherente que pueda llamarse con justicia el arte mexicano”.

“Ésta es la idea con la que el régimen revolucionario, llegado a su plenitud, en vez de concluir el Teatro Nacional, ha construido en realidad un edificio nuevo —el Palacio de Bellas Artes— que ya no abrigará las veladas de una aristocracia imposible, sino el concierto, la conferencia, la exposición y el espectáculo que señalen todos los días la ascensión de un arte como el nuestro, cuyo valor sólo cede magnitud a la indiferencia de que ha sido objeto”.

“¿Por qué se abandonó el proyecto de Boari? En primer lugar, este proyecto, concebido en vista de la construcción de un teatro, únicamente, no era adecuado para construir un Palacio de Bellas Artes que habría de contener, además, varios museos. Tan distintos eran ambos propósitos entre sí que el Palacio de Bellas Artes no hubiera cabido en la obra inconclusa del Teatro Nacional a no ser por la circunstancia —ahora feliz— de haber incurrido Boari en un error capital: que el motivo dominante en la masa del edificio —la triple cúpula— no correspondía a nada esencial en el interior, es decir, ni la a la sala ni al escenario, sino a un gran Hall, al que dio origen su deseo de obtener una silueta teatral nueva, ni francesa, ni italiana. En la imposibilidad de utilizar este Hall, dadas sus grandes proporciones, nada más como vestíbulo o como cubo de una escalera monumental, Boari pensaba instalar en él un inmenso invernadero, pero esta idea, única que no llegó a definir en su proyecto, quedo consignada solamente en un croquis impreciso”.

“Gracias, pues a la abundancia de espacio que resultó de este error, fue posible construir un foyer para los palcos primeros de la sala de espectáculos, y un museo de artes plásticas que, junto con la anterior, debía ser una de las dependencias más importantes del Palacio de Bellas Artes”.

El informe de Gorostiza era sumamente extenso, y  fue posteriormente publicado como libro por la editorial Cultura.

El Palacio de Bellas Artes, su sala principal y sus salas adjuntas, el vestíbulo, las escalinatas, los murales, su restaurante, la librería y en especial su museo, que ayer celebró 85 años de abrir sus puertas, hoy bajo la dirección atinada de Miguel Fernández Félix, forman de algún modo parte de mi biografía, como son también parte de la biografía más íntima y edificante de este país y de nuestra ciudad capital.