Opinión

Pemex y la rejega realidad

Pemex y la rejega realidad

Pemex y la rejega realidad

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La agenda de la economía mexicana ha estado marcada en estos días por tres asuntos torales (lo de la discusión sobre si hay recesión o no es verdaderamente bizantino). Una es la definición de desarrollo de parte del presidente López Obrador. Otra, su proyecto de “sembrar petróleo”. La tercera, la entrevista que dio el exsecretario de Hacienda, Carlos Urzúa, a la revista Proceso, en la que revela algunos de sus diferendos con el Presidente.  Todas son de interés.

López Obrador hizo una importante reflexión cuando, en medio del debate sobre el nulo crecimiento de la economía, señaló que, aunque no haya crecimiento, si hay distribución del ingreso hay más desarrollo.

Es algo que da para analizar. Por décadas, la medición del desarrollo ha estado en función del Producto Interno Bruto y sus tasas de crecimiento. Se ha creado un verdadero fetichismo en torno al tamaño del PIB, cuando son más importantes, socialmente, otros medidores del ­bie­nestar. Es correcto abandonar la idea de crecer por crecer. Hay que pensar más bien en cómo hacerlo.

Pero hay otros asegunes. Una cosa es decir que desarrollo y crecimiento económico no son lo mismo, y otra —muy distinta— asegurar que puede haber desarrollo sin crecimiento. Eso podría valer para el cortísimo plazo, pero en el mediano plazo una economía estancada es incapaz de generar bienestar para las mayorías. Esto último se podrá constatar, o no, en la próxima encuesta nacional del Coneval (si es que ese centro tiene los suficientes recursos para levantarla el año próximo).

Por eso, más que pensar en si hay o no recesión este trimestre, con un puntito porcentual más a la izquierda o a la derecha, habría que preguntarse si se están sentando las condiciones para un crecimiento económico de nuevo tipo en el mediano plazo. Si habrá espacio para más inversión y empleo bien remunerado, y si el gasto social tendrá más o menos impacto en las condiciones de vida de la población.

Esto nos lleva al segundo tema, la idea central que permea el discurso económico de López Obrador: el rescate de Pemex para utilizarlo posteriormente como ariete del crecimiento y como fuente para apoyos sociales.

AMLO dijo que en éste y en los próximos dos años, la carga fiscal de la empresa petrolera será menor y se le potenciará con recursos surgidos de los ahorros en muchas otras áreas. En los siguientes tres de su sexenio, una Pemex saneada podrá ayudar a apoyar programas sociales, y puso como ejemplo al campo.

Se trata de una apuesta riesgosa que, si falla, le generará muchos problemas al proyecto de López Obrador. Parece suponer que México puede convertirse, en un plazo relativamente corto, de nuevo en una nación petrolera. Y que Pemex puede volver a fungir como reserva para el gasto social. Ambas premisas son ilusorias, particularmente la primera.

México es el décimo productor de petróleo en el mundo y ocupa el lugar 13 en cuando a reservas probadas. Hace 40 años ocupaba el tercer lugar en ambos rubros. Actualmente el petróleo representa aproximadamente el 6 por ciento del PIB y el 5 por ciento de las exportaciones nacionales. Ya no estamos en 1981, cuando esas cifras rondaban el 28 por ciento.

En otras palabras, una mejor gestión de Pemex puede traer un alivio para las finanzas públicas, pero en una economía diversificada, no tiene con qué convertirse en motor del desarrollo. La paradoja es que, en esa ilusión, se le están cortando recursos hoy a muchos otros rubros; algunos de ellos —como la ciencia y la tecnología— podrían a la larga ser más provechosos en términos económicos para el país.

En ese sentido, es mucho más sensata la idea del secretario de Agricultura, Víctor Villalobos, de poner recursos para proyectos científicos que mejoren la productividad del campo mexicano, pensando en los productores campesinos, más que en las empresas agroalimentarias.

Si la idea, llevada al extremo, es utilizar a Pemex en el futuro como Hugo Chávez utilizó con éxito a PDVSA a principios de siglo, es decir como fuente supuestamente inagotable de recursos para las transferencias directas a la población, tenemos dos problemas.

El primero es de magnitudes. Si bien Pemex es más grande que PDVSA, México tiene cuatro veces más población que Venezuela; además, el precio del petróleo está lejos de los 100 dólares por barril que permitieron la ilusión chavista. El segundo es de imprevisión, porque el modelo venezolano se vino abajo precisamente porque no se sentaron las bases para una economía diversificada.

No mirar las evidencias suele ser fatal. Por eso pasamos a las declaraciones de Urzúa. El hombre tiene claro que López Obrador es un político muy hábil y con motivaciones de justicia social. Pero también dibuja a un hombre que no escucha razones cuando se empeña en un proyecto, aun si hay errores evidentes, y atribuye toda crítica al fantasma del neoliberalismo. Por eso la cancelación del NAIM, la insistencia en Dos Bocas, la resistencia a una reforma fiscal, los recortes presupuestales al aventón… la lista es larga.

¿Qué podemos sacar de conclusión? Que seguiremos en austeridad republicana por un rato, que se intentará usar a Pemex como palanca del desarrollo y que tal vez sea la rejega realidad, pero no los comentarios críticos bien intencionados, lo que haga que el Presidente cambie de ruta.

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