Opinión

Pero qué necesidad

Pero qué necesidad

Pero qué necesidad

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

De entrada, muy de acuerdo con el actual estilo de gobernar, hay que decir que tiene claramente visos de ser una decisión personal, más que resultado de un consenso de equipo. La cancillería no parece muy entusiasmada. O, por lo menos, ha decidido manejar el asunto lo más discretamente posible.

El problema no es que un presidente de México visite a su homólogo de Estados Unidos, sino el momento en que lo hace. Mientras ambas naciones tienen problemas para controlar la pandemia del coronavirus y cuando en EU inician las campañas electorales.

Tampoco parece que el motivo argumentado del viaje lo amerite verdaderamente. La entrada en vigor del T-MEC se da con o sin la presencia de los mandatarios. El tratado ya está firmado. Y para colmo, Justin Trudeau no piensa asistir, de forma que no hay manera de salvar cara: Trump planeó la visita de López Obrador como parte de su campaña para la reelección.

Y aquí entra la primera razón para aceptar la invitación del presidente estadunidense: la creencia de que sí puede reelegirse y de que, por lo tanto, lo mejor es continuar con la política de apaciguamiento, para que luego no aplaste al país con aranceles o expulsiones masivas de migrantes.

Éste es un mal cálculo, en tres sentidos. El primero es que las posibilidades de reelección de Trump son cada vez más remotas. En promedio, el demócrata Biden le saca nueve puntos porcentuales en las encuestas nacionales, y la tendencia es a que la diferencia se amplíe. Pero más importante, Biden va bien adelante en todos los estados que resultaron definitorios en 2016 e incluso lleva ventaja en algunos que han sido bastiones republicanos.

Para darnos una idea comparativa, hace cuatro años, cuando Peña Nieto se dio un balazo en el pie al invitar a Trump, la ventaja en las encuestas de Hillary Clinton era de cuatro puntos y se estaba reduciendo. Clinton terminó ganando el voto popular, pero perdió la mayoría del Colegio Electoral.

El segundo es que, en muchos aspectos, Trump en campaña representa todo lo contrario a López Obrador en campaña. Mientras el primero apela al racismo y a un nacionalismo xenófobo, y por lo tanto antimexicano; el segundo suele apelar a los valores de los pueblos originarios y a la calidad moral y humana de nuestro pueblo. Aunque los dos pulsen el botón nacionalista, uno lo hace precisamente en contra de los valores que pregona el otro y del pueblo que representa. Y eso se lo va a tener que tragar López Obrador en la visita.

No sólo. Si hace cuatro años, la campaña presidencial estadunidense fue, esencialmente, un proyecto de reivindicación del hombre blanco en contra de sus privilegios perdidos, en 2020, lo que ha pegado con fuerza han sido las movilizaciones de reivindicación de las minorías en contra de la discriminación sufrida. La alineación de esa sociedad está clara. Lo que verán nuestros paisanos es al Presidente de México al lado de quien insiste en conculcarles derechos y mantener la discriminación. Trump ganará poco y AMLO perderá mucho.

El tercer error de cálculo es suponer que Trump tiene un poder más grande del que en realidad tiene. Cierto, ha sido un presidente que ha intentado ejercer poderes más allá de los dictados por la constitución de su país. Pero normalmente no ha podido. En EU, mal que bien, siguen funcionando los pesos y contrapesos institucionales. El presidente estadunidense es poderoso, pero no una suerte de monarca cuatrienal. En ese sentido, el premio o el castigo por portarse bien con Trump son menos grandes de lo que parecen.

Además de todo eso hay una cosa que se llama realidad. Varias de las amenazas de Trump en el campo económico y comercial no han fructificado por la oposición de las industrias estadunidenses afectadas, porque la integración de ambas economías es demasiado fuerte como para romperla al son de proclamas nacionalistas. Lo mismo pasa en el tema migratorio: puede haber presiones e incluso actos de lesa humanidad, pero el retorno temido no se dará por decreto sino, acaso, por la profundidad de la recesión en EU.

Hay quienes aseguran que la visita de López Obrador causará ira entre los demócratas y tendrá efecto bumerang con la victoria de Biden. En algo contribuirá, pero hay que decir que los demócratas ven con suspicacia a AMLO, independientemente de la visita inoportuna. Hay diferencias profundas en temas laborales, ambientales y de concepción política. En ese sentido, no son equiparables, por ejemplo, al error de Salinas cuando pensó que Bush Sr. se reelegiría. López Obrador es otro tipo de político, con el que los demócratas guardan pocas coincidencias.

Regresando a las razones del viaje, López Obrador probablemente tiene una de política interna. Ya se sabe que su popularidad le importa mucho y que ha caído por tropezones en materia económica, de seguridad, de salud y de estabilidad política. Una de las pocas áreas en las que sigue muy bien calificado es en la de política exterior. La idea de una nación que es amiga de todos, busca la paz, ejerce el derecho de asilo, que ahora está en el Consejo de Seguridad de la ONU y que consigue apoyos de naciones muy diversas ha ayudado para ello. Qué mejor que tocar ese pulsante en vez de los otros, que generan desencanto.

Sí, pero se está tocando el pulsante en el peor momento y con el peor personaje. Si AMLO sale de la visita con una imagen en la que no se ve fuerte ante Trump, lo único que logrará es que desaparezca la palomita que tenía, en medio de tantos taches. Y no se ve cómo podrá verse fuerte, si viaja para agradecer favores recibidos y Trump lo utilizará para un improbable regreso electoral.

En otras palabras, como diría nuestro clásico: ¿Pero qué necesidad?

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