Opinión

Perseguir la felicidad

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La felicidad dispuesta desde el poder es más una ilusión que un diagnóstico. Hay que recelar cuando los gobernantes aseguran que el pueblo es feliz. La felicidad no se propaga, ni se adquiere, por decreto. Cada quien la aprecia según sus circunstancias pero sobre todo, de acuerdo con sus impresiones personales. Se puede ser feliz, o decir que se tiene esa condición, aunque se viva en severas limitaciones materiales. En la percepción de la felicidad hay una compleja mezcla de autoevaluación, voluntarismo, autoestima, ilusión, pragmatismo, resignación y anhelos. Cada quien es feliz a su manera, podría decirse. Pero también, con Fernando Savater, se puede reconocer que a la felicidad, si bien es imposible definirla de manera satisfactoria para todos, se le reconoce cuando está allí. “La única perífrasis que puede sustituir consecuentemente a la voz felicidad es ‘lo que queremos’. Llamamos felicidad a lo que queremos; por eso se trata de un objeto perpetuamente perdido, a la deriva”, dice el filósofo español (El contenido de la felicidad, 1994).

Escurridiza y apetecible, la felicidad es quimera universal, coartada política y manjar de los demagogos. La gente no es feliz sólo porque le digan que lo es, aunque parte de la valoración que tenemos de nosotros mismos abreva en el juicio de los demás. Por eso los discursos políticos están repletos de invocaciones a la felicidad o a sus variados sinónimos y sucedáneos.

La disponibilidad de satisfactores sociales no necesariamente conduce a la felicidad, aunque desde luego influye en ella. “Un individuo puede hacer una evaluación muy favorable de su vida en general, reflejando quizá una personalidad optimista, aunque en su vida cotidiana se enfrente a un número reducido de placeres satisfechos y un mayor número de experiencias difíciles o poco satisfactorias” explica el investigador Roberto Castellanos Cereceda  (“El bienestar subjetivo como enfoque e instrumento de la política pública: Una revisión analítica de la literatura” en la revista Estado, gobierno, gestión pública, 2012).

El bienestar subjetivo es “la experiencia del conjunto de condiciones de vida, tanto de bienestar como de malestar, de una persona, en la que interviene, entre otros aspectos, su orientación de vida predominante, como marco de referencia y valoración de su propio bienestar… y de sus diferentes ámbitos o dominios particulares de vida”. Eso dice el ya citado Castellanos en el libro Bienestar subjetivo en México (UNAM, 2018, 440 pp.) que él y René Millán coordinaron recientemente.

El bienestar subjetivo, precisa Millán, por lo general se mide en dos vertientes, “una referida a los niveles de felicidad y otra a los de satisfacción de la propia vida. La diferencia entre esas referencias del BS es conceptual: la satisfacción implica elementos más fuertemente cognitivos y reflexivos sobre las propias experiencias … la felicidad, en cambio, supone aspectos más afectivo/emotivos y es menos estable en el tiempo”.

Una encuesta levantada en 2014 por investigadores de la UNAM confirmó que el acceso a servicios de salud o la escolaridad contribuyen a reforzar el sentimiento de bienestar de las personas, pero como parte de un sistema de condiciones sociales e individuales. “Podemos advertir que la familia y la vida afectiva (en pareja) afectan fuertemente el BS y que este último dominio presupone una dimensión también hedónica y expresivo-afectiva”, indica Millán. De acuerdo con ese autor, en la evaluación que hacen las personas de su propia condición influyen tres “dominios”: la vida afectiva, la familia y la situación económica constituyen el núcleo de esa apreciación. En segundo término están la casa, la salud y los amigos; en tercero, con menos relevancia, el tiempo libre, la educación y la ciudad.

En otro análisis de la misma encuesta, la investigadora Yvón Angulo encontró que para la mayor parte de las personas, la satisfacción con la vida está vinculada con la convivencia, “para 86.2% de los hombres y 88.5% de las mujeres, la satisfacción con la vida se identifica con al menos uno de los aspectos asociados con los vínculos sociales, familia, amigos y solidaridad. Más aún: cuando se preguntó qué era necesario para estar satisfecho con la vida, 50.6% consideró que se debería vivir para compartir la vida con los demás”.

El INEGI mide cada tres meses el “bienestar autorreportado” en un estudio que forma parte de la Encuesta Nacional sobre Confianza del Consumidor. Allí se pide a las personas que evalúen su satisfacción con la vida en una escala de 0 a 10. En enero pasado, cuando se hizo la medición más reciente de la que hay información hasta hoy, se registró un promedio de satisfacción de 8.4, que es el más alto en los últimos años. El promedio nacional había sido de 8.2 y 8.3 en las mediciones de 2018.

Esa evaluación resulta de la opinión de los encuestados en una docena de indicadores. De ellos al menos la mitad se refieren a circunstancias personales que no dependen de la situación del país. En enero los encuestados por el INEGI le dieron las siguientes calificaciones, en promedio, a su satisfacción en distintos aspectos: Relaciones personales, 8.8. Actividad u ocupación, 8.6. Vivienda, 8.6. Estado de salud, 8.5. Logros en la vida, 8.5. Perspectivas a futuro, 8.3. Nivel de vida, 8.3. Vecindario, 8.0. Tiempo libre, 7.8. Ciudad, 7.3. País, 6.9. Seguridad ciudadana, 5.4.

Como se puede observar, los mexicanos son menos optimistas en asuntos ligados con la vida pública. El promedio de 8.4, hay que matizarlo con las evaluaciones específicas. De todos modos en la apreciación sobre el país hubo una mejoría entre enero de 2018, cuando los entrevistados asignaron un promedio de 6.1, y enero de 2019 con una calificación de 6.9.

El discreto pero perceptible repunte en la satisfacción reciente de los mexicanos llamó la atención de los autores del Reporte Mundial de Felicidad (WHR por sus siglas en inglés). La edición 2019 de ese informe utiliza el caso mexicano para entender la estrecha relación que hay entre la satisfacción de los ciudadanos con la vida que llevan y la satisfacción con el gobierno. En México, desde hace varios años se mantiene el contraste entre la satisfacción de la gente con su situación personal y, al mismo tiempo, la desazón con la inseguridad y la marcha del país.

Los profesores John Helliwell, Richard Layard y Jeffrey Sachs, editores del WRH, consideran que en esa paradoja mexicana se encuentran, a la vez, la causa y una consecuencia inmediata de la elección presidencial de 2018. Debido a su inconformidad con el estado del país y especialmente con problemas como la inseguridad, los ciudadanos votaron por una opción distinta a los partidos tradicionales. Y en vista del resultado de aquella elección, los indicadores de satisfacción durante el segundo semestre del año pasado —y al comienzo del presente, se puede agregar— mantuvieron esa mejoría. En todo caso, como insisten otros especialistas, las personas (en promedio) están contentas con aspectos importantes de su vida cotidiana pero inquietas con el estado del país y de la seguridad pública. El próximo 29 de agosto se difundirán los nuevos datos del INEGI sobre Bienestar Autorreportado. Allí se podrá apreciar si las expectativas que levantó la elección de 2018 aún propician una satisfacción alta.

El presidente Andrés Manuel López Obrador se ha ufanado de que “el pueblo está feliz, feliz, feliz, hay un ambiente de felicidad, el pueblo está muy contento, mucho muy contento, alegres” y anticipó que en su informe del 1 de septiembre se referirá a ese clima de alborozo. No hay que olvidar que la estimación del bienestar se debe a varios factores y no sólo a la opinión sobre el gobierno y no es consecuencia directa de las políticas públicas.

Sobre todo, hay que eludir el riesgo de que esas políticas sean orientadas a partir de la sensación que los ciudadanos manifiesten sobre sus condiciones de vida. El doctor Castellanos precisa en su texto de 2012: “no se trata necesariamente de que la política pública tenga como objetivo principal que todas las personas alcancen la mayor felicidad y satisfacción posibles. Se trata, más bien, de mejorar las condiciones que favorezcan al bienestar subjetivo así como encontrar formas de reducir la brecha entre los objetivos de desarrollo y bienestar de la política pública, por un lado, y el bienestar subjetivo de la población, por el otro, a partir de una mejor comprensión de las preferencias y comportamientos de los individuos y lo que afecta la satisfacción de las personas con su vida. Más que elevar los niveles de felicidad y satisfacción de las personas, de suyo importante, la política pública puede aprovechar los resultados y las herramientas analíticas que se han desarrollado desde el enfoque de ­bienestar subjetivo para mejorar la comprensión del comportamiento humano que busca transformar”.

Kant advertía que “la felicidad no es un ideal de la razón sino de la imaginación”. Las políticas públicas han de sustentarse en la evaluación, en los datos, en la razón. La felicidad es una pretensión interminable que no puede ser acaparada, y mucho menos reemplazada, por invocaciones de ningún gobernante.

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