Opinión

¿Podemos recomendar una red de apoyo digital?

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La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La motivación para esta columna surgió a partir de estos primeros tres días de trabajo clínico del 2020. Contrario a lo que se podría pensar, de un inicio lento de solicitudes de consulta por el regreso de vacaciones y una administrada procrastinación de acudir al especialista con motivo de la cuesta de enero; nos encontramos oficialmente en temporada alta de demanda de servicios de salud mental.

Las explicaciones pueden ser varias, pero sobre todo aquello que se puede resumir como depresión estacional y, su media hermana, la depresión navideña. Los factores que favorecen estos fenómenos se dividen principalmente en dos: los biológicos y los ambientales/sociales. Los que tienen que ver con la neuroquímica cerebral se producen seguidos de la disminución en la exposición de horas de luz solar y al cambio de temperatura. Hay que acotar que, en esta parte del hemisferio norte, estos cambios son menos marcados que en otras regiones del planeta, paradigma, los países nórdicos. Dentro de nuestro cerebro, encontramos disminuciones en los niveles de las aminas biogénicas (serotonina, dopamina y noradrenalina), químicos básicos en el mantenimiento adecuado del estado de ánimo de los individuos. En nuestro país, no contamos con estadísticas serias de la frecuencia de presentación de este fenómeno, pero llega a ser tan prevalente hasta cifras del 30% de la población en los ya mencionados países mas septentrionales del continente europeo. Los factores ambientales y sociales son los que se convierten en causantes de la discordante tristeza de la época decembrina. Un año en el que ha habido dificultades significativas, incluidos fallecimientos de seres queridos, período de reflexión y de revisión de logros cometidos y los ausentes, gastos, fiestas y excesos que desgastan a la persona, así como la clara y demandante expectativa de que hay que ser inmensamente felices en la navidad.

Resultado de esta mezcla de elementos es que algunos seres humanos se entristecen, se aíslan, cortan lazos hasta de forma involuntaria y se sumen en una profunda soledad que es incomprensible para el resto que vive cada una de las nueve posadas. Esta soledad es la que los lleva al descuido en cuestiones de salud que terminan por manifestarse en episodios depresivos de severidad importante, hasta con presentación de ideas, planes e intentos de suicidio.

Este fue, cuando menos, el resumen de la historia de más de una décima parte de los pacientes consultados en estos albores del 2020. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera a la soledad como la epidemia de salud para el este siglo. No solamente por las ya explicadas interacciones con la salud mental de las poblaciones, si no porque es la soledad el común denominador de que la gente coma mal, haga menos ejercicio, duerma sin hábitos y abuse de sustancias; todos estos factores de riesgo básicos para las enfermedades crónicas vasculares cardíacas y cerebrales, que se encuentran dentro de las cinco primeras causas de mortalidad mundial.

De ahí el título de esta columna. Ya que todo mundo está ocupado en otros eventos, principalmente socializando, y que el individuo afectado lo que menos quiere es estar persona a persona con el resto de la raza humana que esboza sonrisas… ¿Es válido en estas épocas de #Boomers vs. #MártiresdeStarbucks recomendar profundizar en los medios de amistad que nos ofrecen las redes digitales?

Espero sus comentarios a @Edilberto_pena, prometo hacer estadística cuantitativa.