Opinión

Poética de la lectura

Para Borges la literatura, y los géneros que la acompañan, se resignifican por el acto de leer. La poesía es el resultado del encuentro del lector con el poema, semejante a la presencia indescriptible del ser amado...

Poética de la lectura

Poética de la lectura

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Jorge Luis Borges ha sido la figura más emblemática del escritor contemporáneo, que reivindica la lectura como un acto de imaginación, equiparándola con la escritura o por encima de ella; pues el lector encarna la energía, la fuerza creadora que da vida a los libros, los rescata de los anaqueles, donde han sido presa del polvo y la polilla, a lo largo de los años.

La iconografía sobre el Borges lector es abundante y conmovedora. Son famosas las fotos donde aparece caminando “con báculo indeciso” por los pasillos de la “amplia y honda” Biblioteca Nacional de Buenos Aires, él, en cuerpo y calidad de viejo que ha perdido la vista y que, cómo un Tántolo moderno, tiene los frutos cerca de la mano y escucha el ruido de las aguas, pero está impedido de comer y beber, pues ha perdido la vista.

Suele decirse que la ironía es la gracia o el supremo castigo de los dioses; se trata de un cruel y refinado suplicio que, sin embargo, pensaba Borges, no debe rebajarse “a lágrima o reproche”, al contrario, la realidad oscura, la ceguera proverbial, debe ser vivida con la suficiente dignidad de quien ha sido tocado por las fuerzas celestiales.

La literatura, religiosa o mundana, nos ofrece historias memorables de personajes que han padecido las veleidades divinas, sin posibilidad de rebelarse a su destino por medios distintos a la queja o la imprecación. Job lamenta la dura prueba que le impone el dios de los hebreos para probar su fe; pues le quita la hacienda, los hijos y la salud, para reducirlo a un guiñapo sarnoso que, sin embargo, gracias a su confianza en el Altísimo, es recompensado.

“Ciudad Alfabetizada”, de Pedro Friedeberg.

Por su parte, Segismundo, inmovilizado en la mazmorra de una vieja torre de montaña, maldice a los cuatro vientos por la falta de libertad hasta que, merced a la justicia poética, o a las tímidas luces de la razón que se abren paso en el barroco español, es liberado de sus cadenas y se convierte en un rey justo, que asombra al vulgo con su prudencia y rectitud.

"Nadie rebaje a lágrima o reproche

esta declaración de la maestría

de Dios, que con magnífica ironía

me dio a la vez los libros y la noche..."

La ceguera es una forma de caminar de espaldas a la luz, a solas, sin testigos visibles, pero al amparo del sonido y de las formas que adquieren otra dimensión, en un mundo, como decía Borges, donde se disuelven los colores en las fragilidades cromáticas del atardecer. Borges, como Homero y Milton, representó la figura del invidente capaz de alumbrar a sus lectores y escuchas mediante las palabras, cuya dulzura los hacían recordar los tiempos del mester de juglaría.

“Nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios…”

La figura de Borges como lector y orador ha trascendido en el imaginario colectivo para asignarle un lugar en el mundo de los sabios, y por sabio no debemos pensar en aquel individuo que maneja más información, sino en la persona que es capaz de encontrar la simplicidad de la existencia en las cosas ignoradas por la mayoría. Borges representa un misticismo ateo, cuya religión es la poesía; ese antiguo corpus que alberga la expresión lírica y las historias que los dioses tejen para que los hombres y mujeres se diviertan.

Don Quijote fue un lector, al igual que Madame Bovary y Ana Karenina, que creía en lo que leía y pretendía llevar una vida semejante a las aventuras encontradas en los libros. Borges, que también es un personaje literario creado por él mismo, cree en la lectura; para él esta habilidad podría ser una diosa que dicta los cantos, no para escribirlos, como dijera Homero, sino para gozarlos, porque acaso todas las historias imaginables ya fueron escritas, y a nosotros corresponde escucharlas, según la teoría de las almas de Platón y las conjeturas de la cábala hebrea.

Por eso podemos escuchar a Borges decir: “Uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe”, o bien, “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”, con lo cual reivindica la tradición y recupera a autores olvidados, ya que el pasado se modifica desde el presente, a través de la lectura, como queda de manifiesto en su relato “Ruinas circulares”, o en sus ensayos “Los precursores de Kafka” y “El ruiseñor de Keats”.

Para Borges la literatura, y los géneros que la acompañan, se resignifican por el acto de leer. La poesía es el resultado del encuentro del lector con el poema, semejante a la presencia indescriptible del ser amado o el feliz contacto del agua con los labios del sediento. La poesía es la expresión de una experiencia personal y única, un placer ajeno a cualquier imposición.

Para concluir, oigamos unas estrofas del “Poema de los dones”, el cual concentra la poética de la lectura del autor argentino:

“Nadie rebaje a lágrima o reproche

esta declaración de la maestría

de Dios, que con magnífica ironía

me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños

a unos ojos sin luz, que sólo pueden

leer en las bibliotecas de los sueños

los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día

les prodiga sus libros infinitos,

arduos como los arduos manuscritos

que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)

muere un rey entre fuentes y jardines;

yo fatigo sin rumbo los confines de esa alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente y el Occidente, siglos, dinastías,

símbolos, cosmos y cosmogonías

brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca

exploro con el báculo indeciso,

yo, que me figuraba el Paraíso

bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra

con la palabra azar, rige estas cosas;

otro ya recibió en otras borrosas

tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías

suelo sentir con vago horror sagrado

que soy el otro, el muerto, que habrá dado

los mismos pasos en los mismos días (…).”