Durante dos décadas, el cardenal Theodore McCarrick fue el personaje religioso con el que se querían codear todos los famosos y poderosos de Washington. Hoy, la Iglesia lo ha expulsado del clero. No puede oficiar misa ni vestir sotana. Fue encontrado culpable de solicitar sexo durante  la confesión y de abusar de niños y adultos.

Hasta hace poco era llamado por todos Monseñor, hoy es simplemente McCarrick. Su castigo es el mas severo que la Iglesia católica romana ha dado a un cardenal en toda su historia. Es a la vez la humillación más grande que se le puede dar a un religioso. La sentencia confirmada por el Papa es definitiva y no tiene reversa. Es aún más fuerte que la que excomunión, ya que ésta, de acuerdo al Derecho Canónico es temporal.

Concluye así la caída de una figura altamente poderosa en ­Washington, que entró al sacerdocio hace seis décadas, ascendió, ganó influencia y era altamente respetado y buscado en esta capital por políticos, diplomáticos y periodistas, ante quienes se presentaba como un hombre correcto y bondadoso que daba consejos sobre moral y fe.

El ex cardenal está acusado de abusar sexualmente de menores y obligar a seminaristas a dormir con él. Sin embargo lo más seguro es que no se le castigue penalmente, ya que las acusaciones ocurrieron hace tanto tiempo que están ya fuera del límite de la ley.

Irónicamente, McCarrick era aclamado y se le consideraba un defensor de las víctimas de abusos por parte de sacerdotes. “Es desgarrante. Mi esposa y yo tenemos el corazón en pedazos” ha dicho el senador demócrata por Vermount, Patrick J. Leahy, el congresista católico que más tiempo lleva en el Congreso.

McCarrick llegó a Washington en enero de 2001 como nuevo arzobispo. Se dice que tenía la enmienda de acercarse a los poderosos y éstos cayeron a sus pies. Poco despues se convirtió en cardenal, o Príncipe de la Iglesia y a causa de eso el entonces presidente George W. Bush lo visitó y posteriormente lo tuvo como invitado en la Casa Blanca.

McCarrick presidió el funeral en el Cementerio de Arlington del senador Edward Kennedy  y participó en los funerales del expresidente Ronald Reagan y en los del hijo del vicepresident Joe Biden. Públicamente nunca mostró predilección por partido alguno. Cortejaba a demócratas y republicanos, fueran católicos o no.

Su caída en desgracia es parte de las decisiones que el Vaticano está tomando para combatir la serie de escándalos en que la Iglesia se ha visto involucrada en años recientes y se presenta unos días antes de que obispos de todo el mundo se reúnan en Roma para una cumbre sin precedentes, sobre abusos sexuales.

El catolicismo es la religión más grande en los Estados Unidos, con poco más de 70 millones de católicos, es decir 22 por ciento de la población, pero este país sólo ha tenido un presidente católico y ese fue John F Kennedy. Desde su asesinato, en 1963, sólo otro católico, ­John Kerry, ha aspirado al puesto.

La Constitución prohíbe la exigencia de religión alguna para ocupar cargos públicos. Aun así la mayoría de los presidentes han sido cristianos o protestantes, otros han pertencido a la Iglesia presbiteriana o episcopal. Dos de los más prominentes mandatarios no han tenido afiliación religiosa alguna: Thomas Jefferson y Abraham Lincoln.

Los estadunidenses le dan mucha importancia a la religión de sus gobernantes  y quieren que los presidentes hablen y muestren su fe. Sin embargo, Donald Trump  no asiste regulamente a ningún templo, pero dice pertenecer a la presbiteriania, que tiene sus raíces en Inglaterra y Escocia y ha estado activa aquí desde el siglo XVII.

Al mandatario ya no le tocó McCarrick, pero tiene como líder espiritual a Paula White, una polémica ministra religiosa que adoctrina por televisión, integrante de su comité de evangélicos, que controlan e influyen de sobremanera en el electorado que lo llevó al poder.  La más reciente controversia en torno a ella fue en enero pasado, cuando pidió a sus feligreses que le donaran su sueldo del mes.

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