Opinión

Populismo con suerte

Populismo con suerte

Populismo con suerte

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Aquí y en China, los populismos de todo tipo se distinguen porque no se andan por las ramas, con naderías, ofertas responsables ni bicocas: ellos han venido a cambiarlo todo (o casi) después de décadas de promesas chabacanas y tecnocráticas que aspiraban a un punto porcentual acá, control de la inflación allá, reformas estructurales acullá. Una cadena de decisiones que traen una cosa y luego otra y otra, hasta arrojar… cierta prosperidad.

Por el contrario, los populistas han llegado a “servir a Dios y luego a Brasil” (Bolsonaro), a colocar “Primero a América de nuevo” (Trump), a “Crear un régimen que la humanidad no ha visto” (Órban) o a desplegar “La cuarta transformación de la República” en 200 años  (López Obrador).

Bien. El asunto consiste en reconocer si esa promesa desorbitada, si esa enorme esperanza (si lo fuere) tiene algún asidero en la realidad, algún punto de contacto material que la haga mínimamente tangible, creíble, sostenible. Según la experiencia mundial, normalmente, no. Pero… todo depende.

En un estudio reciente debido a los investigadores nórdicos Anna Lührmann y Staffan I. Lindberg, lo que suele aparecer es un fenómeno horrible: si existen recursos del sector exterior (pétroleo, otras materias primas, una coyuntura internacional favorable) que impulse el crecimiento o financie las clientelas olvidadas por el antiguo régimen y rescatadas por los nuevos populismos, si esos recursos mantienen cierto impulso, entonces nuestros modernos populistas sobrevivirán por largo tiempo.

Pero si no, ocurrirán dos cosas: incumplirán sus ofertas populares, serán rebasados por demagogos peores o tendrán que radicalizar y empobrecer su propio discurso populista. Serán peores.

Fijémonos en el vecino del norte. Trump ha tenido la fortuna inverosímil de encabezar un récord que él no empezó, que él no ideó, que él no imaginó, pero cuyos resultados son absolutamente claros hasta ahora. Resulta que en julio pasado, los Estados Unidos de Trump hilaron 120 meses consecutivos de crecimiento económico, lo que constituye un hito en la historia económica de ese país, a saber: el periodo de expansión más largo de que se tenga memoria documental.

Fue Barack Obama el primer artífice de este superciclo (al lado de la FED), pero, para fortuna de aquel país, hubo sensatez y continuidad en la política y en las instituciones, con lo cual Estados Unidos puede exhibir, al empezar este agosto: la tasa de desempleo más baja desde 1960, la recuperación del valor de la vivienda que anula el efecto insidioso de la crisis de 2008, una inflación controlada y un ritmo de recuperación de salarios desigual, pero envidiable para casi cualquier país desarrollado.

Lo que ha ocurrido en Estados Unidos es algo muy notable, pues han creado más de 21.5 millones de empleos en esta recuperación tras 121 meses de buena racha, de tal suerte que hoy el problema norteamericano es la falta de mano de obra, blanca, negra, café, amarilla o de cualquier otro color, diga lo que diga la xenofobia y el racismo económico instalado en la oficina oval de Washington.

Lo que quiero decir con esto es que el populismo de Trump encuentra un apoyo, un sustento material que acredita su asistencia a la siguiente cita electoral, pues la economía exhibe resultados coyunturalmente buenos e históricamente envidiables. Para seguir con nuestros nórdicos autores, es un populista con suerte.

Pero ése no parece ser el caso ni de Brasil ni de México, gobiernos de distinto signo pero que comparten un montón de características (para los estudiosos se pueden encasillar fácilmente como “populistas”). Brasil decrecerá en este año y México seguirá de cerca esa misma senda, acaso salvando por los pelos con algunas décimas de punto, de incremento al PIB. Pero la condición importante se mantiene: sin crecimiento, las grandes ofertas de estos regímenes son imposibles.

¿Qué nos queda? Que los presidentes radicalicen su discurso, retórica, la mejora material no aparece, salvo para las personas beneficiadas en algún programa, pero para el conjunto lo que resta es escuchar, alimentar las creencias y la ensoñación “otro régimen” que se abre paso.

En esta coyuntura, los dos grandes de América latina, ni México ni Brasil, comparten eso que al menos haría más llevadera la circunstancia: un populismo con buena suerte.

ricbec@prodigy.net.mx

@ricbecverdadero