Por donde se le rasque
En otro tema, desde el jueves pasado que me salté por haber sido día festivo en que La Crónica no se editó, traía la intención de escribir para hoy sobre la emoción que me causó ver más allá de a los compañeros protectores, particularmente a militares y marinos echando los kilos por los perritos víctimas del derrumbe en el Cerro del Chiquihuite. Sin embargo, poco antes de sentarme a escribir el texto leí algo que me movió el tapete dejándome patidifusa y con el corazón roto, al estar involucrada una especie de la que soy fan. Me refiero a los inconfundibles guepardos, esos asombrosos y súper veloces seres atípicos —transición entre los felinos y los cánidos— y ya únicos representantes de su género Acinonyx en el Planeta, y que pese a ello siguen siendo presa de una criminal comercialización desde su más tierna edad. Lo anterior, de acuerdo a la investigación patrocinada por NatGeo y publicada en su revista de este septiembre.
Quizás la trama pudiera no resultar interesante en nuestros lares por sentirla lejana y por lo tanto ajena, mas no lo es tanto porque, uno, la Naturaleza no tiene fronteras y nos corresponde a todos, sí o sí, preocuparnos y ocuparnos de ella desde cualquier punto de la Tierra y, dos, porque en este mundo totalmente globalizado basta entrar a la internet para conseguir lo que sea, así se trate de vidas que como las de estas criaturas, son arrebatadas a la vida tan pronto salir del vientre materno. La cifra que aproximan de ejemplares libres y adultos es de apenas 7 mil guepardos distribuidos, si acaso, en un 13 % de su territorio histórico; señalando asimismo como el principal centro de su infame comercio a la joven Somalilandia a pesar de que ya no los tiene en su haber, debiendo robarlos entonces a Kenia y Etiopía para luego enviarlos, vía terrestre y en un mal viaje que dura semanas, hasta Emiratos Árabes Unidos (que con un vacío de ley termina permitiendo su posesión), Arabia Saudí y Kuwait, entre otros sitios donde los sobrevivientes pasan a ser propiedad de millonarios cuyo estatus les exige incluso presumir en redes sociales su dominio sobre estos animales, sin conmoverles mínimamente el que se trate de pequeños que cuando logran ser rescatados ya están totalmente traumatizados, dado lo cual, sin posibilidad de ser reintegrados a su hábitat natural por no saber ni cazar, pasando el resto de su vida sin la plena libertad que merecen. Es un hecho que la humanidad no tiene llenadera. ¡Malparidos!
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