Opinión

¿Qué importa más que Notre Dame?

¿Qué importa más que Notre Dame?

¿Qué importa más que Notre Dame?

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El trágico incendio en la catedral de Notre Dame (Nuestra Señora) de París desató un verdadero vendaval de posts, condolencias y opiniones en las redes sociales. Las llamas que destruyeron el techo del emblemático templo se extendieron hasta Facebook, Twitter e Instagram para recordarnos que vivimos en una sociedad tremendamente oportunista.

Imágenes, videos y selfies que habían quedado almacenados, olvidados, en carpetas en celulares, tabletas y computadoras vieron de nuevo la luz en forma de condolencia egoísta: “Qué terrible, yo estuve allí”; “Ay, hace sólo dos años yo estaba en París”. Etcétera. Yo mismo me planteé recordar la última vez que visité la capital francesa, pero lo desestimé al darme cuenta precisamente de que caería en el mismo absurdo. A nadie le importa cuándo fue la última vez que estuve en París o cuánto siento lo ocurrido. De veras, a nadie.

Paralelamente a estos llantos colectivos de escaso valor, surgieron multitud de posts en los que personas de las que jamás se había conocido preocupación social alguna se mostraban escandalizadas porque ricos, riquísimos franceses hubieran decidido donar 600 millones de euros para reconstruir el templo, en apenas 24 horas. Vaya, por qué decidieron donarlos para eso en lugar de donarlos para acabar con el hambre en el mundo o para potabilizar agua en África, o vaya usted a saber para qué causa altruista “más importante”.

La cuestión es: ¿Qué es más importante que reconstruir Notre Dame? ¿Cómo podemos juzgar o cuantificar el valor de piezas históricas? En mi muro de Facebook apareció una publicación que consideraba escandalosa la consternación en México por el incendio en Notre Dame en comparación con la poca repercusión que tuvo la noticia de la triste quema de 200 hectáreas de manglares en Campeche.

La respuesta a la disparidad de importancia de un suceso y otro me parece evidente: hay muchas más hectáreas de manglar en el mundo que tesoros históricos y culturales de la humanidad, especialmente de la magnitud de Notre Dame. Y eso no quita un ápice de relevancia a la quema de manglares, de selva, de bosques o de cualquier espacio natural. Y pese a la obviedad, la discusión prosiguió.

Yo, además, a nivel personal, hice un ejercicio de empatía e imaginé la Sagrada Familia de Barcelona ardiendo. Y se me encogía el corazón.

Otra de las cuestiones que surgió durante los dos días siguientes a la quema del techo de Notre Dame fue el silencio que causó el incendio, simultáneo, de la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén. La comparación trataba de resaltar, de nuevo, que todo lo que sucede en Occidente recibe mucha más atención que lo que ocurre en otras partes del mundo. Eso es cierto, pero la razón por la que el incendio en Jerusalén tuvo poco impacto mediático es que las llamas se extinguieron rápidamente y los daños fueron mínimos.

Los intentos de desacreditar el interés generado por el gran incendio de la catedral parisina estiraron los argumentos como un chicle en un intento de validar posturas extremistas; una elevación al absurdo manipuladora e hipócrita. El uso de la guerra de Siria para menospreciar la consternación por el incendio fue retorcido y condenable.

¿Cuándo y cuánto se había acordado de Siria la gente que compartió las publicaciones que se rasgaban las vestiduras por el dinero que va a ir a reparar la catedral y no a paliar el sufrimiento por la extenuante guerra que vive el país árabe? ¿Cuántas de las personas que lloraron por los fondos que van a ir para reconstruir Notre Dame y no para ayudar a los pobres destinan, por ejemplo, un porcentaje de sus ingresos a organizaciones sociales o hacen un esfuerzo para reducir el uso de productos de plástico?

Llorar en las redes sociales por las injusticias del mundo y no hacer nada en nuestra comunidad es una actitud inútil. Empecemos por reclamar cambios a nuestros gobernantes, donemos lo que podamos, ayudemos al prójimo y al planeta, y entonces, sólo entonces, quizás tendremos alguna autoridad moral para decir a los millonarios franceses qué hacer con su dinero.

marcelsanroma@gmail.comTwitter: @MarcelSanroma