Opinión

Que viene el lobo

Que viene el lobo

Que viene el lobo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Durante años, diversas voces han advertido de los límites y las contradicciones de la globalización económica, los cuales han erosionado las bases de la organización política, social y cultural de los países al transformar sus estructuras económicas e integrarlas en procesos que trascienden sus fronteras.  La estandarización del consumo, la propagación de la inseguridad a nivel mundial, la proliferación de la delincuencia transnacional, son apenas algunas de las manifestaciones de esas contradicciones que se han generado al paso de las décadas. Lo mismo puede decirse del clima, la contaminación, la desertificación, el incesante flujo de migraciones o la concentración de la riqueza en muy contadas manos y la extensión de la pobreza entre amplias capas de la población mundial, entre otros fenómenos sociales.

De manera muy particular, los procesos políticos dentro de los distintos sistemas de democracias consolidadas o en vías de serlo, también han evolucionado de diversas maneras a la par de esas contradicciones señaladas, dando lugar a una crisis de la representatividad característica de ese modelo y a la aparición de populismos y tendencias extremistas en el abanico ideológico de derechas e izquierdas, de tal manera que han hecho temer a varios de sus teóricos, que nos encontramos en un momento de la historia en la que dicho modo de organización política se encuentra en retroceso frente a renovadas corrientes de autoritarismo.  Sin desconocer parte del argumento de preocupación, suele olvidarse que al menos la tendencia al populismo está permanentemente latente, aun en las sociedades más articuladas y complejas, listo para materializarse repentinamente en las coyunturas de crisis, como lo anotan Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino (Diccionario de Política, Siglo XXI, p. 1253).

En anteriores colaboraciones, hemos apuntado que en el periodo de entreguerras entre las dos grandes conflagraciones mundiales en el siglo XX, el mundo atestiguó al régimen democrático dando paso poco a poco a los movimientos populistas y fascistas en Italia y Alemania, por citar algunos ejemplos, los cuales a la postre se encargaron de construir su lápida. Ese hecho debería ser suficiente para extraer las lecciones necesarias en el presente, pero dice la sabiduría popular que nadie experimenta en cabeza ajena. Por ello, llama la atención que en la actualidad predomine la percepción de que al tratarse solamente de una coyuntura casi desafortunada, lo que hace falta no es sino repetir la receta de lo que se había estado haciendo en el pasado reciente, sólo que mejor, podría ser el complemento a tan maravillosa idea, para poner las cosas en su justo orden. Esa percepción, complaciente, no solamente enaltece un pasado que en realidad nunca fue mejor, sino que tiende a obviar que el futuro debería ser diferente.  El panorama internacional contemporáneo se parece cada vez más a la lucha por la preeminencia de los más fuertes sobre los más débiles. En ese contexto general, la democracia podría terminar siendo un accesorio, y no por culpa de los que la ejercen, sino sobre todo de los que dejaron de ejercerla como parte de esa complacencia de intereses.

A diferencia de la fábula del lobo y el pastor, en varias ocasiones se gritó que venía el lobo y nadie lo creyó, aunque asomaba sus fauces.  Lo más consternante es que no existe al parecer una voluntad colectiva que busque remediar la situación desde sus raíces más allá de la protección de los privilegios por otros medios. El pasado no era mejor y el futuro se mantiene incierto.

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