Opinión

¿Quién se cuelga las medallas?

¿Quién se cuelga las medallas?

¿Quién se cuelga las medallas?

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La buena participación de la delegación mexicana en los Juegos Panamericanos de Lima 2019 ha sido motivo de orgullo nacional. Es un espejo en el que es agradable vernos. Por lo mismo, se generó la tentación perversa de parte de los políticos de colgarse las medallas. Ya Ana Guevara le entregó una simbólica a López Obrador. No es algo nuevo, pero que se repita el ceremonial de que todo se debe al Señor Presidente no deja de ser signo de gatopardismo: todo cambia para que nada cambie.

Es evidente que el buen resultado no es obra de esta administración. Un grupo competitivo de deportistas de alto rendimiento no se forma en seis meses. Tampoco en seis años. Normalmente es resultado de casi toda una vida de esfuerzos, que tuvieron que ser sustentados por un sistema y una estructura deportiva que suele tardar años en formarse, además de apoyo familiar, la alimentación adecuada desde la infancia, etcétera.

El presidente López Obrador tiene clara la importancia de esa estructura deportiva cuando piensa en las escuelas de su deporte favorito (y mío también): el beisbol. No parece tenerla clara cuando, luego de escamotear apoyos a deportistas de otras disciplinas, cree o quiere hacer creer que con unas cuantas becas se soluciona todo. El asunto es más de fondo. Y, a final de cuentas, es político.

La titular de la CONADE hizo un pronóstico equivocado de las expectativas de la delegación mexicana en Lima. No es la primera vez que sucede, pero sí es la primera en la que el fallo es garrafal. México ganó casi el doble de los oros pronosticados.

El error de cálculo no es un asunto menor. En el deporte de alto rendimiento, si no las medallas, al menos los verdaderos aspirantes a ellas pueden ser pronosticados con anterioridad. Es cuestión de ver marcas, registros y resultados de competiciones anteriores. Tiene poquita ciencia.

En el caso de los Panamericanos, bastaba ver que en Toronto, con un país sede que es potencia regional, México obtuvo 22 oros, que en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla, el año pasado, nuestra delegación había superado a la cubana y que en la edición de Lima se incluía la pelota vasca, donde México es el más fuerte, como para pensar en 30 medallas doradas. Es factible que, yéndose a los datos duros de cada atleta, las autoridades hubieran podido hacer un pronóstico acertado.

Aquí hay dos opciones. O ese pronóstico se hizo, se mantuvo en secreto y se bajó artificialmente la meta para dar la impresión de que se sobrecumplió en grande, o –más probable– la cifra modesta de 19 medallas se dio a ojo de cubero novato. O hay manipulación o hay improvisación.

Nadie gana “echándole ganas” si no tiene el nivel competitivo, por más atractivo que sea el premio al ganador. Y un deportista bien preparado por años no va a perder porque le hayan reducido los apoyos por unos meses. En ese sentido, importa no solamente aumentar los apoyos a los deportistas que ya han demostrado capacidad, sino sobre todo, mejorar las condiciones para que haya más atletas capaces de representar dignamente a México en las diferentes competencias.

Si a mí me preguntan cuándo fue que el deporte olímpico mexicano le dio la vuelta a la tendencia que lo tenía relegado a lugares impropios del tamaño y los recursos humanos y financieros del país, ubicaré dos momentos: la creación de la Olimpiada Nacional Juvenil –donde se detectó, por cierto, a la joven Ana Guevara–, que implica una serie de acciones de promoción deportiva a lo largo del país, y el fin paulatino del cacicazgo de Mario Vázquez Raña al frente del Comité Olímpico Mexicano.

Se trató de dos procesos. En uno, fueron desatándose las capacidades deportivas de los jóvenes, se fue descentralizando regionalmente el desarrollo del deporte, se generó una infraestructura deportiva básica en varias zonas del país y se detectaron potenciales competidores de alto rendimiento. En el otro, se dio un proceso en el que algunas federaciones deportivas (no todas) se fueron renovando y desanquilosando.

Si alguno de estos procesos se revierte, las cosas en el deporte mexicano irán para atrás, y lo vivido en Lima será una excepción, cuando debe ser la regla. Particularmente importante es el primer proceso, que implica inversión constante en el deporte y la educación física, y que está en riesgo por políticas de austeridad suicida. El segundo es poco probable: Vázquez Raña no va a revivir, pero hay que estar atentos ante las intentonas de cacicazgos deportivos.

El presupuesto de la CONADE ha ido a la baja constante desde 2012, baja que se acentuó absurdamente este año. Es algo que se tiene que revertir. Lo mismo para sus equivalentes locales. Y es algo que no puede depender de los resultados de los mexicanos en las competencias internacionales. Se trata de generar cultura deportiva, de suscitar ejemplos para los jóvenes y de producir una mejor imagen de nosotros mismos.

La lógica del priismo viejito de nada más premiar medallas (la casa de interés social, el taxi, eran cosas que se daban hace medio siglo) es la de un desprecio de fondo al deporte de alto rendimiento; es obviar que necesita espacios, entrenadores, médicos, fisioterapeutas, psicólogos, metodólogos y un enorme etcétera y es también olvidar que todos, antes de la medalla, alguna vez no llegaron al podio. Se requieren inversiones de largo aliento.

Digo lo último porque no vaya a ser que, luego de Tokio 2020, donde el nivel competitivo es otro, al gobierno se le quite la emoción porque no hubo tantas medallas y se decida por la pobreza franciscana en materia deportiva.

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