Opinión

Ramón López Velarde, maderista

Ramón López Velarde, maderista

Ramón López Velarde, maderista

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Javier Garciadiego Dantán | Segunda parte

Fue entonces, y sólo entonces, cuando Madero decidió fugarse y convocar a la lucha armada. El testimonio más valioso es el del hombre más cercano a Madero durante esos meses, responsable de su prisión y su compañero de celda: Roque Estrada. Este asegura que antes se padecía de la “carencia absoluta de un plan que definiese el objetivo y procedimientos de la Revolución”. Roque Estrada es insistente: antes de los resultados electorales oficiales no había un “plan preconcebido de acción”, pero ratificados definitivamente los resultados el 4 de octubre, Madero decidió fugarse al día siguiente, para dirigirse a San Antonio, Texas. Ya en esta población, “a finales de octubre” Madero solicitó a cinco de sus colaboradores más cercanos “que estudiásemos un proyecto de plan revolucionario confeccionado en San Antonio por el mismo señor Madero”. Después de varias sesiones en que se revisó dicho proyecto, Madero se presentó a la última, en la que se dio la “forma definitiva” al Plan. Roque Estrada es muy claro al respecto: “por consideraciones de alta conveniencia, de dignidad y neutralidad, se le puso la fecha del último día que permaneció el señor Madero en San Luis Potosí”.

Como buen cristiano, López Velarde no fue partidario de la violencia. Esto es, simpatizó con el reclamo electoral, no con la lucha armada. Además, fue grande su desencanto con las concesiones al Porfiriato vencido en los llamados Tratados de Ciudad Juárez, y aún mayor con el Madero presidente. Le desilusionó que fuera tan permisivo con la incorporación de viejos porfiristas a su gobierno, tan débil frente a grupos como el orozquista y el zapatista, y que los jefes del maderismo en estados como San Luis Potosí, Aguascalientes y Jalisco acudieran al nepotismo, al influyentismo, a la corrupción y a otras prácticas propias del régimen anterior. Sin embargo, nunca menguó su adhesión a Madero como persona. Sobre todo, el joven López Velarde —tendría entre 23 y 24 años— insistió en varios de sus artículos que los errores del gobierno maderista no justificaban, ni remotamente, la añoranza nostálgica por el Porfiriato. Fue claro y contundente: cualesquiera que fueran sus previsibles errores como gobernante, gracias a Madero ya se podía vivir en México “como hombres”; esto es, con dignidad y en libertad.

Las críticas de López Velarde a la administración maderista se convirtieron en oposicionismo institucional. Primero, a lo largo de 1911 fue un crítico contumaz, irónico y socarrón, de los gobernadores maderistas de Aguascalientes, Jalisco y, sobre todo, San Luis Potosí. Para uno de los grandes estudiosos de López Velarde —José Luis Martínez—, su prosa política fue “de escaso valor, endeble y circunstancial”; para uno de los grandes conocedores de su obra —Juan José Arreola—, fue “felizmente prosaica”, siempre “sarcástica”, escrita con “malicia”; paradójicamente, para José Emilio Pacheco, siempre mesurado y gran lector de López Velarde, sus prosas políticas fueron “infames”. Para mí, la labor periodística de López Velarde, tan distinta, obvia y necesariamente, a su obra poética, fue la labor de un joven de notable madurez, gran cultura literaria y con espléndido manejo de la ironía. Para muchos fue una crítica política localista, pero esto fue resultado de una decisión estratégica: buscaba desprestigiar a los políticos maderistas locales en beneficio de los políticos del Partido Católico Nacional. La estrategia resultó ser atinada: en Jalisco y Zacatecas el Partido Católico fue el triunfador en las elecciones de 1912. Por si esto fuera poco, la prosa política de López Velarde buscaba evitar la reaparición del jacobinismo en el país, al que identifica con varios políticos maderistas que se presentaban como los herederos de los Liberales de mediados del XIX. Sobre todo, la escribió él: en lugar de denostarla o de ocultarla, intentemos comprenderla.

¿Cuál fue la actitud de López Velarde respecto a Madero al final de su gobierno? Para comenzar, a pesar de su apoyo inicial, el gobierno de Madero no le hizo un ofrecimiento laboral decoroso al nuevo abogado. Acaso fue denunciado ante Madero por el gobernador potosino, el doctor Rafael Cepeda, constantemente vilipendiado como “cepedita” por el poeta y periodista. Lo cierto es que López Velarde se hizo militante del recién fundado Partido Católico Nacional, lo cual lo hacía contrario al partido de Madero. Cierto es que López Velarde buscó que se estableciera una alianza entre los católicos y Madero, lo que no fue posible por el alto número de liberales integrados a la administración maderista. Como fuera, a mediados de 1912 López Velarde fue candidato a diputado suplente de Jerez por el Partido Católico Nacional, pero resultó derrotado.

Después de que Madero fuera derrocado, López Velarde primero se refugió en San Luis Potosí y luego se instaló definitivamente en la capital del país. Si bien no tuvo una militancia antihuertista, repudió el ‘cuartelazo’ y el asesinato de los mandatarios. Su postura, sin embargo, fue contraria a la de su grupo, porque los católicos, comenzando por la alta jerarquía y por los políticos laicos del Partido Católico Nacional, apoyaron al principio al gobierno usurpador. Sin embargo, López Velarde fue de los católicos más claramente antihuertistas, y si bien deseaba que hubiera “un tratado de paz” entre los dos contendientes, en el fondo era partidario de que siguiera el proceso de cambio, para “despojar a la burguesía de toda su fuerza política y de su preponderancia social”, y para hacer “una poda de reaccionarios”. Su postura resulta comprensible: López Velarde era miembro de la clase media pueblerina y un joven abogado sin empleo ni muchas ganas de conseguirlo, que se identificaba con el catolicismo progresista, con compromiso social, que se basaba en la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII, corriente que agrupó al sector del catolicismo mexicano contrario a Huerta.

Como tantas etapas y momentos de su vida, los meses de la lucha revolucionaria fueron muy tristes para López Velarde. No solo canceló la poca actividad política que tenía, sino que incluso entró en un periodo de aislamiento social. Su preocupación era inmensa, pues su familia —madre y hermanos— vivían en Jerez, que estaba enclavado en una zona con cierta actividad rebelde. De hecho, peligraban sus gentes y “sus queridas ciudades”, como Jerez, Zacatecas, San Luis Potosí —“tierra de mi devoción”— y Aguascalientes, pues estaban troqueladas “para la calma provinciana” y ahora padecían “la furia revolucionaria”, aunque lo cierto es que Jerez padeció mucho menos violencia que las otras ciudades zacatecanas importantes. De otra parte, López Velarde también padecía una cruel angustia ideológica, pues si bien prefería a los rebeldes Constitucionalistas, sabía que eran enemigos “de sus creencias”.

La situación se hizo insostenible. En diversos momentos y trayectos, su familia y él, como tantos mexicanos, se asentaron en la capital del país a la búsqueda de paz y seguridad. Su llegada a la ciudad de México, a principios de 1914, fue un parteaguas en su vida, tan significativo como había sido dejar Jerez unos diez años antes. Las diversiones y actividades culturales fueron toda una novedad; lo mismo los círculos literarios. Si bien sus mejores amigos serían algunos de sus compañeros de juventud que se habían radicado antes en la capital y que compartían con él algunos intereses artísticos, como Saturnino Herrán, Pedro de Alba, Jesús B. ‘chucho’ González, Enrique Fernández Ledezma y hasta Manuel M. Ponce, pronto entró en contacto con escritores cuya obra le parecía antes decadente, como Enrique González Martínez, Rafael López, Efrén Rebolledo y sobre todo José Juan Tablada. Otro cambio fue su ingreso laboral en el sector educativo del gobierno federal, cuando a la entrada de las fuerzas Constitucionalistas fue hecho Jefe de la Sección Universitaria, dependiente de la Secretaría de Instrucción Pública, cargo que conservó cuando el gobierno de Carranza se asentó en Veracruz y a la capital llegó el de la Convención.

La siguiente responsabilidad pública de López Velarde fue sin duda la más desconcertante de su biografía. Sin antecedentes, militancia o contactos, fue designado Secretario de Instrucción Pública del gobierno Convencionista del villista y antes maderista, Roque González Garza. Las preguntas al respecto, todas sin respuesta, son varias: ¿Tenía algún vínculo con esa facción?, ¿quién lo recomendó?, ¿fue una simple promoción obligada, ante la ausencia de otros candidatos, por ser Jefe de la Sección Universitaria?, ¿por qué aceptó?, ¿cómo fue que se dispuso a colaborar con un gobierno Convencionista si no tenía simpatía alguna por el zapatismo y si los villistas habían fusilado a un tío sacerdote, que además era el que lo había bautizado, el padre Inocencio López Velarde, apenas medio año antes, alrededor de la toma de Zacatecas por la División del Norte, a finales de junio de 1914? Como fuera, sólo estuvo en el cargo cuatro días, del 16 al 19 de enero de 1915, como breve fue todo en los gobiernos Convencionistas. Lo sucedió Joaquín Ramos Roa, quien había sido diputado ‘renovador’ —o sea maderista— en la XXVI Legislatura por Guanajuato, y quien luego había sido encarcelado por Huerta a la disolución del Congreso. López Velarde lo identificaba desde antes, pero su imagen de él no era buena, en tanto que lo consideraba el hombre fuerte y un “mal consejero” del gobernador Lizardi, a quien acusaba de hacer trampas electorales. Otra vez Gabriel Zaid nos da la explicación sencilla y contundente del supuesto enigma. El nombramiento de López Velarde tuvo un origen estrictamente administrativo: ante el abandono del Secretario de Instrucción Pública del gobierno Convencionista anterior —José Vasconcelos—, se tuvo que nombrar por razones escalafonarias a un Jefe de Sección, lo que era López Velarde. Pero Joaquín Ramos Roa también era Jefe de Sección en el Ministerio, y con seguridad el presidente González Garza relevó al poeta en favor de éste, quien había sido su compañero de bancada en la XXVI Legislatura.

Su siguiente —y última— aparición política fue muy sorprendente, y quedan aún numerosas interrogantes sobre ella: ¿Cómo, a pesar de haber sido miembro de un gobierno Convencionista, luego fue secretario particular del ministro de Gobernación del presidente Carranza? En este caso las explicaciones son claras: se trataba del coahuilense Manuel Aguirre Berlanga, con quien había colaborado en el Partido Potosino Antirreeleccionista en los inicios del proceso revolucionario y con quien antes había tenido cierto trato en el Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí, donde Aguirre Berlanga también estudió y luego fue profesor en la ‘carrera’ de abogado. Al margen de las fallidas aspiraciones presidenciales de Aguirre Berlanga, lo cierto es que en mayo de 1920 éste era uno de los más importantes acompañantes de Carranza en su huida de la capital, cuando ésta fue amenazada por los rebeldes sonorenses. Todo parece indicar que López Velarde iba en el convoy que salió a Veracruz, para apoyar a su jefe el Secretario de Gobernación Aguirre Berlanga. Sin embargo, como la mayoría de los civiles, regresó a la ciudad de México en uno de los primeros contratiempos militares del convoy presidencial.

Llama la atención que López Velarde haya sido considerado por algunos como un “reaccionario”. Al margen de lo inútil del asunto, tratándose de un poeta, ¿puede calificarse como tal a quien simpatizó con Madero y luego colaboró con el gobierno de Carranza? ¿Puede caracterizársele como reaccionario sólo por no haber considerado como opción ni a villistas ni a zapatistas? Retrocedamos unos años: ¿Todo católico es indefectiblemente reaccionario, aún si se trata de un católico progresista, influido por la encíclica Rerum Novarum que promulgara León XIII en 1891? ¿reaccionario solo por tener añoranzas de su pueblo y de su infancia? ¿es lo mismo ser reaccionario que misoneísta, en el sentido de que López Velarde temía la modernización y la norteamericanización del país? ¿Reaccionario quien nunca sintió nostalgia por el Porfiriato, sino que advirtió contra el peligro de “retrogradar”? ¿Es reaccionario todo aquel que se decepciona de un proceso revolucionario? Sobre todo: ¿si fuera reaccionario dejaría de ser un poeta extraordinario? De hecho, algunos lo han considerado reaccionario porque en su poema La suave patria asegura que Jerez había sido convertido por la Revolución, a la que asocia con “el hambre y el obús”, en un “edén subvertido”. Insisto: es una acusación inútil y mal dirigida. Prefiero quedarme con una imagen atinadísima: López Velarde simpatizó con el Maderismo y colaboró con el Carrancismo, pero en ambos “con mala suerte”.

Carranza fue derrocado y muerto; Aguirre Berlanga estuvo preso por un corto tiempo, pues se le quiso hacer responsable de la pérdida del tesoro nacional, perdido —supuestamente— durante el fallido trayecto presidencial. López Velarde quedó sin el empleo de Gobernación, y tuvo que sobrevivir de las clases que impartía en la Preparatoria, institución que era símbolo de la educación Positivista que tanto había criticado, y en la Escuela de Altos Estudios, fundada por los ateneístas, con quienes tenía una relación de antipatía mutua. Sin duda ya no era el esmerado católico que había sido en Jerez o en San Luis Potosí. Si antes detestaba la capital del país, ahora era parte de su vida cultural. Incluso fue uno de los dirigentes-fundadores de la revista Pegaso. Sobre todo, el joven lector de los poetas católicos ahora estaba vinculado con escritores como Enrique González Martínez y José Juan Tablada, a quienes identificaba con la literatura vanguardista. También tenía cierta relación con los poetas más jóvenes que luego harían la revista Contemporáneos, como José Gorostiza, Carlos Pellicer y Xavier Villaurrutia. Sin embargo, ese nuevo Ramón López Velarde no duraría mucho. Coqueteó con la idea de buscar un puesto diplomático, pero decidió permanecer en el país. Primero dirigió una revista humilde, La Novela Quincenal, y luego José Vasconcelos lo convenció de colaborar en la revista oficial El Maestro, pero sólo pudo hacerlo por pocos meses, pues murió a mediados de 1921. La inmediata multiplicación de sus futuros lectores contrastaría con el escaso eco de los dos únicos libros que publicó en vida —La sangre devota y Zozobra—. El mediocre profesor y el poeta casi anónimo pasó a ser, de inmediato, una gloria nacional. Álvaro Obregón, a quien rechazaba por militarista y jacobino, decretó a su muerte tres días de luto nacional. Comenzaba la leyenda…

* El artículo original cuenta con notas de

pie de página que se omitieron por

razones de espacio, pero se puede leer

completo en la página web del periódico

* Las principales fuentes del autor fueron los artículos políticos de Ramón López Velarde y los libros de Guillermo Sheridan y Gabriel Zaid.