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Rechinidos, sones y carnavales en Palacio Nacional

El tema de Urzúa, Romo y demás personajes influyentes del actual gobierno, impuso récord de 84 minutos en las 153 mañaneras registradas; el Presidente tomó el anzuelo con desparpajo y sin perder la compostura, ante lambiscones e irreverentes y el fastidio de funcionarios que miraban impacientes el reloj convencidos de que la Cuarta Transformación seguirá rechinando

El tema de Urzúa, Romo y demás personajes influyentes del actual gobierno, impuso récord de 84 minutos en las 153 mañaneras registradas; el Presidente tomó el anzuelo con desparpajo y sin perder la compostura, ante lambiscones e irreverentes y el fastidio de funcionarios que miraban impacientes el reloj convencidos de que la Cuarta Transformación seguirá rechinando

Rechinidos, sones y carnavales  en Palacio Nacional

Rechinidos, sones y carnavales en Palacio Nacional

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Nunca, en los 153 encuentros mañaneros registrados hasta ayer, un tema se había extendido tanto: 84 minutos de Carlos Urzúa y su huida, de Alfonso Romo y demás “personajes influyentes del actual gobierno con un patente conflicto de interés”.

Al Presidente se le lanzó el anzuelo y lo tomó. Lo hizo con desparpajo, como si nada grave ocurriera y ajustado a una frase: todas las transformaciones son abruptas.

Nombres y más nombres, fue la exigencia de arranque. Nombres de quienes han tomado decisiones sin sustento, de los extremistas, de quienes han impuesto a funcionarios sin conocimiento hacendario y se han inclinado por el influyentismo y los intereses particulares… De repente, parecía escabullirse entre anécdotas, pensamientos filosóficos o pasajes históricos.

“Escucho a todos y concilio, y siempre me acuerdo del mejor presidente que ha habido en la historia: Juárez. Imagínense cómo tenía él que conciliar. Decía Comonfort que los problemas se resolvían con apretones de manos y le contestaba Ocampo que los problemas se resolvían con apretones de pescuezo, y el presidente ahí en la conciliación”.

Y guardadas todas las proporciones, ejemplificaba: “El presidente Juárez, en los 14 años que gobernó en circunstancias muy difíciles, porque tuvo que peregrinar por el país y defender la República, llevó a cabo como 30 cambios en la Secretaría de Hacienda”.

Pero al final, a retazos, de gota en gota, descubrió a los villanos de la telenovela imprevista: Romo, Ríos-Farjat, Nájera Solórzano… Y no pareció estremecerse ni debilitarse.

“Hay que acostumbrarnos a las discrepancias, y no enojarnos”, decía. Se aferró a la soltura y terminó casi tarareando las notas cubanas de Celia Cruz: “Ay, no hay que llorar/Que la vida es un carnaval/Que es más bello vivir cantando”…

A su estilo, el Presidente lo describió así cuando se le preguntó si le gustaba ser evaluado por su gabinete y si eran válidas valoraciones como las vertidas por Carlos Urzúa:

“Diario me están evaluando. ¿A quién han criticado más en los últimos tiempos como presidente? Es ver la vida con alegría, sin amarguras y estar feliz de servir al prójimo, es una dicha enorme el poder servir a los demás y no mentir, no robar, no traicionar al pueblo; y con eso se duerme tranquilo, sin ningún problema de conciencia”. Su vida de gobernante como un carnaval…

Hubo quien se atarantó con la frase presidencial del día anterior, aquella con la cual el Ejecutivo intentó explicar el adiós del secretario de Hacienda: “No se puede poner vino nuevo en botellas viejas… Como se están llevando a cabo cambios, se cimbra, rechina”.

—¿La de edad de Urzúa tuvo que ver?, ¿se están quedando viejitos sus colaboradores? —le preguntaron.

Aquel despiste fue tomado por AMLO, otra vez, con regodeo: “No, puro jovenazo. Lo de la edad es más que nada un estado de ánimo. Hablo de vino nuevo, porque es otra política”.

—También se refirió a rechinidos. ¿Podemos entonces esperar despidos?

—No, me refiero a que rechina porque tenemos el mandato de cambiar y tenemos la voluntad de hacerlo, el aplomo, es decir, la firmeza. Aunque rechine, la cuarta va.

Y con el mismo aire despreocupado de toda la mañana, dejó los ritmos carnavalescos de doña Celia para adentrarse en el compás de un son jarocho: “Rechina y seguirá rechinando”.

Lejos del jolgorio presidencial, los tres colaboradores presentes en la conferencia: Marcelo Ebrard, de Relaciones Exteriores; Graciela Márquez, de Economía, y Jesús Seade, subsecretario de América del Norte, reflejaban inquietud, fastidio e incomodidad: primero, por las preguntas en torno a los vaivenes del gabinete, y después por el prolongado diálogo. El canciller, sobre todo, se quitaba las gafas, se frotaba los ojos y, cada vez más constante, veía el reloj.

Como suele hacerlo el mandatario cuando sus largas intervenciones abruman a los invitados, recompensa con elogios: “Marcelo ha hecho un trabajo extraordinario, de primera”.

—¿Y él no va a renunciar? —se escuchó entre el enjambre reporteril.

—No, nos ha representado con mucha dignidad. Graciela lo mismo, extraordinaria secretaria; y Jesús es un experto: no hay en otro gobierno del mundo, un servidor público con tanta experiencia en negociaciones económicas y comerciales.

Y ya se iba el Presidente, asido al desenfado y sin perder la compostura, convencido de la necesidad, ahora como nunca, de difundir el Plan Nacional de Desarrollo para compartirle al pueblo las diferencias entre el documento neoliberal propuesto por Urzúa y el texto escrito por él, bajo el modelo bautizado ya como crecimiento con bienestar o progreso con justicia. Lo hará, dijo, casa por casa.

Se retiraba, con sus sones y carnavales: “Celebro mucho eso en Carlos (Urzúa) y en Germán (Martínez), el decir: ‘no’, porque antes era siempre decir: ‘sí, sí, señor’. ‘¿Qué horas son?’ ‘Las que usted diga que sean, señor’. Y nadie decía que no”.

Y en ese tenor de lambiscones e irreverentes, antes de la despedida reaparecieron de nuevo los apretones de pescuezo de Ocampo y Comonfort.

—¿Arturo Herrera le podrá decir que no, incluso a algunas de sus obras prioritarias? Él había dicho antes que la refinería de Dos Bocas debía repensarse más, ¿qué pasará cuando le diga: ‘no, Presidente, no se puede’?

—Lo convenzo. Tengo manera de convencer, tengo argumentos.

—¿Acaso le va a apretar el pescuezo o qué?

—No, es fácil convencer que hace falta la refinería de Dos Bocas.

Ciento cincuenta y tres encuentros, 84 minutos de Urzúa y la Cuarta Transformación rechina y seguirá rechinando…