Cultura

Resiliencia, pensamiento y acción

La resiliencia suele empobrecerse con la superchería que manejan los gremios de “autoayuda”, que suelen adornar sus discursos y publicaciones con una retahíla de recetas para “triunfar” y “volar sobre el pantano”

Resiliencia, pensamiento y acción

Resiliencia, pensamiento y acción

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La resiliencia, término del latín resilio que significa “volver atrás”, empezó a cobrar fuerza en el ámbito de la psicología para describir a las personas capaces de superar las adversidades, gracias a su fuerza de carácter, convicciones, creencias y apoyos recibidos de otros individuos o comunidades, en el momento de su aflicción.

La resiliencia se ocupó, en principio, de los niños que presentaban alguna discapacidad, pero pronto amplió la mirada hacia quienes padecían maltratos en el hogar, la escuela o habían experimentado situaciones de violencia, marginación, consumo de drogas, entre otras patologías derivadas de los conflictos sociales.

Pese a la novedad del concepto y sus aplicaciones en los centros de rehabilitación, mediante las narrativas ejemplares, y en las escuelas que han intensificado las tutorías para incidir de manera positiva en las y los jóvenes, con el propósito de reorientar algunas de sus pulsiones y mejorar sus proyectos de vida, la resiliencia suele empobrecerse con la superchería que manejan los gremios de “autoayuda”, que suelen adornar sus discursos y publicaciones con una retahíla de recetas para “triunfar” y “volar sobre el pantano”.

En consecuencia, se requiere ampliar la visión hacia otras disciplinas sociales y humanísticas, sin descuidar los aportes de las religiones y la filosofía, cuyo propósito ha sido favorecer los comportamientos morales y éticos de las personas, en un determinado contexto cultural e histórico.

De esta manera, la escuela estoica, inaugurada por Zenón de Citio en el año 301 A.C., podría ser un buen antecedente de la resiliencia, ya que recupera las expresiones de la sapiencia oriental de las culturas hindú, persa y hebrea, después recurre al pensamiento presocrático y retoma la doctrina de los filósofos cínicos, para crear un conjunto de principios centrados en la búsqueda de la felicidad del ser humano.

Desde luego, la felicidad será para los estoicos un plan de acción que implica la clausura de los deseos –como aconsejaban Buda y Lao Tsé–, la introspección, el fortalecimiento de la razón para desechar las pasiones, el ejercicio de la libertad, entendida como el control de las propias emociones; la confianza en los sentidos, en los dioses y en la naturaleza. La clave está en no oponerse al mundo ni rivalizar con él, sino subirse a la barca que recorre el cauce del río de Heráclito, obedeciendo al destino.

Para los estoicos es importante vivir en el tiempo presente, pues ¿qué caso tiene avivar las heridas del pasado?, o bien, ¿por qué empeñarse en construir castillos en el aire sobre lo que podríamos tener en el futuro?, el aquí y el ahora son la sustancia y la cifra de la vida, pues la austeridad del día con día constituye una suma de virtudes que conduce a la sabiduría, cuya imagen ideal nos recuerda al gran Siddhartha Gautama bajo el abanico de una cobra gigante, sumido en profunda meditación.

Tiempo después, el estoicismo conquista las élites romanas y encarna en tres grandes filósofos: Epitecto, Marco Aurelio y Séneca, pero también influye en la moral cristiana, a través de san Jerónimo y san Pablo, luego reaparece entre los humanistas del Renacimiento, como Montaigne, Erasmo y Juan Luis Vives, para continuar en las obras de Descartes y Kant, sin menguar su influencia en el movimiento ilustrado del siglo XVIII.

Como se observa, la resiliencia podría enriquecerse mediante la recuperación de este enorme legado sapiencial, para alejarse de la chabacanería de los clubes de optimismo que suelen reciclar los dichos y las prédicas evangélicas que reducen la complejidad del hombre al encono del bien y el mal, con fuertes dosis de maniqueísmo.

En lo particular, es muy importante reconocer que ninguna persona puede levantarse de las ruinas, sobrevivir a las catástrofes, las guerras o los genocidios sin una toma de conciencia o, dicho de otra manera, sin establecer un juicio o reflexión sobre lo ocurrido, para entrar en un proceso posterior de curación mental.

Lo anterior implicaría ejercitar el perdón sin olvidar la petición de justicia y la reparación del daño. También supondría asumir una postura según la cual el hombre y la mujer no son malos, o infames por naturaleza; ya que sus conductas, por abominables que sean, están vinculadas a un modo perverso de convivencia social, misma que podría cambiar mediante la acción humana.

En este contexto, la obra de Hannah Arendt, quien fue testigo del holocausto y, sin embargo, no incurrió en el pesimismo extremo y, más bien, buscó una explicación alternativa al horror del nacismo, postula que el pensamiento, o el logos, es una categoría dinámica vinculada a la acción, y la voluntad de los seres humanos –concepto que retoma de Schopenhauer y Nietzsche– implica la realización de la vida, pues el ser se funda en ella y no en la muerte; por tanto, el nacimiento siempre nos brindará la oportunidad de volver a empezar para reconstruir y anudar todo lo que se ha roto. En consecuencia, es una tarea permanente de los hombres y las mujeres reestablecer los lazos sociales, para propiciar las condiciones básicas de la existencia humana. Tarea que fue indispensable a la caída del nacismo.

La resiliencia, en este sentido, sería un ejercicio colectivo fundado en la vida, como valor supremo de la existencia humana. Así pareciera celebrarlo Amado Nervo en este poema: “Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,/ porque nunca me diste ni esperanza fallida,/ ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;/ porque veo al final de mi rudo camino/ que yo fui el arquitecto de mi propio destino;/ que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,/ fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:/ cuando planté rosales, coseché siempre rosas./ ...Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:/ ¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!/ Hallé sin duda largas las noches de mis penas;/ mas no me prometiste tan sólo noches buenas;/ y en cambio tuve algunas santamente serenas.../ Amé, fui amado, el sol acarició mi faz./ ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”