Opinión

Ruta de Colisión

Ruta de Colisión

Ruta de Colisión

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
Ninguna razón le asiste al Presidente López Obrador para sugerir al periódico Reforma dar a conocer la fuente del retazo de una irrelevante carta suya.

Carece de fundamento aun para un planteamiento del modo tan delicado como lo hizo, mismo que, sin embargo, el diario tradujo y perifoneó como una orden; con unos imperativos “debe” y “exige”, existentes sólo en su histérica y mercadológica reacción.

Decir que el Jefe del Ejecutivo no tenía motivo válido, en modo alguno significa, no obstante, cohonestar la peculiar y arrogante ética del periodista y activista político Jorge Ramos, famoso por su ánimo de figuración.

En funciones de vocero oficioso del diario supuestamente requerido días atrás de malas maneras, y del gremio periodístico todo, el comunicador de Univisión aseguró: “¡ningún periodista va a revelar las fuentes, ninguno!”.

Al escuchar al reportero que suele utilizar sin recato las herramientas del periodismo para fungir en realidad de agente provocador, uno se queda pensando en cual libro de ética habrá leído semejante distorsión.

Horas de radio y televisión y decenas o centenares de miles de mensajes digitales ha absorbido el tema del fragmento de la consabida carta al rey Felipe VI.

Empero, todavía merece atención y ser diseccionado porque atañe a una relación —la del gobierno con la mayoría de medios convencionales; las redes, ya se sabe, están “benditas”—, en rápido proceso de descomposición.

Así se vio al inicio de la presente semana, cuando, enigmático, entre complaciente y amenazante, nuestro primer mandatario “ensalzó” a los reporteros que cubren su tempranera conferencia; pero aludiendo al acoso ciudadano que algunos de ellos han sufrido:

“Ustedes son prudentes. Porque aquí los están viendo… y si se pasan, pues… ya saben, ¿no? lo que sucede. Pero no soy yo, es la gente”, dijo el Presidente, y luego aseguró que su gobierno garantiza la libertad de la prensa.

Pueden verlo hasta los ciegos. La relación prensa-gobierno va en ruta de colisión. Con responsabilidad de parte y parte.

De un lado, un Presidente con notorias dificultades para verbalizar con corrección sus ideas, y para colmo —repostero que no come el pastel que hace— supremamente imprudente.

A diario el Jefe del Ejecutivo da con el pie a la misma piedra de la locuacidad irreflexiva con que Vicente Fox tropezaba con testarudez.

Del otro lado, una prensa sesgada y con un pasado que, salvo excepciones, la delata como omisa, logrera, sin noción de grandeza, cercana al anterior régimen hasta la complicidad, y que, a estas alturas, ya no oculta su inquina por el Jefe del Estado.

Sólo la propensión al activismo y la megalomanía pudieron inducir a Jorge Ramos sermonear al Presidente e interrogarlo con ánimo tan sulfurado que lo llevó a incurrir en un enredo conceptual:

“Pero, ¿no cree que revelar las fuentes periodísticas, revelar las fuentes, es un ataque a la libertad de prensa?”

Se entiende, contextualmente, que la pregunta no apuntaba a explorar el pensamiento del interlocutor sino más bien a reprenderlo con base en la suposición de que la sola petición de revelar fuentes implica ataque a la libertad de prensa.

Lapsus aparte, la respuesta presidencial debió ser que la reserva y protección de la fuente es un principio general; pero que, con rigor ético, depende de cada situación específica. Porque hay de casos a casos. Y no existen las libertades absolutas.

¡Por supuesto que, en determinadas situaciones, los periodistas están no sólo ante el derecho, sino la obligación de revelar la fuente de su información! De cantar “Me lo dijo Adela”, sin incurrir en capitulación ética alguna e incluso honrando este alto valor profesional.

Hasta ahora, en nuestro ámbito, hemos visto medios y líderes de opinión que difunden filtraciones, chismes y versiones producto de un pretendido periodismo de investigación o de una sagacidad y un olfato reporteril muy afinados. Versiones que, a veces, la realidad se ha encargado de desmentir patente, vergonzosamente.

Con nula noción de la ética, esos medios y periodistas han preferido aparecer como mentirosos, venales o sirvientes de quien sabe qué intereses antes que develar el nombre de quien los usó, los engañó y buscó por medio de ellos engañar a la opinión pública.

La consabida carta al rey es un asunto periodísticamente atractivo, interesante; mas no pasa de lo anecdótico, se queda en la frontera de lo baladí.

Por lo mismo, resulta desmesurado sugerir —como hizo el tabasqueño— que “sería bueno” dar a conocer la fuente, como si el asunto comprometiera altos intereses de Estado, implicara peligro inminente para la Patria, o como si a alguien le fuera la vida en el affaire.

Si por la nimiedad del caso el Presidente carecía de razón al deslizar la idea de que el filtrador fuese delatado, el diario hizo una enorme alharaca y dio la medida de su ética para transmitir información a sus lectores.

El “sería bueno”, del de Macuspana, fue difundido como “exige López Obrador…” o “dice el Presidente que Reforma debe…” ¿Dónde escucharon los responsables de ese diario semejantes imperativos? ¿A cuál conferencia concurrieron?

Más todavía, en la difusión del tema se le puso sordina a una frase que el tabasqueño, a lo largo de la semana repitió en machaconas variaciones sobre el mismo tema: “Pero, también, si no quieren (los medios y en particular Reforma, revelar su fuente) no tienen obligación; es su derecho mantener su fuente”.

La capitalización del choque con el mandatario para ganar respaldo y suscripciones incluyó martirologio, hashtags, declaraciones, artículos y hasta un video del multipremiado periodista y activista, quien con su lance se matriculó en el selecto club de quienes en las mañaneras han pasado de la notoriedad al ridículo: Nino Canún, Ricardo Rocha, Pedro Ferriz Hijar, Isabel Arvide

La ardorosa defensa de Jorge Ramos recuerda noviembre de 1994. Reputados intelectuales y periodistas salieron entonces a las calles para vender ejemplares del mismo diario, por aquellos días en pugna con la Unión de Voceadores.

Apoyaron el derecho del rotativo a tener su propio sistema de distribución y venta, mediante canillitas que, en el pomposo decir de la empresa, no eran meros voceadores sino genuinos pequeños empresarios.

Sería bueno saber, un cuarto de siglo después, el destino de aquellos pequeños empresarios y sus entonces promisorios negocios editoriales.

Debería proceder con más humildad una prensa que, ciertamente, no quedará bien posicionada cuando se escriba la historia de su desempeño en la actual etapa histórica de nuestro país.

A diario lo señala el titular del Ejecutivo, sin que resulte fácil desmentirlo.

A menos que alguien haya visto reflejados, en el pasado reciente en los medios, el cúmulo abrumador de calamidades destapado por el actual gobierno.

Son de sobra conocidos: la colosal dimensión del huachicol, el derroche de recursos públicos, los insultantes sueldos de funcionarios, la turbia renegociación de deudas estatales, los proveedores consentidos, la ceguera de los órganos reguladores, la farsa de los testigos sociales…

Cualquiera que sea la realidad de tal desempeño, la colisión se perfila inevitable. Conviene ajustarse el cinturón.

aureramos@cronica.com.mx