Opinión

San Fernando: memorias de la violencia

San Fernando: memorias de la violencia

San Fernando: memorias de la violencia

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

*Oscar Misael Hernández-Hernández

En el año 2010, con el asesinato de 72 migrantes de Centro y Sudamérica, San Fernando, Tamaulipas, se hizo visible en la cartografía nacional e internacional; simultáneamente se convirtió en una marca territorial de la violencia en el México contemporáneo. Una “marca” en tanto un lugar sacralizado “luego de ser testigo de la atrocidad de una masacre” o un espacio “de resistencia frente a los discursos (oficiales) que apelan a la impunidad y al olvido”, como han afirmado algunos especialistas. Este agosto del presente año se cumple una década de aquel episodio que marcó a San Fernando.

No obstante, la marca del lugar intenta ser borrada, al menos desdibujada, desde discursos gubernamentales. Un letrero de bienvenida, colocado por la Administración Municipal 2016-2018 en la entrada de norte a sur, dice: “San Fernando. Tierra Generosa. CON FE Y ESPERANZA”. Sí, fe y esperanza en mayúsculas, como tratando de convencerse o convencer a los visitantes. Y es que, en San Fernando los 72 migrantes asesinados en 2010 fueron el principio; después siguieron los más de 190 cuerpos encontrados en fosas clandestinas en 2011; posteriormente el secuestro de personas que viajaban en autobuses, y podemos sumar más.

San Fernando, sin duda, es una marca territorial de la violencia criminal en México —ya sea que dicha violencia emane de grupos del crimen organizado, del Estado o de ambos—, pero sobre todo, San Fernando es un lugar de memorias con diferentes nichos que lo articulan como tal en el tiempo y el espacio. Un lugar de memoria, a final de cuentas, es “una unidad significativa, de orden material o ideal, a la que la voluntad de los hombres o el trabajo del tiempo convirtieron en un elemento simbólico de una determinada comunidad”, como destaca el antropólogo Joël Candau.

Un primer nicho que encumbró a San Fernando como lugar de memoria, fue un altar virtual, construido dos meses después del hallazgo de los 72 cuerpos de los migrantes. Se trató de un proyecto diseñado por periodistas y escritores con el propósito de rememorar las víctimas de la matanza, evitar que la tragedia se olvidara y recordar a otros indocumentados que fallecen y pasan al anonimato. Un libro titulado 72 migrantes surgió un año después del altar virtual. Hoy en día, el libro sigue, mas no así el altar, el cual se convirtió en un dominio particular sobre la migración en otros contextos.

Un segundo nicho fue un altar físico, construido en 2018 por religiosos y ciudadanos: una cruz, con 72 pequeños crucifijos, en el bodegón del rancho donde quedaron apilados los cuerpos de los 72 migrantes. Ambos altares trataron de anclar el recuerdo para evitar el olvido o los silencios forjados desde el Estado o desde los grupos criminales. El altar físico, similar al altar virtual, comenzó a fenecer: poco a poco, la maleza y la inseguridad crecieron paralelas e impidieron el saneamiento material y simbólico del lugar, de los objetos, de la fe y la esperanza.

Un tercer nicho de memoria de la violencia yace en la plaza principal de San Fernando. En 2017, el Instituto de Atención a Víctimas del Delito, colocó una placa conmemorativa in memoriam de Miriam Rodríguez: “En reconocimiento franco a una mujer infinitamente ejemplar”. Ejemplar porque Miriam fue la madre sufriente cuya hija fue asesinada en 2010 por gente del crimen organizado. Ejemplar porque, a pesar del sufrimiento, Miriam tuvo el valor de buscar y denunciar a los criminales. Ejemplar porque, además, fundó un Colectivo de familiares de desaparecidos, para ayudar a otros padres. Ejemplar porque la asesinaron a balazos el 10 de mayo del 2017.

Marcas, nichos, monumentos y demás conforman las memorias de la violencia en San Fernando, pero también hay otras memorias: las emocionales, vividas y reconstruidas por sus habitantes, quienes a pesar de los años, continúan recordando, incluso intentando olvidar o guardar silencio. La primera de ellas remite al miedo como recuerdo del asesinato de migrantes y de la violencia en general. El miedo al rememorar los cuerpos asesinados que fueron observados, o bien los cuerpos de criminales deambulando por el pueblo, los ejidos o las brechas. Incluso, el miedo al recordar a los secuestrados que vivieron para contarla, o el miedo al guardar silencio ante preguntas que los hace recordar.

El miedo como registro de una memoria emocional se entreteje con las memorias corporales de los cuerpos victimizados —los migrantes, los desconocidos en fosas, los viajeros en autobuses—, a la vez que con las memorias de los cuerpos sociales de victimarios —los criminales—. Sin embargo, el miedo también constituye una memoria emocional que se enraiza más profundo entre aquellos habitantes con familiares desaparecidos o secuestrados durante los años de violencia. El miedo, además, como parte de una memoria emocional, se complementa con la ira.

Se trata de una emoción que, a diferencia del miedo, no es olvidada ni silenciada, sino más bien enfatizada a través del recuerdo. La emoción de la ira se traduce en formas de resentimiento, incluso de odio, hacia cuerpos criminales en particular: “Yo pienso: malditos viejos, por qué no se mataban entre ellos, por qué tenían que matar a gente inocente”, expresaba un habitante. Pero la ira, también es contra el Estado, en especial las fuerzas militares. Otro residente recordaba: “Nos bajaron los soldados, tenían un retén, y como íbamos en una camioneta, nos dijeron que seguro escondíamos algo. Nos dio miedo pero también coraje, porque la agarraban contra la gente común”.

Miedo e ira forman parte de las memorias emocionales. Disparadores del recuerdo de las violencias vividas. A una década del asesinato de los 72 migrantes y demás víctimas en San Fernando, es necesario, desde diferentes trincheras, reactivar los altares virtuales, los altares físicos, construir monumentos y antimonumentos, hacer públicas las conciencias y exigencias colectivas por la verdad y la paz. Sólo así, los lugares de memorias marcados por la violencia en México, podrán transitar hacia lugares de justicia y esperanza para nuevas generaciones.

* El doctor Oscar Misael Hernández-Hernández es profesor investigador de El Colegio de la Frontera Norte, COLEF.

Este agosto del presente año se cumple una década de aquel episodio que marcó a San Fernando.