Nacional

Se dedicaba a cuidar chivos en el monte; es la primera niña indígena fallecida por COVID

La muerte de Jhoana, de 12 años, aún no está registrada en la base de datos municipal de Constancia del Rosario, en la región mixteca de Oaxaca, reflejo del retraso de actualización que vive el país. La historia la revela en carne propia el doctor que atendió a la pequeña y que hoy padece el alud de malestares COVID. Los padres de la niña no lo aceptaban y se le fueron encima lo tacharon de loco y dijeron que ese virus no existía y “no creemos en eso”.

La muerte de Jhoana, de 12 años, aún no está registrada en la base de datos municipal de Constancia del Rosario, en la región mixteca de Oaxaca, reflejo del retraso de actualización que vive el país. La historia la revela en carne propia el doctor que atendió a la pequeña y que hoy padece el alud de malestares COVID. Los padres de la niña no lo aceptaban y se le fueron encima lo tacharon de loco y dijeron que ese virus no existía y “no creemos en eso”.

Se dedicaba a cuidar chivos en el monte; es la primera niña indígena fallecida por COVID

Se dedicaba a cuidar chivos en el monte; es la primera niña indígena fallecida por COVID

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Jhoana, de 12 años, es la primera niña indígena del país fallecida por COVID, al menos por el diagnóstico del médico legista, quien el sábado 27 de junio acudió a su comunidad para revisarla…

“La mayor prueba de que era coronavirus, además de la sintomatología, es que días después de tener contacto con ella, enfermé y el resultado de la prueba fue positivo”, refiere el propio doctor: César Madrigal Marín, quien hoy sortea con dificultad el alud de malestares.

Como reflejo del retraso en la actualización de la base de datos nacional, la muerte de la pequeña aún no está registrada en el mapa municipal de contagios elaborado por la Secretaria de Salud.

En Constancia del Rosario, su municipio, ubicado en la región mixteca de Oaxaca, sólo aparecen cuatro casos de contagio y cero defunciones.

Jhoana vivía en la villa llamada Río Venado, dentro de la zona triqui oaxaqueña, a unos 25 minutos de Putla, el “pueblo horroroso” recién aludido por el ex canciller Jorge Castañeda. En los días de la pandemia, dedicaba la mayor parte de su tiempo a “cuidar chivos en el monte”.

Su familia vivía del campo, y aún es un enigma cómo se contagió. Las versiones indican un posible contacto con el chofer de un colectivo o algún pasajero en la ruta Río Venado-Putla, donde el índice de casos se ha desbordado en las semanas recientes, o durante una cotidiana jornada de compras en “la gran ciudad” donde los lugareños suelen surtirse de víveres.

“Nos comentaron en la Fiscalía que había una niña de 12 años fallecida; por la crisis sanitaria, sugerimos que buscaran un médico local para que extendiera el certificado, pero la familia insistió en que fuéramos a revisarla personalmente”, cuenta el médico.

Él viajó cinco horas de Huajuapan de León, corazón de la mixteca, a Río Venados, acompañado de un químico y un criminólogo.

El papá refirió dolor de pecho y dificultades para respirar, como los síntomas más notorios de la chiquilla.

“De repente la niña comenzó a gritar por la asfixia, se acomodó boca abajo y se quedó inconsciente; por la urgencia, la llevaron con un particular rumbo a Putla, pero no la quiso recibir porque la vio muy mal, ya con las últimas respiraciones. Ella no aguantó llegar a un hospital”.

Por el cuadro clínico, el médico dictaminó coronavirus…

“Se me fueron encima, dijeron que yo estaba loco, que ese virus no existía y ellos no creían en eso”.

—¿Cómo se atreve a inventar cosas? A ustedes los médicos les están pagando para subir cifras— recriminó el padre.

“Traté de convencer a los familiares de que no era necesaria una autopsia, porque no había indicios de lesiones físicas o provocadas por un arma, tampoco de golpes, electrocución, piquetes o intoxicación. Ellos insistieron en que la hiciera, porque no creían lo del COVID. Cuando les dije que debía llevarme algunas muestras de órganos y líquidos para un estudio más profundo, se opusieron”.

—¿Qué hizo finalmente?

—Practiqué una incisión para poder observar los órganos principales y para que la familia se quedara más tranquila, pero no encontré nada que pudiera ir en contra del diagnóstico de COVID. Son condiciones muy difíciles las que encontramos en comunidades como esa: la gente es hostil, y a veces las autopsias las hacemos en el suelo, sobre tablas o tabiques, fuera de norma, y además exponemos a la gente a enfermedades o virus que se quedan impregnados en sus casas, salas o recamaras.

—¿Supone que ahí se contagió?

—Sí, no hay otra posibilidad. Cuando llegué a la casa de la pequeña, desde el patio ya había mucha gente regada, sin sana distancia ni medidas sanitarias, por la misma incredulidad. Yo sí llevé mi equipo de protección, traté de ser cuidadoso, pero estuve en contacto con la pequeña, con su familia, y luego, ya de regreso, con un compañero mucho más joven, de 22 años, a quien se le había olvidado su mascarilla y traje. En cualquier momento pudo ser. El riesgo por el manejo de cadáveres siempre es alto, no sabes a qué te enfrentas.

De Jhoana, sólo permanecen los recuerdos gratos: su televisión, sus carcajadas y sus chivos…

Durante los primeros ocho días de julio, el promedio diario de contagios de COVID entre niños y adolescentes es ya de 157; en junio, había sido de 117. Han fallecido 112 pequeños…

“Aunque la proporción de menores de edad enfermos es baja, los casos se han elevado. En el coronavirus, no hay grupos etarios exclusivos”, dice el médico Madrigal.

“Constantemente certifico jovencitos que ya tienen diabetes, inmunodepresión u otras enfermedades crónicas, lo que pone en riesgo sus defensas. Mucho se debe a la mala alimentación: comida rápida, refresco, sopas instantáneas, y el uso excesivo del Internet, ya no se quieren parar del sillón, ya no quieren hacer ejercicio, todo lo tienen a la mano y por eso las historias trágicas, aun en comunidades apartadas del país”…