Opinión

Se pierde la guerra contra la desigualdad

Se pierde la guerra contra la desigualdad

Se pierde la guerra contra la desigualdad

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El presupuesto para 2020 está por aprobarse. Mientras, el presupuesto para 2019 lleva un suberjercicio de 151 mil millones de pesos, incluidos varios de los programas que el gobierno federal había anunciado como prioritarios.

Al mismo tiempo, los pronósticos sobre la dinámica de la economía siguen siendo sombríos. En los hechos, seguimos viviendo, como en el gobierno anterior, en el estancamiento estabilizador. Cero crecimiento, pero sin desequilibrios en las finanzas públicas, con  inflación baja y estabilidad en el tipo de cambio.

A pesar de que el Banco de México ha soltado el freno monetario, con bajas consecutivas a las tasas de interés de referencia, esto no se ha traducido en un mayor índice de inversión. Persiste lo que eufemísticamente se ha dado en llamar “prudencia” de parte de los empresarios, muchos de los cuales no están muy seguros de las reglas del juego y todos están preocupados por la falta de seguridad y los problemas para aplicar el estado de derecho.

Más allá del crecimiento del PIB, que —coincido en eso con AMLO— ha sido un fetiche para muchos analistas económicos, resulta preocupante que, dado el crecimiento desigual de los precios, el salario mínimo ya no alcance para la canasta básica, a pesar del aumento importante que tuvo a principios de año.

Junto con ello, los salarios contractuales han aumentado por debajo de la inflación, lo que significa una pérdida en el poder adquisitivo de los asalariados. Muchas empresas no han podido dar aumento alguno, porque están en la disyuntiva de disminuir puestos de trabajo, dado el flojo comportamiento de la demanda de bienes y servicios.

¿Qué significa esto? Que en términos de ingresos laborales no se está ganando la lucha contra la desigualdad.

Pensar que esa lucha puede ganarse sólo mediante transferencias directas equivale a mantener un sistema desigual, sólo que con incentivos sociales, a través de las becas, subsidios y apoyos directos, para que permanezca así. Es avanzar en un callejón sin salida.

Es en esas circunstancias que la discusión sobre el presupuesto cobra relevancia particular. Si no hay un fuerte impulso a la inversión pública, no se generará la dinámica suficiente que permita a la economía por lo menos mantener el nivel de empleo y, por esa vía, ayudar a sostener la demanda a través de salarios contractuales no tan castigados (porque las empresas ya no verán tan tristes perspectivas a futuro).

Hay otros dos caminos. Uno es dar un nuevo empujón a los salarios mínimos, que mandaría una señal clara de que van a recuperarse, a pesar del bajo o nulo crecimiento económico. Para eso, la economía mexicana tiene un colchón grande… el que se creó con bajas artificiales a los salarios reales desde hace más de tres décadas (eso de artificiales lo vengo diciendo desde los años 80: fue una decisión del gobierno de Miguel de la Madrid, no de los mercados).

El otro camino sería un mayor gasto público, posible ya sea a través de una reforma impositiva (pero ya sabemos que cualquier aumento a los impuestos es tabú para los gobiernos populistas, sean de izquierda o de derecha), o a través de un mayor déficit fiscal (que también es tabú, porque se asustan las calificadoras y se enojan los analistas, aunque ese déficit sea financiable).

Pero lo que veremos es un nuevo apretón presupuestario, con el cuento de que hay que ser austeros pero dadivosos. El presupuesto no se ejercerá con mayor eficiencia social o técnica, ahí está el actual subejercicio para demostrarlo, sino para cumplir las prioridades del titular del Ejecutivo, o para intentar cumplirlas, porque a veces son difíciles de instrumentar. Todo ello redundará en otra disminución en la inversión pública y en la continuación de un ciclo nada favorable a la recuperación.

Un presupuesto inercial como el que tendremos es la receta perfecta para continuar con los rezagos, dar pábulo a versiones catastrofistas a pesar de la prudencia en el manejo macroeconómico, y cercenar expectativas de la población. Una revisión al comportamiento del índice de confianza del consumidor, que subió muchísimo al inicio del gobierno y va de nuevo para abajo, no les hubiera venido mal a las autoridades y a los legisladores.

Pero qué va. Estoy soñando. La consigna es la consigna.

En esas condiciones, habrá que insistir —ya que los salarios públicos seguirán castigados— en al menos enviar, con un aumento sensible a los mínimos, el mensaje de que se intentará aumentar la demanda interna y de que quien tenga un trabajo, no estará en la pobreza extrema.

De otra forma, el desempeño de la economía acompañará a la percepción sobre seguridad en la erosión de la imagen de López Obrador y su gobierno. Y creo que eso sí le importa mucho al Presidente.

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