Opinión

Senado, entre Maluma y el 9M

Senado, entre Maluma y el 9M

Senado, entre Maluma y el 9M

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
Se mofaron hasta doblarse de la risa del senador Salomón Jara, voceros oficiosos del sector de las telecomunicaciones, en especial de la industria de radio y televisión, debido a su propuesta de prohibir y sancionar la difusión de contenidos misóginos o machistas que promuevan cualquier tipo de discriminación y violencia contra la mujer. Una injusticia y una aberración.

Injusticia, porque esa propuesta quizá no constituye la panacea para el problema de la desigualdad de derechos y libertades entre varones y mujeres; pero es, al menos, una idea, un planteamiento concreto en la búsqueda de soluciones a esta penosa realidad nacional.

Aberración, porque es desatino enderezar las baterías de la crítica en contra de quien intenta hacer algo para corregir una situación determinada, en lugar de señalar a quien la propicia.

Peor aún si, como en este caso, se trata, por donde se mire, de descalificaciones preventivas de concesionarios de medios electrónicos, publicistas y payoleros, potenciales afectados por la eventual modificación legislativa.

Hasta donde se sabe, ninguna de las muy aguerridas activistas a favor de la equidad de género, promotoras de marchas y paros nacionales, ha tenido el valor ni la decencia de salir en defensa del vicepresidente del Senado, cuya iniciativa intentó ser distorsionada, ridiculizada, tildada de absurda.

Se ha buscado restarle alcance al proyecto reduciéndolo a una reforma legal contra el reguetón, y más específicamente contra el inspirado vate Juan Luis Londoño Arias, Maluma, aquel a quien ninguna mujer le pone peros.

El senador oaxaqueño, uno de los políticos más perfilados a la gubernatura de su estado, recomienda cambios pertinentes a la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal y a la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión.

Pretende facultar a Gobernación para imponer multas de 40 mil a 4.3 millones de pesos a quien difunda por medios masivos —radio, televisión, cine o videojuegos— mensajes, expresiones o contenidos misóginos, que fomenten el uso de un lenguaje machista o estereotipos de género.

La propuesta es conveniente por más que se aduzca censura. Se necesitaría haber vivido las últimas décadas en otro planeta para dejar de reconocer esto que Jara Cruz expuso al presentar su iniciativa:

“Todas y todos hemos visto anuncios espectaculares, carteles y campañas de publicidad basadas en la cosificación del cuerpo de la mujer, perpetuando el estereotipo que la convierte en un objeto sexual a disposición del hombre.

“Lo mismo sucede con diversos géneros musicales cuyas letras presentan a la mujer como un producto objetivado e hipersexualizado, cuyo valor depende exclusivamente de su apariencia física y su utilidad sexual.

“Lo perturbador de estos mensajes radica en que no se transmiten a las 2 de la mañana, a través de medios restringidos, sino que es lo que escuchamos en la radio y vemos en la televisión en horarios triple A. Es a lo que están expuestos sus hijas e hijos, mis hijas y nieta, las y los niños de todo México”.

Una conductora de televisión de una empresa multimedia, al informar del asunto, defendió con pasión el reguetón, que —dijo en apariencia maravillada— ha sido éxito global durante una década. Pretende ignorar la relatividad del éxito, si se repara en que desde hace medio siglo la industria discográfica globalizó la música, estandarizó los gustos y multiplicó al infinito sus ganancias.

La perspicaz comunicadora colmó de elogios a J. Balvin y Karol G., por lo visto imprescindibles en las diversas emisiones de su empresa; sugirió que el también coordinador de Morena en la Cámara alta está desactualizado porque Cuatro Ba­bys ya data de “¡dos años!", y porque —sostuvo— las letras reguetoneras han experimentado cambios y ahora son tiernas y conmovedoras.

Es cierto, el prohibicionismo no resuelve el problema de los contenidos degradantes y violentos contra la mujer en muchos medios de comunicación. Amén de que obligaría a impedir la difusión de letras musicales de diversos géneros, del narcocorrido a la ranchera y de la opera al tango y el bolero.

Impondría, además, prohibir gran parte de la publicidad, numerosas series televisivas y más de un grotesco reality show, por sólo citar algunos contenidos frente a los cuales la disyuntiva es clara: prohibirlos o consentir su pernicioso efecto social.

En el campo de la música, sería menester prescindir de gran parte de la creatividad vernácula —por ejemplo, la obra de José Alfredo— y olvidarnos de Rosita Alvirez, aquella a quien Hipólito, en una fiesta, nomás tres tiros le dio, o de la instigación a la violencia de Alejandro Fernández con su poema Mátalas.

Para no hablar de incontables tangos cuyas edificantes letras son del tenor de No te engañes corazón, “no te vayas a olvidar/que es mujer y que al nacer/del engaño hizo un sentir”, y que, por lo mismo, “miente al llorar, miente al reír, miente al sufrir y al amar”.

Ni de Dicen que dicen, en el cual un manso tanguero enamorado constató una noche que “prendida de otros amores perros/la mina aquella se le había alzao”, y, en venganza y sin clemencia “trenzó las manos en el cogote de aquella paica…”

O, de Tomo y Obligo, en el que, asombrado, el cantor confiesa: “…y le juro, todavía no consigo convencerme/como pude contenerme y ahí nomás no la maté”.

Si la prohibición no resuelve el problema y la cultura, ya sea ésta alta o popular, sólo reflejan la realidad social, algo podría lograrse en el propósito de reivindicar a la mujer con apenas una actitud ética de propietarios y concesionarios de radio, televisión y medios de comunicación, en cuyas manos está negarles espacio a contenidos discriminatorios y violentos.

Para cualquiera que peine canas es patente que en materia de cosificación de la mujer los mexicanos avanzamos a ritmo acelerado, pero en sentido contrario.

Hasta los años 80 del siglo pasado, en el ámbito de los medios se percibía al menos un intento de sanción gremial en contra de quienes incurrían en capitulaciones éticas y en especial en degradación y agravios a las mujeres.

Hizo época hasta aquellos años —vale recordarlo— el diario vespertino Ovaciones y su página 3, cotidianamente dedicada a la imagen de una mujer con poca ropa y un pie de foto que cultivaba las más prosaicas formas del doble sentido, el albur y el calambur. Página mal afamada en el ambiente periodístico.

¡Palidecería aquel espacio de prensa ante las ilustraciones, textos y materiales en general, ofensivos para las mujeres, a los cuales ahora dan cabida ciertos directivos de medios, algunos que como periodistas rasos en aquellos años se hacían lenguas criticando la -!

La iniciativa de Salomón Jara fue turnada a las comisiones senatoriales de Igualdad de Género y Estudios Legislativos. Se antoja difícil que pueda merecer luz verde en un ámbito donde domina la corrección política. Pero, de su pertinencia de seguro pocos tienen duda.

aureramos@cronica.com.mx