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“Señor Presidente, es prioritario impulsar la formación científica y humanística de los jóvenes”: Académicos y científicos

Llamado. Académicos, científicos y artistas galardonados en el Premio Crónica clamaron por que sus discursos sirvan como un puente en busca de tiempos mejores

“Señor Presidente, es prioritario impulsar la formación científica y humanística de los jóvenes”: Académicos y científicos

“Señor Presidente, es prioritario impulsar la formación científica y humanística de los jóvenes”: Académicos y científicos

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Era la emoción de siempre por compartir conocimiento, por aliarse desde el quehacer cultural y científico en beneficio del país y en especial de jóvenes y niños. La misma entrega, generosidad, pero había en el ambiente un aire distinto: la inquietud de no reconocerse partícipes del cambio anunciado por el nuevo gobierno. Un soplo de desencanto…

Académicos, científicos y artistas galardonados e invitados en el Premio Crónica reprocharon al presidente Andrés Manuel López Obrador su lejanía, su atribuido desdén, aunque los discursos sirvieron también como un puente en busca de tiempos mejores.

El más frontal fue el físico Alejandro Frank, quien un par de veces aludió al mandatario: “Señor presidente López Obrador, es urgente reconocer y apoyar firmemente a la ciencia de nuestro país, y otorgarle el papel largamente postergado de motor esencial para nuestro desarrollo sustentable, soberanía e independencia tecnológica, tenemos la tarea urgente de superar diferencias para enfrentar, juntos, los grandes problemas sociales, ambientales, educacionales y de salud pública que padecemos”.

“Señor presidente López Obrador, es prioritario dar impulso a la formación científica y humanística de nuestros jóvenes, que merecen vivir en un mundo mejor. Estos niños y jóvenes talentosos, llenos de esperanza, son nuestro más importante recurso natural”.

El biólogo Pablo Rudomín, quien recibió la estatuilla hace tres años en Ciencia y Tecnología y ayer se encargó de entregarla al investigador Ranulfo Romo Trujillo, aludió a las limitaciones presupuestales y los laberintos burocráticos, mientras el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, homenajeado en la octava edición y a quien esta vez se le encomendó premiar a su colega Leonardo López Lujan (“algo debemos tener los arqueólogos, que de 10 premios llevamos tres”) describió así el actual panorama: “Vivimos momentos difíciles en la cultura y la ciencia, por las restricciones económicas, que han colocado al borde de la desaparición a muchas instituciones”.

Desde las primeras filas escuchaba con atención, a veces hasta asentía con un movimiento de cabeza, la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval.

Pero aquellas palabras francas, nacidas desde el alma y desde la vivencia en aulas y escenarios, no descarrilaron la permanente esencia de los Premios: el goce de convidar a otros el fruto de la inspiración personal.

Sin importar laureles y medallas, en México o el extranjero, todos los premiados revivieron aquellos sus primeros años de andanza profesional y, quizá por esa hambre de descubrir, hablaron sobre la satisfacción incomparable de enseñar a los más pequeños, a los más curiosos…

“Los maestros somos los naturales difusores de la cultura y debemos fomentar en nuestros jóvenes el amor a México, a la música y a los valores que los hagan mejores seres humanos”, expresó el tenor Alfonso Navarrete Fimbres, aplaudido por su trayectoria artística.

Por lo demás, el auditorio Jaime Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología e Historia sirvió para el reencuentro de viejos camaradas, y unos a otros se alentaron para empujar nuevos proyectos, sin importar los años aciagos. “A seguir caminando, con paso persistente”, motivaba el exrector de la UNAM José Narro, fiel y sin igual asistente a los galardones.

Entre amigos, sólo vibras buenas: “Espero que continúe en la rectoría durante los próximos cuatro años”, le decía el doctor Ranulfo a Enrique Graue, rector de la Máxima Casa de Estudios, quien entregó el diploma a su homólogo Alfonso Esparza Ortiz, en representación de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, por su contribución en Comunicación Pública.

Hubo oportunidad para abrazar a las familias, a los hijos y a las mujeres de sus vidas, para agradecerles. Don Jorge Kahwagi selló su amor con un beso a ella: Sonja Macari, compañera incansable.

Y hubo espacio además para rememorar a aquellos chiquillos que cantaron por primera vez, o acercaron sus ojos traviesos a la mirilla del microscopio, o se aventuraron en el rescate de vasijas prehispánicas, como una necesidad del corazón.

El doctor Romo Trujillo se refirió a las percepciones, placeres y emociones grabadas en el cerebro. E inspirado en esa magia de la memoria, el arqueólogo Matos Moctezuma rememoró a Miguel León-Portilla, premiado en 2013 y de reciente partida:

“No olvidamos su nombre, lo mencionamos en este acto no como un asunto fortuito, sino para recordarlo, porque él hubiera estado aquí”.

Y sí estaba: se sentía su presencia lo mismo en las dichas del saber que en las voces críticas y conscientes, a las cuales se unió al final —aunque en sentido opuesto— el doctor Graue: “Las universidades públicas cumplimos nuestra misión gracias al presupuesto del pueblo y, como instituciones de educación superior, debemos rendir cuentas, con claridad y transparencia. No es desarrollar conocimiento al vacío, sino para el bienestar general”.

Diez años, y aun desde el desencanto se tendieron puentes, porque la pasión, nos han enseñado ellos, también es compromiso…