Opinión

Servicio exterior y cambio de régimen

Servicio exterior y cambio de régimen

Servicio exterior y cambio de régimen

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Desde que en 1896 se promulgó la Ley del Servicio Exterior mexicano en la etapa más sólida del régimen de Porfirio Diaz, la diplomacia mexicana se ha construido como un instrumento profesional de representación en el exterior, con reglas de ingreso y promoción claramente definidas y un servicio civil de carrera que más de cien años después aún representa uno de los mayores patrimonios del Estado mexicano.

Únicamente entre 1913 y 1915, tras el golpe de Estado de Victoriano Huerta, su posterior caída y el ascenso del gobierno constitucionalista de Venustiano Carranza, el servicio exterior de México resultó afectado temporalmente.

Ni siquiera con la renuncia de Porfirio Díaz en 1911, la convocatoria de nuevas elecciones presidenciales y el posterior triunfo de Francisco I. Madero, las representaciones diplomáticas de México en el exterior cesaron sus funciones, y si bien se mantuvieron a la zaga de los acontecimientos que dieron inicio a la Revolución Mexicana, en una suerte de parálisis institucional y presupuestal por varios meses, la diplomacia resistió con serenidad y prudencia a las turbulencias políticas del país, no obstante que algunos embajadores cercanos al presidente Díaz renunciaron a sus cargos, dejando como encargados de despacho a los diplomáticos de menor rango, lo que da cuenta de la eficacia y la solidez que ya había alcanzado nuestro servicio diplomático de carrera.

Hay que recordar a su vez que al arrancar el siglo XX, Porfirio Díaz concibió la estrategia de enviar como embajadores plenipotenciarios a las cortes europeas a personajes de la élite financiera del país, capaces de solventar ellos mismos parte los gastos suntuarios de sus misiones diplomáticas.

Fue el caso del nombramiento del rico terrateniente José de Teresa como embajador en Viena en 1902, tras reestablecerse las relaciones diplomáticas con el imperio Austrohúngaro un cuarto de siglo después del fusilamiento de Maximiliano; el de Manuel Yturbe, nombrado embajador en la Alemania del káiser Guillermo II; o el de Rusia, a donde se nombró a Pedro Rincón Gallardo. “Todo lo que implicaría la representación, incluyendo las casas que se ocuparían como embajadas, debería ser financiado por ellos mismos”, nos dice Rafael Tovar y de Teresa en su libro De la paz al olvido, Porfirio Díaz y el final de un mundo.

Poco después, durante los preparativos para las celebraciones por el centenario de la Independencia, fueron los buenos oficios de la diplomacia mexicana los que permitieron que viajaran a México delegaciones oficiales de un gran número de países, especialmente de aquellas naciones con las que México mantenía una relación estratégica en términos históricos, políticos y comerciales.

El escritor y diplomático Federico Gamboa, entonces subsecretario de Relaciones Exteriores, fue el encargado de las invitaciones y el recibimiento protocolario a las más de treinta delegaciones que asistieron a los festejos.

Se puso especial atención a las delegaciones de los países con los que México había tenido conflictos mayúsculos en el pasado: España, Francia, Austria y Estados Unidos. Se logró a su vez la presencia oficial de la mayoría de los países latinoamericanos, y de las potencias europeas en la antesala de la gran guerra: Alemania, Italia, Gran Bretaña y Rusia, entre otras, e incluso se logró la presencia de China y de Japón.

Sin embargo, en 1914, a la caída de Huerta, el nuevo gobierno constitucionalista de Carranza suspende los sueldos y las comunicaciones con las representaciones diplomáticas, a las que considera —erróneamente— como seguidores y cómplices de la causa huertista.

El escalafón del servicio exterior mexicano en 1914 registra un total de 91 diplomáticos: 4 embajadores, 20 enviados extraordinarios y ministros plenipotenciarios, 8 ministros residentes, 4 encargados de negocios, 19 primeros secretarios, 13 segundos secretarios, 18 terceros secretarios, y 5 agregados diplomáticos.

De los 91 diplomáticos, 58 ingresaron al servicio exterior antes de 1911, y el resto habían ingresado entre ese año y 1913, es decir, el sistema de ingreso había continuado a pesar de todo.

A casi todos se les dio de baja sin mediar ninguna comunicación oficial para evitar que reclamaran derechos de traslado y sueldos caídos. La dificultad de las comunicaciones provocó que muchos conocieran la situación en la que se encontraban meses después.

Rafael Tovar nos recuerda el caso curioso del cónsul en Italia, Rafael García y Facio, “cuya mujer, para poder mantener a la familia, trabajó como cantante en un café de Milán y luego en un centro nocturno de Barcelona”. García y Facio, al igual que muchos otros colegas suyos, tuvieron oportunidad de reintegrase al servicio exterior a partir de 1917.

Fue el caso también del escritor y diplomático Efrén Rebolledo, entonces primer secretario de la legación de México en Japón, quien en junio de 1915 es “suspendido de su empleo por haber continuado prestando sus servicios al régimen usurpador”.

En una comunicación fechada el 15 de julio de 1915 desde Tokio, Manuel Pérez Romero, representante de Carranza ante el gobierno de Japón, calificó a Efrén Rebolledo de “prominente reaccionario” y exhibió como documentos probatorios las declaraciones “de un correligionario”. Rebolledo tuvo que pagar de su propio bolsillo el viaje de regreso a México, sin embargo, dos años después sería restituido en sus funciones y rango, al igual que muchos otros diplomáticos mexicanos de media carrera.

Con todo esto, quiero decir que el Servicio Exterior Mexicano es un brazo sólido y eficaz del Estado, que ostenta una tradición que se ha consolidado y profesionalizado a la largo de un siglo, y que la democracia mexicana, las instituciones que alrededor de ella se conformaron en este periodo de la historia, así lo confirman.

@edbermejo

edgardobermejo@yahoo.com.mx