Opinión

Sidney Brenner y la Biología Molecular

Sidney Brenner y la Biología Molecular

Sidney Brenner y la Biología Molecular

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

*Dr. Gerardo Gamba

Era mayo de 1961 cuando se iniciaba la histórica relación entre Frank Sinatra y la orquesta del gran Count Basie, que los llevaría años mas tarde a la grabación del famoso disco en vivo, orquestado nada menos que por Quincy Jones, al que intitularon ­Sinatra and the Sands. Fue el día 13 de ese mismo mes en 1961, cuando yo apenas tenía tres meses de edad, en que Sidney Brenner, junto con Francis Jacob y M Meselson publicaran la evidencia de que no eran los ribosomas los que llevaban el mensaje del DNA del núcleo al citoplasma para la síntesis de proteínas, como se creía entonces, sino un “intermediario inestable” que fue denominado a la postre como RNA mensajero. Si bien sólo por este trabajo Brenner hubiera merecido el Premio Nobel de Fisiología y Medicina, no fue este descubrimiento por el que se le otorgó tan alta distinción en 2002, junto con John Sulston y Robert Horvits, sino por su trabajo sobre “la manipulación genética del desarrollo y de muerte celular programada”.

Sydney Brenner murió hace algunas semanas a los 92 años de edad. Originario de Sudáfrica, terminó la carrera de medicina tan joven que le negaron practicar la misma durante dos años, por no tener la mayoría de edad, razón por la que tuvo que asomarse a un laboratorio de investigación para ocupar su tiempo y en el que encontró lo que sería su verdadera vocación.

Se trasladó, para hacer un doctorado, a la Universidad de Oxford en Inglaterra y en abril de 1953 viajó junto con algunos compañeros a Cambridge para conocer el modelo del DNA que proponían Watson y Crick en aquel famoso artículo del 25 de abril de 1953.

El mismo Brenner describía esa mañana fría en Cambridge, cuando conoció la doble hélice, como “el momento puntual que definió su vida”. Ese encuentro con Crick resultó en una amistad entrañable. Brenner y Crick compartieron la oficina durante 20 años en Cambridge. Fue en una conversación con Crick y Monod, a principios de los 60, en la que Brenner propuso que la información del núcleo al citoplasma para la síntesis de proteína debía llevarla una molécula inestable de ácidos nucleicos. Años mas tarde propuso lo que fuera el eje central de su carrera, que fue estudiar un pequeño nematodo (lombriz) llamado Caenorhabithis elegans, para entender el desarrollo celular y la muerte celular programada.

Esto fue una propuesta genial, ya que gracias a lo similar que son los procesos biológicos básicos en las diversas especies del planeta, se puede obtener cantidad enorme de conocimientos aplicables a todos, utilizando modelos mucho mas simples y fáciles de estudiar. Es como si quisiéramos explicarle a un niño cómo funciona la tracción de las ruedas en un automóvil. En vez de mostrarle un tráiler de 18 ruedas, mejor le enseñamos una bicicleta.

El trabajo de Brenner no quedó sólo en hacer ciencia pura. Su participación fue crucial para sentar las bases éticas de la construcción y utilización del DNA recombinante, orquestó la participación británica en el proyecto del genoma humano en los 90, el desarrollo de la investigación científica en Singapur, la biología molecular en Japón y la creación del campus de Janiela Farm para investigación del Instituto Médico Howard Hughes, en el estado de Virginia. Como era de esperarse, obituarios fueron publicados en revistas como Nature y otras del mundo científico.

Es de resaltar, sin embargo, que el obituario de esa semana en The Economist (Abril 17, 2019) también fue dedicado a Brenner, a pesar de que en la misma semana murió por suicidio y en medio de un escándalo internacional Alan García, el expresidente de Perú. Así de grande era ­Sydney Brenner y así de grande es la investigación científica que no tiene comparación con ninguna otra disciplina para el beneficio de la humanidad.

En el tiempo que he vivido pasamos de no tener claro cómo se llevaba la información del DNA al citoplasma para sintetizar proteínas, a la revolución molecular que hemos vivido, en la que ahora conocemos con detalle el genoma del humano y de cientos de especies más. Podemos secuenciar todos los exomas de un individuo (fracción del DNA que codifica para proteínas) en un solo día y a un costo bastante razonable (400 dólares).

El nivel y sofisticación de conocimientos actuales son enormes y la derrama de beneficios a la salud y muchas otras áreas de la investigación en ciencias naturales es interminable. Inclusive, afecta a áreas insospechadas como por ejemplo, el hecho de que se esté utilizando cada vez más el DNA como un sistema de almacenamiento de libros y fotografías (ver opinión, Diario La Crónica, 22 abril 2015). Justo esta semana la prestigiosa revista Nature presenta un trabajo en el que, en búsqueda de genes causantes o asociados a la Diabetes Mellitus, se compara la secuencia de los exomas de 20 mil 791 pacientes con diabetes mellitus, con la de los exomas de 24 mil 400 controles sanos.

No nos cansamos de insistir y de mostrar las evidencias contundentes de que la inversión en el desarrollo de la investigación científica es un método de utilidad probada para mejorar las condiciones de la población y que la no inversión en la misma genera cada vez más dependencia y menos soberanía. En relación con el asunto tan mencionado sobre los viajes de los científicos en los últimos días, vale la pena resaltar que el artículo de Brenner de mayo 13 de 1961, menciona claramente al final lo siguiente:  “Este trabajo se inició cuando dos de nosotros S.B. (de Cambridge, Inglaterra) y J.M. (de París, Francia) estábamos de visita en el laboratorio de M.M. en el Departamento de Biología del Instituto Tecnológico de California, en Pasadena California”.

Director de Investigación, Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán y Unidad de Fisiología Molecular, Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM.