Cultura

Sobre el inconveniente de tener muchos amigos, de Plutarco

Fragmento del libro Sobre el inconveniente de tener muchos amigos (Ariel), © 2021, Plutarco. © 2021 Edición de: Gonzalo Torné. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México

Sobre el inconveniente de tener muchos amigos, de Plutarco

Sobre el inconveniente de tener muchos amigos, de Plutarco

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Fragmento

Sí, muchos remedios, bien lo sabe Zeus, y a poder ser excelentes. Cuando nos encontramos de lejos con un amigo, sin necesidad de hablar, solo con las miradas y una sonrisa cómplice, ya nos basta para reconocer la amistad y la familiaridad; por el contrario, el adulador, en cuanto nos ve, corre para atraparnos, viene saludando desde lejos, y si no nos alcanza se excusará una y otra vez bajo juramento por su fracaso, y buscará testigos que justifiquen su lentitud de

reflejos. Si proyectamos este ejemplo al día a día veremos que el amigo pasa por alto muchas pequeñas ocasiones de favorecernos, sencillamente porque no está continuamente pendiente de nuestras necesidades. En cambio el adulador está alerta de todo, de manera infatigable, y a la menor vacilación nuestra se muestra perseverante hasta que lo tomamos a nuestro servicio, y le pedimos a él que nos solucione el problema que tenemos o que nos haga el favor que necesitamos. Desea tanto que le demos órdenes que si no se las damos se ofende, se le parte el corazón y en algunas ocasiones se le ha visto chillar en la calle presa de la indignación.

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Bien mirado, cualquier persona sensata reconocería en estas actitudes los síntomas de un relación indigna que nos estrecha con mucha más fuerza de lo estrictamente necesario, mucho más de lo que le conviene a un amigo sincero para que confiemos en él. Conviene también analizar la diferencia con la que un amigo de verdad y un adulador nos prometen algo. Escritores que nos precedieron ya señalaron que la promesa de un amigo se reconoce porque contiene condiciones realistas:

«Si se puede hacer y soy capaz».70

Mientras que el adulador apenas ve problema en que nos atrevamos a:

«decir lo que piensas».71

Desde hace años a los escritores de comedias les gusta presentar en sus obras dramáticas a personajes que se expresen así:

«Nicómaco, sitúa al soldado delante de mí,

reblandeceré su espíritu con mis latigazos

y su cara le quedará más blanda que un requesón»;72

a la postre ningún amigo colabora si no se le ha solicitado antes ayuda de manera expresa, y solo lo hace si tras

examinar el asunto concluye que aquel episodio en cuestión le conviene o puede resultarle de provecho al solicitante. El adulador, por supuesto, no toma ninguna de estas precauciones: en cuanto se le propone un asunto no duda ni un instante de que será capaz de solventarlo, no solo porque está inscrito en la naturaleza de su estrategia ceder y nunca contrariarnos, sino también para espantar la menor sospecha de que es incapaz de afrontar ese favor. Así es como aviva el deseo sin garantías. De todos es sabido que no existe ni un rey ni una persona rica que

digan:

«Qué bien si pudiera disponer a mi antojo de un pobre o de alguien

todavía en peor situación que un pobre, pero tan amigo mío que sin ninguna

clase de miedo me dijese con total franqueza lo que piensa de mí».73

Los ricos más bien necesitan, como los poetas trágicos, de un coro bien dispuesto a cantar sobre un escenario todos los elogios posibles, y a poder ser que lo hagan ante un auditorio que no dude en aplaudir al unísono y a rabiar todas sus ocurrencias, por disparatadas que sean.

La poeta trágica Mérope advertía en una de sus obras:

«convierte en tus amigos a quienes sostienen sus opiniones

pero aleja de tu casa a quienes con sus halagos solo

persiguen sacarte algo, estos son peligrosos».74

Lo triste es que los ricos y poderosos parecen conducir sus acciones siguiendo principios opuestos. La experiencia nos demuestra que alejan de su lado a todos los que tienen una opinión firme y que con sus críticas sinceras podrían serles de provecho para orientar correctamente el rumbo de sus vidas. En cambio, hemos visto cómo les abren de par en par las puertas de sus casas a todos aquellos maleducados, perezosos y cobardes, dispuestos a cualquier cosa por conseguir un favor, y que no dudarán en elogiarlos tanto como sea posible. ¡Y si solo fuera la puerta de sus casas lo que franquean estos aduladores! También les facilitan el acceso a su intimidad y a sus secretos.

No deja de ser también importante saber diferenciar entre las distintas clases de aduladores. Los más simples no aspiran a erigirse en consejeros de las tribulaciones íntimas del rico, pero los más astutos no dudan ni por un segundo en auparse a ese cargo a la menor oportunidad. Por supuesto no saben nada ni están preparados, pero se unen a los corros de discusión, escuchan con el ceño fruncido, con cara de entendidos, asienten de manera intermitente y en cuanto se hace un silencio entre exposición y exposición exclaman con seguridad y desparpajo: «Heracles es testigo de que te has adelantado por segundos, pues estaba a punto de decir lo mismo que tú». Los matemáticos aseguran que ni las líneas ni las superficies pueden desplazarse ni extenderse ni inclinarse por su propia iniciativa o fuerza, puesto que son un producto creado por nuestra propia mente y carecen de volumen; solo pueden inclinarse, extenderse o desplazarse junto a los cuerpos que a nuestro ojo le parece que limitan. De una manera muy parecida el adulador solo puede dar su opinión, afirmar o negar al compás de la voz de otro, pegada a ella como una línea a su cuerpo. En este sentido es fácil descubrir al adulador pues todo lo piensa después de que otro lo haya dicho antes. Y si no nos basta con

esta repetición también podemos descubrirlo por el contenido predominante de los servicios que presta a sus víctimas. Si nos fijamos bien el amigo verdadero, como los animales, encuentra el motivo para servirnos de ayuda en lo más profundo de su ser. Y no necesita hacerse ver ni multiplicar los esfuerzos. El amigo verdadero nos resulta provechoso sin estar demasiado presente, como los buenos médicos, ocupándose de nosotros a distancia, con tanta sutileza que en muchas ocasiones ni siquiera llegamos a darnos cuenta de que están alerta. Arcesilao fue un verdadero amigo de esta especie tan valiosa. Al enterarse de que Apeles de Quíos75 se había arruinado y que tras hundirse en la pobreza estaba ahora gravemente enfermo enseguida fue a visitarlo. Llevaba con él veinte monedas de cuatro dracmas, se sentó cerca de su amigo y le dijo: «En esta habitación sin duda se combinan los cuatro elementos que descubrió Empédocles:

“fuego, agua, tierra y el intangible sublime del aire”76

eso está garantizado, pero no te asegura que te hayan hecho bien la cama». Y con gran astucia le puso las dracmas bajo la almohada mientras fingía arreglársela sin que el amigo se diese cuenta. Fue una vieja criada quien encontró las monedas y se las llevó a su señor loca de contento. Apeles respondió con una gran risa y dijo: «Sin duda se trata de una jugada de Arcesilao».