Opinión

Sor Juana y su escritura transgresora: la Carta Atenagórica, El sueño, los movimientos de mujeres y la muda y silente justicia.

Sor Juana y su escritura transgresora: la Carta Atenagórica, El sueño, los movimientos de mujeres y la muda y silente justicia.

Sor Juana y su escritura transgresora: la Carta Atenagórica, El sueño, los movimientos de mujeres y la muda y silente justicia.

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La inmensa Sor Juana Inés de la Cruz fue una transgresora. En la Nueva España del siglo XVII, en un convento de monjas jerónimas, estudió ciencia, música y escribió por su “vehemente y poderosa (la) inclinación a las letras”, según le dice a la encubierta Sor Filotea, que era el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz. El obispo había tomado grandísima molestia por la “Carta Atenagórica”, en la que la jerónima hace juicio de un sermón del jesuita portugués Antonio Juan de Vieyra sobre las finezas de Cristo y, entre otros argumentos teologales, se refiere al libre albedrío como una de las mayores bondades del hijo de dios cristiano. “Cristo no quiso la correspondencia de su amor para sí, sino para los demás seres humanos, es decir, amar sin correspondencia.” Es decir, la libertad, pues, la de no amar a dios sobre todas las cosas, es la mayor fineza. Esta refutación a las finezas de Cristo del padre Vieyra despertó los “ruidos” que Sor Juana nunca quiso tener ni con la Inquisición ni con los altos prelados eclesiásticos, representantes absolutos de lo que hoy el feminismo llama patriarcado, el modelo de sociedades regidas por la dominación masculina.

Sor Juana entiende esa preponderancia del hombre y, aunque a Sor Filotea le escriba “¿qué podemos saber la mujeres sino filosofías de cocina?” sabe muy bien que eso no es cierto. Y cito de la Respuesta a Sor Filotea:

“…Por que veo a una Débora dando leyes, así en lo militar como en lo político, y gobernando el pueblo donde había tantos varones doctos. Veo una sapientísima Sabá, tan docta que se atreve a tentar con enigmas la sabiduría del mayor de los sabios, sin ser por ello reprendida, antes por ellos será juez de los incrédulos. Veo tantas insignes mujeres: unas adornadas del don de profecía, como una Abigaíl; otras de persuasión, como Ester; otras, de piedad, como Rahab; otras de perseverancia, como Ana, madre de Samuel; y otras infinitas, en otras especies de prendas y virtudes.”

En el “Primero sueño” comienza la segunda estrofa refiriéndose a Nictimene:

Con tardo vuelo y canto, del oído

mal, y aún peor del ánimo admitido,

la avergonzada Nictimene acecha

de las sagradas puertas los resquicios.

Nictimene es apenas una víctima. De acuerdo con la mitología romana, fue la hija de Epopeus, un rey de Lesbos. Según una versión, su padre la violó; según otra, ella sedujo a Epopeus. Nictimene se avergüenza de sí misma, por lo que es más probable que su padre la haya violentado sexualmente (el mito surge de historias reales). Por tal motivo, se niega a mostrar su rostro y huye de la luz. Minerva se apiada de ella y la transforma en búho y Sor Juana la convierte en una nocturna ave en su gran poema.

Poco más adelante, Sor Juana nombra a Alcione, esposa de Ceix, quien se arrojó al mar al enterarse del naufragio en el que ha muerto su marido. Los dioses, que los veían con buenos ojos, transforman a los esposos en alciones, aves fabulosas que solo anidaban en un mar en calma. La monja jerónima, muy ad hoc con el arte barroco, convierte a Alción en un personaje que transforma a los amantes desdichados en mudos peces. Así, Alción, quien “vengaba ahora”, resulta otro caracter de la oscuridad dentro del mar .

La propia Sor Juana enmudeció como un pez y optó por el silencio cuando fue severamente amonestada por su carta Atenagórica, pero, guardada en su celda del convento, era una transgresora de los mitos, de la escritura y del mundo. Aún así, mantuvo largas y prolíficas conversaciones con don Carlos de Sigüenza y Góngora, la protegieron dos virreinas y logró que su voz, su voz poética, se escuchara en la Nueva España y en la península. Lo suyo significó un revuelo de la creación, de la valentía y de la genialidad.

Otro revuelo hoy, que no tiene que ver con el gran talento de Sor Juana Inés de la Cruz, pero sí con la condición de las mujeres, son los movimientos feministas que proclaman la igualdad de género y luchan por obtener justicia debido a los progresivos actos criminales cometidos contra las mujeres.

De pronto, las mujeres en el mundo, por lo menos en el Occidente, se lanzan a las calles para exigir lo suyo: la potestad sobre su vida y su cuerpo. La gran mayoría es joven y no creo que se adhiera a las ideas feministas que se han venido gestando desde la mitad del siglo XX, basadas en conceptos filosóficos y sociológicos. Para la gran Rosario Castellanos, siempre atenta a la condición de las mujeres, existen algunas sometidas a un destino biológico y hay otras “el de las fuertes, las obstinadas, las que desconfían de lo que se les predica, las que se sacuden el yugo que las embrutece, las libres” (Juicios sumarios II, Fondo de Cultura: 1984, p.20). Este sentido de ser mujer es el que parece exaltar a las jóvenes hoy. Mujeres mayores las acompañan. Hace poco una amiga dijo en un encuentro de Zoom, “el hombre llega hasta donde la mujer quiere”. Por desgracia no es así. Los constantes feminicidios, por empezar con lo más terrible, predican del hombre que impone su fuerza por sobre todas las cosas. Los que atacan a las mujeres quieren sumisión absoluta, que ellas primero se nieguen a sí mismas o, envalentonados por la fuerza física, optan por matarlas. La saña , la brutalidad que ejercen nos dejan sin habla cuando nos enteramos o vemos una fotografía de la víctima. Las víctimas no son sólo mujeres sino adolescentes y niñas también. La impunidad que nos subyuga en México, expone a un Estado que no se encuentra capacitado para garantizar la vida y la seguridad de las ciudadanas.

Además de los feminicidios se cometen violaciones sexuales, acoso, imposición del más fuerte. Las mujeres que vociferan afuera, a pesar de la pandemia, e incluso las que hacen pintas en los monumentos, transgreden los espacios porque están hartas. Si no podemos escribir otra carta a Sor Filotea, es necesario tomar las calles, tomar incluso el Palacio Nacional, en el que habita un presidente no dos veces mudo como los silentes peces de Alcione sino que hace oídos sordos a una realidad sonora, que estalla ante su puerta o ante las vallas que mandó levantar.