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Súbase al avión, baje, inyéctese y váyase. El mexican travel para vacunarse

Los viajes son parte esencial para la vida, ¿a quién no le gusta viajar?, no importa el destino ni el motivo, aunque ahora el turismo COVID trae esta versión alto costo de un viaje rapidito al otro lado

Súbase al avión, baje, inyéctese y váyase. El mexican travel para vacunarse

Súbase al avión, baje, inyéctese y váyase. El mexican travel para vacunarse

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Antes de la pandemia, pisaba el aeropuerto un par de veces al año. Claro que se pudo viajar en auto durante la pandemia, pero no es lo mismo, siempre tendrá un toque mágico el preparar una maleta, los nervios pensando en que no se haga tarde y, sobre todo, el hecho en sí de subirse a un avión.

Fue increíble poner los pies en el aeropuerto después de más de un año sin hacerlo. Y creo que la emoción fue al doble a pesar que no era un viaje para vacacionar, sino para ir a ponerse la vacuna a Estados Unidos.

La pandemia sigue, pero pareciera que existe la creencia de que en el aeropuerto no existe el covid. Sí, todos con sus cubrebocas, pero muy pocas caretas; mostradores con divisiones transparentes, pero jamás me tomaron la temperatura. Ni el covid logró cambiar que la gente se vuelva loca y corra por todos lados cuando se acerca la hora del abordaje. Por alguna razón, llegando a un aeropuerto la gente no escucha, no lee y todo se le olvida.

En cualquier caso, mientras una vacuna me espera al norte de la frontera, yo espero en una sala de aeropuerto; algo que disfruto mucho porque se ven un sinfín de personajes, desde fifis con laptops, la familia que lleva abuelita y perico, hasta el niño que llora y es como la bala con la que se juega ruleta rusa: todos quieren que a otro le toque en suerte ir a su lado.

Si se es atento, se puede encontrar a algún famoso. Montserrat Oliver estaba al fondo de la sala, con lentes y cubrebocas. Sólo un par de personas la reconocimos y fue súper amable.

Pero y, bueno, ¿Por qué ir a EU a ponerse una vacuna anticovid? Podría pretextar que desde hace algunas semanas el ritmo de vacunación en México disminuyó, que aún hay adultos de más de 50 sin recibir la segunda dosis. Pero la verdad es que la ocasión se presentó y así, como antes de la crisis sanitaria, viajar fue el motivo central.

Pisando tierra texana, incluso antes de pasar a migración, te hacen la invitación para vacunarte desde que llegas al aeropuerto, las facilidades para este turismo covitiano se hacen evidentes: hay personal que da la bienvenida e invita a vacunarse, que se está aplicando la supersolicitada Pfizer, y también hay letreros en todos lados que dicen “Vacuna Gratis”.

Y afuera, en la calle, es increíble lo fácil que es llegar a cualquier supermercado, farmacia. No es fácil creer que existe gente que no se vacuna porque no quiere.

Y allá surge de verdad, el virus no existe en la cabeza de los texanos. En supermercados, en tiendas y en la calle, son contadas las personas con cubrebocas, los choferes de Uber te sugieren quitártelo y no existe ya la sana distancia.

Los nervios aparecieron hasta que mi grupo enfrentó la búsqueda de la Janssen, para la que no habíamos podido registrarnos desde México. Habíamos escuchado que no en todos los estados la aplican, pero llegando allá y preguntando, supimos que Texas es uno donde puedes elegir qué vacuna te quieres poner.

Llegando al hotel, lo primero que hicimos fue buscar una farmacia o supermercado cerca de la zona. Para mi sorpresa, en varios lugares pudimos registrarnos para hacer la cita, aunque no podía ser inmediata, había sólo citas para dos días después.

El gran día llegó y era en un supermercado. Allí había un letrero que decía que aceptan a todas las personas sin cita, siempre y cuando fuesen mayores de 12 años. En la zona de espera de la farmacia no había gente, sólo un par de señoras salieron del consultorio con su curita en el brazo. Minutos después nos hizo pasar un enfermero, le enseñamos el código QR que teníamos de la cita, pero dijo que ya no era necesario y nos dio a elegir en un menú que también incluía Pfizer, Moderna y la de J&J, comentó los efectos secundarios que podrían presentarse y en mi turno me preguntó en qué brazo quería ser vacunada.

En un abrir y cerrar de ojos ya estaba vacunada. Realmente no sentí dolor ni ardor al ingresar el líquido. El enfermero nos sugirió esperar 20 minutos afuera del consultorio o dar una vuelta por la tienda para ver cómo nos sentíamos. Pero no hubo ningún tipo de reacción durante el lapso.

Las molestias vendrían después: Dolor muscular y migraña. Un día después, en mi caso, un terrible frío. Temblaba en un clima como el de Texas, por encima de los 38 grados. Paracetamol fue suficiente, había que enfrentar el hecho de que el vuelo de regreso estaba programado para unas cuantas horas después.

Temía que en el aeropuerto texano me tomaran la temperatura y no me dejaran abordar, pero se me olvidaba que allá ya no hay ese tipo de medidas ni siquiera en el aeropuerto. Me dio paz llegar a documentar y ver que ningún agente de la aerolínea traía cubrebocas.

En la sala de espera se vuelve a repetir la historia, ahora con una gran variedad de orígenes étnicos, pues en eso los gringos son geniales; el chavo súper fresa de regreso a casa (seguro también se vino a vacunar) y que wasawashea el inglés; la parejita de novios haciendo videollamada a su familia y una interrupción por un mensaje al teléfono que me envía un amigo que hace un mes se vacunó en Nueva York: “Tengo Covid”. Opto por no pensar nada, me concentro en la mamá que está gritándole a los niños y procedo a pedirle a Dios para que no se fueran a sentar cerca de mi asiento.