Opinión

Trabajo doméstico: la inequidad sigue

Trabajo doméstico: la inequidad sigue

Trabajo doméstico: la inequidad sigue

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El trabajo doméstico no remunerado es aquel que realizan las personas en sus hogares, pero por el cual no reciben remuneración. Se trata de actividades que van desde la limpieza de la casa hasta el cuidado de otras personas: niñas, niños, personas adultas mayores o personas con discapacidad.

Este trabajo tiene un valor económico, el cual no es reconocido. Sin embargo, a fin de dimensionar la magnitud que se tiene en México, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) incluyó el tema en el sistema de “Cuentas Satélite”.

En ese sentido es importante decir que la cuantificación del valor económico del trabajo doméstico no remunerado se sustenta –en términos coloquiales– en el supuesto de que, de no ser realizado por las personas que habitan en el hogar, tendrían que pagarle a alguien más por hacerlo. De tal forma que la cuantificación estima cuánto costaría a los hogares contratar a alguien para que lo realice.

Las cifras que arroja el INEGI son gigantescas, pues el valor de este trabajo equivale al 23.3 por ciento del PIB nacional, es decir, una cifra aproximada de 5.1 billones de pesos. Para ponerla en perspectiva, basta con señalar que el Presupuesto de Egresos de la Federación para el año 2019 está considerado en alrededor de 5.7 billones de pesos. Esto significa que el aporte económico de los hogares al país es prácticamente equivalente a lo que gasta el gobierno en un año.

Así, dada la estructura económica que tenemos en México, la mayoría de este trabajo lo realizan mujeres, niñas y niños. Así, el promedio per cápita aportado al trabajo doméstico no remunerado fue de 39 mil 736 pesos anuales. Sin embargo, al desagregarlo por sexo, las cifras son profundamente desiguales: las mujeres aportan un equivalente a 55 mil 811 pesos anuales, frente a 20 mil 694 pesos aportados por los hombres.

Según los datos del INEGI, a mayor pobreza, mayor es el aporte que se hace en los hogares. Por ejemplo, las mujeres del decil I (la décima parte de las mujeres con menores ingresos en el país, aportan un promedio de 59 mil 296 pesos anuales; en contraste, las mujeres del decil X (la décima parte de las mujeres con más ingresos) aportaron 52 mil 336 pesos en el año.

Entre los hombres la tendencia es inversa: a menores ingresos, menor el aporte al trabajo doméstico no remunerado; y a mayores ingresos, mayor aporte al mismo. Así, los hombres ubicados en el decil de menores ingresos aportaron al trabajo doméstico no remunerado en 2017 una suma equivalente a 18 mil 709 pesos, mientras que en el decil de mayores ingresos el aporte fue de 22 mil 129 pesos en el año.

Estos datos documentan la magnitud de las desigualdades económicas en los hogares, además de las simbólicas, pues estas diferencias son explicables sólo en una sociedad en donde imperan los estereotipos y las prácticas discriminatorias en contra de las mujeres, que las orillan a tener una menor participación en el mercado laboral, o a que, incluso cuando aportan ingresos laborales en sus hogares, desarrollen dobles o hasta triples jornadas de actividades.

Lo anterior no debe llevar a la invisibilidad de fenómenos como el de los hombres que cuidan solos a sus hijos, ni tampoco al hecho de que hay hombres que aportan en casos específicos un mayor número de horas al trabajo en los hogares.

Lo que es un hecho es que, en la inmensa mayoría de los casos, las mujeres cargan con mayor y desigual asignación de actividades relativas al hogar y que culturalmente son asumidas en amplios sectores como “propias de las mujeres”.

México requiere de una nueva estructura económica y laboral mucho más justa, con igualdad de oportunidades para mujeres y hombres, y una cultura en general que distribuya de manera justa las tareas y las responsabilidades en el hogar. Sin equidad no hay democracia y la democratización del país pasa por la democratización de los arreglos y las dinámicas en el hogar.