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Trump: el presidente que secuestró a Estados Unidos y no pretende liberarlo

PERFIL. Trump ha reconvertido el Partido Republicano en un secta cuyo primer mandamiento es el culto a su persona. De hecho, el único éxito incontestable de su mandato ha sido conquistar a una legión de fanáticos que -al igual que el mandatario- no va a aceptar otra cosa que no sea proclamar su victoria mañana

Trump: el presidente que secuestró a Estados Unidos y no pretende liberarlo

Trump: el presidente que secuestró a Estados Unidos y no pretende liberarlo

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Donald Trump (Nueva York, 1946) “secuestró” primero al Partido Republicano en el verano de 2016, cuando se hizo con la candidatura presidencial, y en noviembre “secuestró” a Estados Unidos, cuando arrebató la presidencia a la demócrata Hillary Clinton. En estos cuatro años ha logrado dividir a la sociedad como no se había visto desde que James Buchanan (1856-1860) empujó al país a una cruenta guerra civil, y por ello es considerado el peor presidente de la historia, título que muchos consideran que ha perdido porque ahora lo ostenta Trump.

El actual mandatario republicano no sólo es el primer presidente de la historia de EU que nunca ejerció cargo político -y gobierna la primera potencia como si fuera parte de su conglomerado de empresas- sino que hizo lo que ninguno de los anteriores 43 presidentes se atrevió: ha generado un culto hacia su persona y no soporta la idea de que dejen de adorarlo, cuando tenga que dejar la Casa Blanca.

Por eso, ayer redobló su amenaza de no aceptar una derrota -como anuncian todas las encuestas- y piensa proclamarse ganador la misma noche del martes a miércoles, aunque haya estados donde el margen sea tan estrecho que será necesario contar el voto por correo y el resultado podría demorarse varios días, dado que estas elecciones -por miedo a la pandemia o por miedo a que Trump sea reelecto- se ha batido el récord histórico de votos por correo: más de 90 millones.

“¡Pidan doce años más!".

Por eso, cuando en agosto pasado aceptó la nominación como candidato a la reelección y todos coreaban en la Convención Nacional Republicana el tradicional “Four more years!”, Trump respondió a su público: "Si de verdad quieren ponerles de los nervios (a los demócratas), pidan doce años más".

Esos dos segundos últimos en los que habló -y los minutos posteriores de aplausos de sus enfervorecidos seguidores- resumen como nada su doctrina y reflejan el nivel de degradación y bajeza moral en la que han caído el Partido Republicano y las bases conservadoras. En vez de mostrarse alarmados por sugerir que debería perpetuarse en el poder y por su deriva caudillista y autoritaria, los jerarcas del partido y todos los presentes en la Convención de Charlotte le rieron la gracia. Mientras tanto, la otra mitad de la sociedad estadunidense, la de pensamiento progresista o moderado, se quedó estupefacta, incluidos los pocos dirigentes republicanos que se atreven a disentir del jefe.

Y es que Trump ha logrado que los dirigentes republicanos -congresistas y gobernadores- le tengan miedo, porque saben que detrás tiene a una legión de fanáticos, supremacistas blancos y milicianos fuertemente armados, como los Proud Boys, dispuestos a ir a la guerra para defender a su líder. La gobernadora de Michigan, Retchen Whitmer, es prueba del preocupante nivel de violencia que se ha alcanzado en EU bajo el mandato de Trump.

Armados y vigilantes.

Días después de atacar con dureza a la gobernadora demócrata por decretar el confinamiento del estado por la pandemia, el FBI anunció que había desmantelado el plan de un comando de extrema derecha para secuestrarla y asesinarla. En vez de rebajar la crispación, el mandatario volvió a atacarla, se niega a condenar el terrorismo de extrema derecha o las teorías conspirativas y pidió a los suyos que estén “vigilantes” en las urnas, porque no aceptará nada que no sea su victoria.

De hecho, el riesgo de un estallido de la violencia postelectoral es tan alto que Walmart, la mayor cadena de supermercados de EU, anunció el miércoles de la semana pasada que retiraba de sus estanterías armas y municiones, aunque no pasaron ni 24 horas para que volvieran a ponerla, probablemente tras recibir los dueños una llamada de la Casa Blanca o de los amigos de la Asociación Nacional del Rifle.

No es que Trump desee que los estadunidenses se disparen otra vez unos a otros para defender una idea de país; lo que quiere es que esta “guerra cultural” que enfrenta a progresistas y conservadores por un modelo de país- sea ganada por los herederos de los esclavistas que perdieron la guerra civil hace 155 años y la ganaron los abolicionistas bajo el liderazgo del presidente Abraham Lincoln.

Lo que quiere, por poner un ejemplo contemporáneo, es ganar como ganó Vladimir Putin en Rusia, quien, mediante la intimidación a la prensa, la represión a los disidentes y los sectores progresistas y el abuso de poder para manipular las leyes, ha logrado un país sumiso, ortodoxo, sin libertades civiles y -como siempre- dominado por un “zar” desde el Kremlin.

Todos los caminos conducen a Moscú.

Por eso, como ocurrió hace cuatro años, las miradas se vuelven al Kremlin, bajo cuyos muros se cocinó el ataque cibernético contra la campaña de Hillary Clinton. Si Trump gana de nuevo las elecciones -con ayuda de Moscú o no-, y si logra retener el control del Senado, lo que nadie duda es que se vienen cuatro años para vengarse a placer de sus adversarios, empezando por uno de los pilares de la democracia estadunidense: la prensa crítica.

No sabemos si Trump llegaría al extremo de envenenar a sus adversarios políticos, como acostumbra a hacer Putin; lo que sí es de dominio público es la admiración (y envidia) que siente por el poder acumulado por su homólogo ruso.

Pero tiene esperanzas. Con una Corte Suprema sumisa a sus intereses, no sólo puede el derecho al aborto y otras conquistas sociales, sino que organizaciones como Black Lives Matter podrían ser ilegalizadas o podría aprobar una batería de leyes electorales para manipular distritos electorales y conformar nuevas mayorías de votantes (gerrymandering) para acorralar a los demócratas.

Sólo un escenario de pesadilla podría desbaratar las ambiciones imperialistas de Trump mandar a la clandestinidad el nuevo culto trumpista: que los estadunidenses salgan en masa mañana a votar a Biden, de tal manera que la diferencia sea tan grande que no se atreva a denunciar fraude. Sólo así, Estados Unidos (y el mundo) podrá despertar de la actual pesadilla.

fransink@outlook.com