Opinión

Trump, el pez que por su propia boca muere…

Trump, el pez que por su propia boca muere…

Trump, el pez que por su propia boca muere…

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy
LIC. JESÚS RAMÍREZ CUEVAS,COORDINADOR GENERAL DE COMUNICACIÓN SOCIAL,PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA+Cuanto menos piensan, los hombres menos hablanMontesquieu Dados los últimos acontecimientos en Estados Unidos, bien le vendría a usted intercambiar experiencias con Hope Kicks, su (aún) homóloga en la Casa Blanca, de la saliente administración Trump. Su jefe Andrés Manuel López Obrador y el mandatario estadounidense tienen mucho en común. Ambos son empecinados, no gustan mucho de escuchar a los demás y viven en sendas realidades alternas. Pero en lo que más se parecen -y es lo que a usted más debiera preocuparle- es que ambos son populistas y utilizan la palabra más que como un arma que como un vehículo de comunicación. Tanto Trump como López Obrador pergeñaron la idea de un enemigo responsable de todos los males que aquejan a sus respectivas naciones, para que una parte del pueblo concentre ahí todos sus resentimientos y frustraciones. Atacan a diario a sus mutuos enemigos para reforzar casi con cemento a su base electoral, a costa de dividir y polarizar al país…

Pero todo tiene un límite:

Donald Trump, al reforzar la semana pasada con su diatriba del fraude electoral que 40 cortes estatales desecharon, una y otra vez se refirió a sus adversarios como malignos y perversos y al grito mudo de ¡paren ese robo!, encaminó a sus seguidores hacia el Capitolio.

Como usted vio en las transmisiones de televisión, esos aguerridos seguidores hicieron vandalismo y medio en el Capitolio en su intento de evitar la certificación de los resultados del Colegio Electoral y a esa cuenta hay que sumar… cuatro personas muertas.

Fue tal el impacto del asalto al Capitolio que incluso republicanos muy allegados a Trump, como el senador Mitch McConell, pintaron su raya. Otros políticos calificaron las palabras de Trump como una incitación a un golpe de Estado o como un acto de sedición. La palabra importa, Jesús. El miércoles mismo, el candidato ganador Joseph Biden lo resumió con claridad: “En el mejor momento, las palabras de un presidente pueden inspirar. En el peor, pueden incitar." El caso es que al señor Trump le va a salir más caro el caldo que las albóndigas. Había librado el juicio político por sus trapacerías durante la campaña y luego durante su mandato, acusado de abuso de poder y obstrucción de la justicia. Ahora enfrenta una situación peor y más ignominiosa, si cabe: ser el causante y provocador -con sus propias palabras- del asalto al corazón de la democracia estadounidense.
Aun cuando apenas le queda poco más de una escasa semana de mandato, el influyente periódico The Washington Post propuso la destitución de Trump con base en la 25ª Enmienda Constitucional, que lo dejaría “imposibilitado para desempeñar los poderes y obligaciones de su cargo". Los demócratas, con Nancy Pelosi a la cabeza, valoran llevarlo a juicio político. Los republicanos tampoco están contentos, ante la amenaza de que el mandatario saliente se apropie de su partido a través del trumpismo radical. Trump se ha quedado solo para enfrentar tales acusaciones. De su parte, a don Andrés le quedan cuatro años por delante. Sueño con que por el bien de todos los mexicanos, AMLO recapacite sobre sus diatribas cotidianas y haga suya la línea de conducta del presidente electo Joe Biden, traduciéndolas a su propio estilo:

“Nuestro trabajo será restaurar la democracia, el honor y la decencia. Es así de simple. La renovación de la política trata de resolver problemas, de cuidar al uno al otro, no de alimentar las llamas del caos y del odio (…)

La democracia es frágil. (Requiere de) honor, decencia y respeto…”

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