Opinión

Trump se fue; el trumpismo, no

Trump se fue; el trumpismo, no

Trump se fue; el trumpismo, no

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Donald Trump se ha ido. Fue sacado de la Casa Blanca metafóricamente casi a rastras y pataleando. No quería dejar el empleo que, dice, le robaron y del que asegura, lo corrieron ilegalmente. Pero, a final de cuentas, ya no está. Sin embargo, como si fuera un fantasma, sigue aquí. El expresidente es todavía de hecho el líder del partido Republicano y una fuerza política de gran influencia en Estados Unidos, que hará todo lo posible para que la administración de Joe Biden fracase.

Trump es un hombre herido y peligroso, marcado por la dudosa distinción de haber sido llevado a juicio político dos veces y con innumerables desafíos legales y financieros, pero sigue siendo inmensamente popular con los electores que constituyen su base. Con ellos puede hacer y deshacer carreras.

Cuando finalmente Trump dejó la Casa Blanca, sin asistir a la toma de posesión de su sucesor, como habían hecho todos los presidentes en los últimos 152 años, los líderes republicanos, esos que cuando decidió que quería la presidencia se rieron pero después se hincaron ante él, empezaron a imaginarse felizmente una nueva era, dejándolo atrás.

Trump se fue derrotado, rodeado de escándalo y totalmente responsable por la peligrosa división que sufre el país. Su reputación, por los suelos, sobre todo después de que incitó a un violento y salvaje grupo de sus seguidores a invadir el Capitolio y tratar de impedir por la fuerza la confirmación de la elección.

Creyéndose liberados del yugo trumpista, varios republicanos encabezados por Mitch McConnell y Kevin McCarthy, líderes del Senado y la Cámara de Representantes respectivamente, se apresuraron a culpar a Trump y a admitir que él y nadie más que él era el responsable de la insurrección, que puso no solo la democracia sino la vida de los legisladores en peligro y dejó a cinco personas muertas. Pero eso fue entonces. La condena y reprobación a su líder no duró mucho.

Ya establecido en su nuevo hogar en Florida, Trump mostró su enojo, sobre todo hacia McCarthy, de quien dijo que cedió a presiones y faltó a la fidelidad hacia él. Y ¿qué hizo el congresista republicano por California? Pues subirse a un avión e ir a besar la mano del expresidente al que había enfurecido con una leve acusación. Inmediatamente después de la visita, Trump emitió un comunicado presumiendo que su popularidad y su influencia política nunca habían sido más fuertes.

El Partido Republicano no concibe por ahora un futuro sin Trump y ha decidido que para su supervivencia, mejor seguir unidos y obedientes al expresidente. Están convencidos de que no pueden avanzar sin su energía, aún si esta es tóxica. Están conscientes de que los seguidores trumpistas castigarán a quien le sea desleal y son ellos los únicos que pueden ayudarles a recuperar el control del congreso en 2022. De ahí que no hay posibilidad alguna de que voten en su contra en el juicio que está por empezar.

Se espera que Trump presida la convención anual republicana en abril próximo a invitación de la líder del partido, Ronna McDaniel, puesta en el cargo por él. Después de todo, en algunos estados como Florida y Texas, Trump es más popular que el mismo partido. En Ohio, por cierto, se ha propuesto designar el 14 de junio como el Día en honor de Trump.

El trumpismo, la corriente política en la que ciegamente creen los 74 millones de estadunidenses que votaron por él y creyeron las 30 mil 573 mentiras que dijo a lo largo de su mandato, está aquí para quedarse y perturbar la paz por muchos años más. La explicación más común es que la globalización y tecnología, así como el cambio demográfico del país, hizo a un lado al hombre blanco trabajador de clase media y Trump supo aprovechar ese descontento.

Las aspiraciones de Trump de reelegirse en 2024 ya no parecen muy probables. De resultar culpable de haber provocado los disturbios, quedará inhabilitado para cargo alguno. Pero, como lo más probable es que eso no suceda, podría, independientemente de todos su problemas legales, retirarse con dignidad y no solo gozar de la pensión presidencial de 207 mil 800 dólares al año que reciben los exmandatarios, sino que de por vida tendría protección del Servicio Secreto y beneficios de salud, con personal a sus órdenes y viajes. Pero es claro que un escenario así no es para un hombre como él, que más que presidente se creyó rey.