Opinión

Un año de pandemia

Un año de pandemia

Un año de pandemia

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La semana pasada se cumplió un año de que se declaró oficialmente que la pandemia de coronavirus se reproducía en México, y dio inicio la llamada Jornada Nacional de Sana Distancia. Creo que ni el más pesimista hubiera imaginado la profundidad y la duración de la pandemia en México y el mundo, así como sus efectos económicos, políticos y sociales, que pueden ser duraderos.

Muchas de las cosas que fueron motivo de obsesión y preocupación en las primeras semanas han pasado a segundo plano o desaparecido: desde el miedo a superficies no sanitizadas hasta las compras de pánico en previsión de quién sabe cuáles escaseces. También se fueron rápido ridiculeces como la de los que se pusieron a cantar el Cielito Lindo, para ser algo así como italianos, o los actorcitos que enviaron videos de ánimo desde sus departamentos de Miami.

Otras, en cambio fueron tomando su lugar, se enraizaron y generaron cambios cuyas consecuencias de fondo todavía estamos por sopesar.

El cubrebocas, a pesar de la terca resistencia del ocupante de Palacio Nacional que todavía ve en él un recordatorio del calderonismo, ha pasado a ser parte de la indumentaria de la gran mayoría de los mexicanos. Las clases y el trabajo en línea ocuparon un lugar preponderante en la vida social y productiva. El confinamiento y el cierre intermitente de actividades fuera de casa han cobrado una cuota en muchas áreas de la vida personal y colectiva. La cuarentena no ha sido total, pero ha superado el año.

Y encima de todo eso, las olas sucesivas de contagios y muertes que han sido una suerte de sudario en el ánimo de las personas y han ocupado, junto con todas lo relativo a la pandemia, su desarrollo y los intentos de controlarla, una parte muy grande, a ratos excesiva, de sus pláticas, sus lecturas y sus preocupaciones, sustituyendo -sin duda- a otras más amables que existían en la antigua normalidad.

A la hora de hacer los saldos, viene un escalofrío. Primero, en lo relativo a la salud. Nunca se calculó bien el tamaño, estrictamente epidemiológico, de la pandemia. Según los datos oficiales han muerto en México 25 veces más personas por COVID que lo previsto al principio; más de 10 veces que lo supuesto hacia el final de la Jornada Nacional de Sana Distancia y más del triple del llamado “escenario catastrófico”.

Miles de los fallecidos nunca llegaron a unidades de terapia intensiva; otros, sobre todo al principio, esperaron demasiado antes de acudir a los hospitales. Las autoridades subrayan que el sistema hospitalario no fue rebasado porque hubo reconversión masiva. Pero la intención debió de haber sido contener, en lo posible, la epidemia, no simplemente evitar un colapso evidenciable por insuficiencia de camas de hospital.

Suponer que todas y cada una de las muertes por COVID son culpa de los errores de estrategia en salud es un exceso retórico. Igual lo es echarles la culpa a las comorbilidades preexistentes. Lo cierto es que una mejor política de pruebas y detección de contactos y una mejor información sobre los peligros y la forma de contagios -incluida la obligatoriedad del cubrebocas- hubieran hecho que el número no fuera tan alto.

Un elemento clave que ayudó a que los contagios se dispararan fue la contradicción entre el llamado al confinamiento y la ausencia de estímulos económicos para poder cumplirlo. Estímulos de verdad para los trabajadores, y auxilio para las empresas, para evitar una gran recesión. Sabemos que es particularmente difícil hacerlo en una sociedad desigual, que tiene a tanta gente en la economía informal. Pero igualmente era necesario.

El gobierno decidió que no, que -al peor estilo neoliberal- los equilibrios fiscales eran más importantes y que, como algunos podían beneficiarse indebidamente, lo mejor era dar los menores apoyos posibles. Mientras las naciones del mundo se desbordaban para sostener sus economías con programas de emergencia, México invirtió en ellos, en proporción con su producto, sólo más que Uganda.

Así se crean las condiciones de “cada quien por sí y Dios contra todos”. O, como quien dice, sálvese quien pueda.

El resultado, una contracción de, 8.5 % del PIB, la disminución de 2.4 millones en el personal ocupado y un aumento de 3.8 millones de personas subocupadas. La mayor parte de los empleos recuperados, tras la caída brutal del segundo trimestre de 2020 son peor pagados que los que se perdieron. Esto coincide con la desaparición neta de cerca de 400 mil micro, pequeñas y medianas empresas… sin contar con los problemas crecientes que han tenido muchas de las más grandes.

El drama laboral tiene otra traducción: la pandemia y su manejo económico están asociados al crecimiento del número de pobres en el país en aproximadamente 10 millones de personas. Si la disminución de la pobreza había sido lenta en años anteriores, ya se retrocedió lo poco que se había avanzado.

Al mismo tiempo, la brecha social amenaza con incrementarse en el largo plazo, a partir de las diferencias en el aprovechamiento escolar. 5.2 millones de niños y jóvenes ya no se inscribieron al ciclo 2021-22, y la mayoría es debido a que sus padres o tutores quedaron desempleados, ellos mismos tuvieron que buscar empleo o no tienen acceso a computadora o internet. 740 mil menores no pasaron el ciclo anterior en educación básica.

Si fue un año difícil y con poco avance para muchos estudiantes, para los más pobres no fue un año perdido, sino algo más: fue el final de su vida escolar.

Falta todavía por ver el saldo en términos de salud mental, por el stress relacionado a los temores y al confinamiento. Ese será más difícil de cuantificar, pero sin duda también tendrá efectos duraderos.

Ahora hay una entendible fatiga social por COVID, un deseo de volver a vivir desde este momento algo parecido a lo que había antes. También hay un hálito de esperanza, con la aparición de las vacunas, cuyos efectos benéficos acumulados sólo podremos ver en meses. Esa fatiga y esa esperanza chocan con los anuncios de que se viene una tercera ola de contagios; esperemos que no sea arrolladora, porque los efectos de las primeras dos han sido terribles.

Y lo que todavía no alcanzo a entender es que alguien haya podido decir que la pandemia le vino como anillo al dedo.