Opinión

¿Un queso gruyere de Estado palestino? No, gracias

¿Un queso gruyere de Estado palestino? No, gracias

¿Un queso gruyere de Estado palestino? No, gracias

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Donald Trump presentó ayer su “plan de paz” para Oriente Medio, al que definió —como no podía ser de otro modo, viniendo de un megalómano patológico—, como el “Acuerdo del Siglo” (así, en mayúsculas).

La respuesta del presidente del presidente palestino, Mahmud Abbás, no se hizo esperar: “No es el acuerdo del siglo, es la bofetada del siglo”.

¿Quién miente? En mi opinión, es evidente que el presidente de Estados Unidos, aunque no todos los ven así, incluidos sorprendentemente (o no tanto) varias naciones árabes clave, como Egipto y Arabia Saudí.

El plan de Trump no puede ni de lejos considerarse “del siglo”, como pudo haber sido, por ejemplo, el que propuso en su día el primer ministro israelí, Ehud Olmert, que solucionaba de forma salomónica el principal obstáculo, el estatus de Jerusalén: Ni capital del Estado de Israel, ni capital del Estado palestino, sino cosoberanía entre los dos Estados bajo supervisión permanente de la ONU. Lástima que el movimiento Hamas —los palestinos más radicales que arrebataron la Franja de Gaza a los moderados de la OLP— rechazase tajantemente esta solución.

Volviendo al plan de Trump, basta con agarrar el confuso mapa de cómo quedarían los dos Estados para entender que lo que propone para los palestinos es inviable, se mire por donde se mire. Básicamente, el mapa de la futura Palestina es un queso gruyere, lleno de agujeros, que serían los asentamientos judíos que serían anexionados a Israel. En una clara maniobra de engaño, señala que el Estado palestino casi doblaría su tamaño al que territorio que ahora controlan, pero lo que no se ve en el mapa es que la mayoría de ese territorio es árido, y que las tierras más fértiles, como el valle del río Jordán, serían anexionadas a Israel. Sin embargo, el mayor engaño (en el que cayeron medios de todo el mundo) y el más humillante para los palestinos es cuando les promete que podrán levantar su capital en Jerusalén este, pero no habla de la Ciudad Vieja, donde se encuentra la Explanada de las Mezquitas y su icónica cúpula dorada, sino de los barrios periféricos al este de Jerusalén, la mayoría de ellos separados de la ciudad por el muro que levantaron los israelíes.

A cambio, para demostrar lo magnánimo que es, promete que podrán seguir rezando en la mezquita de Al Aqsa (tercer lugar sagrado del islam) y anuncia un plan Marshall de 50 mil millones de dólares para levantar la asfixiada (por Israel) economía palestina. Sin embargo, matiza a renglón seguido que ese dinero deberá ser compartido por los palestinos con sus “hermanos” árabes de Jordania y Egipto, lo que explicaría en parte la buena acogida que ha tenido la propuesta de Trump en El Cairo.

En cualquier caso, basta con ver la cara extasiada del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, para que quede claro quiénes salen ganando con este “plan de paz” de Trump: los “halcones”, no sólo los de la derecha nacionalista israelí, sino los radicales de Hamas, los que defienden (como sus aliados de Irán) que lo se debería negociar con Israel es su aniquilación.

fransink@outlook.com