Opinión

Una bomba de relojería explotó en Líbano; desactiven la segunda

Una bomba de relojería explotó en Líbano; desactiven la segunda

Una bomba de relojería explotó en Líbano; desactiven la segunda

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

El cruel destino ha querido que la bomba de Beirut haya explotado apenas dos días antes del 75 aniversario de la bomba atómica de Hiroshima. De hecho, el gobernador de la capital libanesa, Marwan Abboud, comparó la tragedia de las dos ciudades, tras contemplar la imagen del hongo surgido de la tremenda explosión en el puerto beirutí. La comparación entre la apocalipsis atómica en un lugar y la explosión de nitrato de amonio en otra afortunadamente no resiste, pero el tamaño de la tragedia libanesa augura que habrá un antes y un después en la historia de este pequeño, pero enormemente complejo país multiconfesional de Oriente Medio. Ya nada será igual, pero la lección de Hiroshima es que hasta del escenario más apocalíptico se puede aprender a corregir errores, mirar hacia adelante y progresar, como hizo Japón.

Obviamente la urgencia ahora es levantar piedra a piedra en busca de desaparecidos, atender a los heridos y dar sepultura a los muertos, y todo esto en el peor momento posible, en medio de una pandemia. En paralelo, las autoridades tienen que responder y asumir las consecuencias de las preguntas que atormentan a todos los libaneses: ¿Cómo pudo almacenarse durante seis años hasta casi tres mil toneladas del explosivo nitrato de amonio en el puerto de Beirut, a metros de barrios muy poblados? ¿Por qué las autoridades durante todo este tiempo hicieron caso omiso de las alertas?

Pero la peor noticia para Líbano es que la bomba que estalló el martes, además de provocar una tragedia humana y económica gravísima, activa el cronómetro con cuenta atrás de otra bomba mucho más peligrosa: la de otra guerra civil libanesa.

Para desactivar esta bomba de relojería deben ocurrir como mínimo tres cosas: que caiga todo el peso de la ley sobre los responsables de la tragedia del puerto y haya reparación a las víctimas; que no haya injerencia extranjera de ningún tipo, no sólo de Israel y su aliado EU, sino del régimen sirio y la alargada sombra de Irán, que nutre de armas a los milicianos chiitas de Hezbolá; y la de mayor calado, que se reforme en su totalidad el Estado, con una nueva Constitución que, ahora sí, castigue sin piedad la corrupción en la que se instalaron dirigentes de todas las confesiones —musulmanes sunitas, chiitas, cristianos y drusos— y que ha esquilmado las arcas del Estado, en complicidad con los oligarcas locales.

¿Cómo no podría volver a estallar otra bomba en Líbano, un país más pequeño que Querétaro, que en marzo declaró que no podía pagar su deuda externa, que casi la mitad de sus 6.6 millones de habitantes es pobre y que encima debe dar de comer y atención sanitaria a 1.5 millones de refugiados sirios y a 175 mil palestinos?

Líbano se encuentra al borde del abismo, pero peor estuvo Japón hace 75 años y mira ahora.

Un buen comienzo sería escuchar a esos miles de jóvenes libaneses indignados, que no ven futuro y que su única salida es protestar en la calle. La pandemia frenó la revuelta popular que estalló en 2019 (casi en paralelo a la chilena), pero ahora podría resurgir con más fuerza y de forma más imprevisible ante una tragedia que pudo haberse evitado y que ocurrió porque, al parecer, a alguien poderoso le convenía que estuviera almacenado el explosivo.

Llegados a este punto, surge una coincidencia inquietante. El bombazo en el puerto de Beirut ocurre en víspera de que se conozca el fallo este viernes del Tribunal Especial para Líbano del asesinato en 2005 del primer ministro Rafik Hariri, que mató a otras 21 personas tra explotar una bomba en su coche en una calle de Beirut. Casi con toda seguridad, serán condenados en rebeldía los cuatro militantes de Hezbolá que fueron acusados de ser los autores materiales y que se esconden presuntamente en Siria, bajo el manto protector del dictador chiita Bachar al Asad. Sin embargo, todo parece indicar que, más que un atentado indiscriminado de Hezbolá contra su propio pueblo, estamos ante una negligencia criminal de la clase política en general producto de la arraigada corrupción.

Y este es el cáncer que hay que extirpar, antes de que estalle la próxima bomba en Líbano.

fransink@outlook.com