Opinión

Una decisión valiente

Una decisión valiente

Una decisión valiente

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

La valentía en política es tratar de facilitar el camino a la resolución de una crisis mediante una acción arriesgada, a sabiendas de que no va a ser entendida por muchos y de que, quien la propuso, va a ser apedreado. En el caso que tratamos, la decisión del presidente español, Pedro Sánchez, de indultar a los presos independentistas catalanes es una decisión valiente, a sabiendas de que muchos españoles van a querer castigarlo en las urnas, en el Parlamento o incluso en los tribunales.

La derecha --PP (conservador), Vox (extrema derecha) y Ciudadanos (liberales)-- ya prepara querellas judiciales e incluso una moción de censura contra el mandatario socialista por lo que considera una “traición” e incluso un “golpe de Estado sin pistolas”. En el otro extremo, los independentistas catalanes insisten en que no quieren el indulto --se perdona el cumplimiento de la pena--, sino la amnistía --se perdona el delito en sí--, y un referéndum, negociado (por las buenas) o unilateral (por las malas).

Si lo de Sánchez fue un acto de valentía, la reacción de la derecha y el separatismo catalán está muy lejos de tener el otro valor en política ante una situación difícil: la nobleza. No hay que irse de España ni lejos en el tiempo para entender que, cuando entran en juego la valentía y la nobleza, se puede hacer política con mayúsculas y avanzar desde el consenso.

El valiente al que me refiero es el fallecido presidente Adolfo Suárez cuando tomó una decisión suicida, pero que contaba con el apoyo del rey Juan Carlos I: legalizar el Partido Comunista. Lo hizo (para colmo) el Viernes Santo de 1977 y cuando no habían pasado ni dos años de la muerte del dictador Franco.

¿Cómo pudo Suárez ejecutar semejante provocación, dando así la excusa perfecta a los nostálgicos del franquismo para dar un golpe de Estado? Lo hizo porque cuando sondeó lo que encontró fue nobleza. Fue noble el líder comunista, Santiago Carrillo, quien renunció a un Estado marxista y aceptó que España era una monarquía parlamentaria; y fueron nobles los jerarcas del Ejército que combatieron a los “rojos”, por aceptar que la grandeza de la democracia es que se pueden sentar en un mismo Parlamento con el enemigo ideológico y dialogar y sacar adelante un país sin dar tiros.

Esa nobleza es la que, lamentablemente, dejó de existir en España. La derecha de Madrid sólo piensa en la venganza y el rédito electoral y los separatistas de Barcelona insisten en un derecho de autodeterminación --que no existe en la Constitución Española-- y amenazan con una independencia que nadie reconocería, porque Cataluña no es una colonia ni está sometida a una opresión intolerable (no es Palestina, vamos).

Lejos de crispar, el indulto debería servir para que los valientes y los nobles --ojalá el presidente catalán, Pere Aragonès sea uno de ellos-- se sienten a dialogar y busquen la manera de sacar a Cataluña de ese bucle tóxico que la mantiene estancada su economía y a su sociedad dividida desde hace una década.

La apuesta de Pedro Sánchez bien puede fracasar, pero siempre será mejor intentarlo que dejar que se pudra un problema. El futuro es de los que arriesgan; el futuro es de los valientes.