Opinión

Una santa con historia: Concepción Cabrera

Una santa con historia: Concepción Cabrera

Una santa con historia: Concepción Cabrera

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Lilia Granillo Vázquez*

Este 4 de mayo, en la Basílica de Guadalupe, será beatificada una escritora profesional mexicana. Mujer sencilla, de espíritu complejo, con familia múltiple y trascendencia internacional, Concepción Cabrera de Armida nació en San Luis Potosí en 1862. Sus orígenes, en tiempo y espacio, están marcados por una región profundamente católica en contraste con una era de confrontaciones entre el Estado y la Iglesia. De 1855 a 1863 datan los enfrentamientos por las Leyes de Reforma que restringen la participación eclesiástica en la plaza pública; y acaban con el poder colonial de obispos, sacerdotes, órdenes religiosas, monjas, conventos. La Constitución de 1857 es explícitamente contraria a los intereses católicos. La Guerra de Reforma (1858-1862) dio pie a la Intervención Francesa fraguada por los conservadores. En 1863, el presidente legítimo, Juárez, se refugió en San Luis Potosí, y su gobierno comenzó la lucha contra la recuperación de privilegios y bienes conservadores que apoyaban desde Europa el Papa y otros notables. Al año siguiente el malhadado Maximiliano aceptó firmar como Emperador de México. Cortesano, liberal, casado con la princesa, hija del monarca más rico de Europa, viajó desde el idílico Palacio de Miramar en el Mar Adriático hasta el de Chapultepec, para ser fusilado en un monte en Querétaro en 1867.

La Restauración de la República estuvo marcada con varias expulsiones de religiosos y religiosas, cierre o transformación de iglesias y conventos y colegios en cuarteles y hospitales, por más de una década; y expropiaciones que duran hasta el presente. Concepción, que en 2008 realizó el milagro por el cual será beatificada, creció, se formó material y espiritualmente inmersa en estos avatares dialécticos de la sociedad mexicana, profundamente religiosa y anticlerical. A la muerte de Juárez (1872), hizo su primera comunión, previa confirmación y confesión. Durante la relativa paz porfiriana, cuando hubo muchas concesiones para la Iglesia, vivió en las haciendas familiares, aprendió a leer y escribir en casa y también a rezar, coser, tocar el piano y cocinar, vida recatada para las hijas de familia en la sociedad del siglo XIX mexicano, patriarcal y machista. Le gustaba montar a caballo y jugar con sus hermanos y los peones y las sirvientas de los ranchos. En 1889 se casó, y desde entonces hasta unos meses antes de su muerte se dedicó a cumplir con sus deberes de género, los de mujer casada —tuvo nueve hijos—, de esposa al favorecer las empresas del marido —La Lonja de San Luis Potosi —. Pero vivió una doble vida, amaba a los sacerdotes, cuidaba de su Iglesia, era la “amante de Cristo”, según ella misma dijo, y Javier Sicilia lo publicó en 2001. Con muchos sobresaltos pudo sobrevivir esta mujer que, como tantas otras místicas gozaba mucho, sufría en exceso; tenía salud precaria y padecía frecuentes enfermedades y recaídas. Nacida en la abundancia, viuda en 1901, sufrió pobrezas y estrecheces, cambios de residencia, muerte de cuatro hijos, amigos y parientes; y expulsiones de sacerdotes y monjas, cierre de iglesias, persecuciones.

Cabe imaginar las peripecias, las estrategias de sobrevivencia de esta Señora que era diferente, y que deambulaba por templos e iglesias incitando a todos a portarse bien, como Jesucristo, en momentos de suma dificultad pública para la vida del catolicismo que se precipitaba hacia la Revolución, y hacia la llamada “Guerra Cristera”. Desde 1917, la nueva Constitución contenía más restricciones para las comunidades eclesiales; intereses contrarios a los católicos. En la década siguiente, el malestar católico sobrevino en las guerrillas de 1926 a 1938, en que el estado de persecución cedió.

Incansable, multitask, diversa, incluyente, Concepción formó cientos de familias, trascendió en mil formas impensables, desde el establecimiento de conventos y órdenes religiosas hasta enseñar a leer y escribir, dar catecismo, dar el pecho a niños desnutridos, compartir las enseñanzas espirituales que había recibido; visitar enfermos, ayudar a bien morir. Apoyó material, afectiva y espiritualmente a muchas personas. Anunció el Evangelio, escribió libros, hizo viajes, buscó colaboradores. Gran empresaria, promovió la fundación y el desarrollo de grupos de trabajo y comunidades católicas hoy en todos los continentes.

Logró sacudir las conciencias incluso de san Pio X, el Papa que tuvo que reconocer su espiritualidad, muy mexicana, y concederle el permiso para fundar la Orden de Misioneros del Espíritu Santo (1913), y las Obras de La Cruz. En ella triunfó el amor a sus ideas, a su fe, a su misión y logró más que el ­papa Pio XI con su Encíclica de 1932, que denunciaba la persecución religiosa, que tardaría seis años en finalizar.

En 1883 comenzó a escribir su Cuenta de Conciencia. La teoría literaria feminista considera que las 23 mil páginas de escritura confesional con perspectiva de género debe editarse toda; dar a conocer la evolución de esta conciencia, proceso de empoderamiento, mantendrá abiertas las puertas de la Iglesia, tan patriarcal, para que las mujeres podamos ocupar nuestros lugares. Publicó además 46 libros que sustentan la beatificación. De su escritura profesional explica: “Para crecer en el amor de Dios es medio muy útil ejercitarse en actos de esta soberana virtud”. Y ¿qué decir del tratado de vicios y virtudes en dos tomos que Jesucristo le dictó; y otros tres tomos escritos para que los sacerdotes lleguen a la perfección. Abundó en lo epistolar con unas 18 mil páginas de cartas a obispos, religiosos, amigas, monjas.

Se calcula que escribio unas 65 mil páginas que dan a conocer a un Dios cercano, amoroso, un Ser Supremo incluyente, nada machista; más bien un Dios/Diosa promujer: «Te casaste por mis altos fines. Para hacer brillar más mi Poder; para tu santificación y la de otras almas […], para ejemplo de muchas almas que creen incompatible el matrimonio con la santidad […] y las obligaciones de éste con la sólida piedad».

Leer estos escritos nos regresa a la fe, que traspone las razones humanas y abraza el misterio y la ambigüedad para abrir resquicios para que lo espiritual venga al encuentro. Si Cristo hablaba con Concha, hay misterios y milagros que el alma recibe sin necesidad de explicación. Una conciencia recta pueda tener “relación inmediata con el Dios indecible, hablarle como a un Tú, [...] no temer que podríamos perderle precisamente por darle un nombre”. Será tarea personal trabajar por construir una conciencia recta.

* Profesora-investigadora del Departamento de Humanidades y miembro del Seminario de Estudios de género y violencias contra la mujer de la Unidad Azcapotzalco de la Universidad Autónoma Metropolitana.