Opinión

Unas simples palabras sobre su muerte

Unas simples palabras sobre su muerte

Unas simples palabras sobre su muerte

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Teléfono.

——¿Dónde estás? —me preguntó mi hermano Miguel Ángel.

—Voy sobre la Calzada de Tlalpan, ya casi llego.

Por la mañana habíamos estado juntos con mi padre en su casa, al pie de su cama, en la habitación donde murieron su esposa y mis abuelos. Ahí él también suspiró su final, cuando el segundo sol del verano cruzaba apenas el mediodía.

Mi último recuerdo será para siempre quizá, la boca seca de palabras y la consternada chispa de un reflejo turbio en sus ojos entreabiertos, quizá en uno de los últimos esfuerzos de su cuerpo ya llevado al extremo del deterioro. Una pupila negra cubierta por aguanosos cristales de infinita tristeza. La articulación fue un intento; un murmullo, un intento final de frase malograda.

Pero no hacía falta. La mirada fue una despedida. La muerte ya había abierto la otra puerta.

—Regreso en una hora— le dije a mi hermano. Tengo una grabación.

Cuando volví, mi padre ya había traspasado el último umbral. Se había empequeñecido.

Y no fue la muerte quien abrió la puerta, fue la vida quien la cerró.

Tenía noventa y dos años y en sus últimos dos, todo había sido terriblemente cruel. Nada de aquel hombrón atlético de gimnasio y bíceps mayúsculos. Perdidas la cabellera ondulada de su juventud, la picardía de su verbo elegante, la ironía despiadada, la alegría a raudales.

El tiempo, sin prisa, lo fue lastimando paso a paso, con la metódica crueldad reservada para los cuerpos ancianos. No tuvo para morir ni siquiera el auxilio de una enfermedad cuya virulencia lo acabara. No. Sólo llevaba en la piel las huellas inclementes de la vida.

Por eso su final no fue sólo un término, fue una liberación del sufrimiento.

Para llegar al estudio, crucé, como casi todos los días, el vestíbulo central del viejo edificio de Televicentro, en cuyo suelo están inscritas con hebras de bronce, las firmas de los artistas y administradores del sueño de don Emilio, como él siempre le dijo.

Pasé por la parte media y vi, una vez más, la firma de mi padre: una “C” y las letras del apellido en fino acordeón de rasgos ascendentes, rematados con una revolera de zigzag. En otra esquina está el autógrafo de mi abuelo, quien fue locutor en la XEB.

Y detrás de esa caligrafía, toda la historia de mi vida, de los años con mi padre y sin él, de sus enseñanzas, de mis recuerdos.

Él me enseñó la primera ola del mar y el primer pino del bosque; de su mano conocí al elefante gris y la pantera negra, la bicicleta azul, la chamarra de cuero, los patines, los libros, los discos, la música y  la escuela; el automóvil.

El primer micrófono y la primera gui­tarra de tantas canciones, el primer disparo de una pistola, el primer caballo y el primer trago de tequila; el trabajo inicial en la radio, los interminables consejos profesionales, el rigor, la disciplina; también el ­relajo, la noche de líquidos espejos, el hospital, el quirófano de mi infancia.

No podría en este espacio relatar una vida completa: ni la suya ni la mía, ni la nuestra.

Sólo queda pensar en cómo los muertos se nos van agrupando y hacen el único equipaje del cual nunca nos podremos —ni querremos— desprendernos. A los vivos podemos dejarlos de ver y hasta olvidarlos. A los muertos, no.

Nuestra vida sigue siendo con ellos y sus voces convertidas en recuerdos —como eco o persecución—, nos siguen en la cabeza; los gestos nos sorprenden, las evocaciones llegan cuando menos se espera. Somos a veces por quienes ya no son.

Ahora ya no queda nada sino una casa vacía en cuyo frente, altiva y larguísima, se mece una jacaranda de follaje verde. Él podaba sus ramas para recibir más luz por la ventana. Ahora ya no necesita la luz. El árbol ha crecido y bajo su sombra otros seguiremos sus pasos.

El sol seguirá cayendo sobre el techo. La lluvia bañará los vidrios. Los gatos en el patio dormirán la siesta, y yo seguiré pensando cuántos años le faltan al tiempo.

Pero no es el obituario la vocación de esta columna. Sólo debo agregar mi gratitud a quienes han expresado palabras de consuelo en estos días. No los puedo enumerar a todos, pero ellos saben a quiénes les mando mi agradecimiento.

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En la retórica de los años sesenta se acuñó el concepto de la exportación de revoluciones. Era la principal acusación contra el régimen de Fidel Castro quien, efectivamente, exportó su lucha armada hasta Angola, además de sus guerrillas subversivas por América Latina, lo cual nos recuerda la longitud de sus brazos y la eficacia de sus capacidades.

Los cubanos no podían ir a la tienda, pero su revolución podía llegar a África, diríamos parafraseando a Octavio Paz, quien sintetizó el fracaso soviético con aquel dicho: los rusos pueden ir a la Luna, pero no pueden ir a la esquina.

Hoy la nueva revolución mexicana, llamada por sus autores y promotores, “Cuarta Transformación”, nos explica cómo no se pueden trabajar estancias infantiles o distribuir medicinas oportunamente o pagarles con justicia a los médicos residentes o comprar colchonetas y tiendas para los policías en campaña, pero si es posible subsidiar el subdesarrollo de la hermana república de El Salvador.

El programa de auxilio salvadoreño es una caricatura. Resulta imposible atribuirle a la siembra de arbolitos —o al regalo de 30 millones de dólares sin condición alguna—, el camino para abandonar una pobreza secular, como la de los países del triángulo norte de Centroamérica. Es risible.

El propósito de la 4T —como recurso retórico en contra de las políticas migratorias de Donald Trump, de las cuales formamos parte activa con el cerco fronterizo del sur—, es promover la economía de la pobreza mesoamericana para frenar las migraciones. El huevo de Colón.

Y para ello cuenta con el auxilio técnico de la Comisión Económica Para América Latina, la cual no es garantía de nada excepto para admirarla como una enorme fábrica de interminables rollos.

Si revisamos lo presentado por la Cepal en el capítulo del “Bienestar social para la igualdad” de esa región, veremos este papasal de lugares comunes. Pero ni ahí se habla de los arbolitos. Veamos:

“Universalizar la educación segura hasta secundaria especialmente en zonas de alta violencia: proyecto para retener a 500,000 niñas, niños y jóvenes.

“Otorgar becas académicas y de sustento para la educación vocacional y técnica.

“Promover movilidad laboral con organizaciones de empleadores y trabajadores.

“Cerrar brechas salariales y de ingreso laboral entre hombre y mujeres.

“Implementar un sistema público de cuidados con prioridad hacia la primera infancia, niños, niñas y adolescentes y adultos mayores.

“Cerrar asimetrías de bienestar de los pueblos indígenas en el marco de sus derechos.

“Garantizar la seguridad alimentaria y nutricional, rural y urbana.”

Quizá este último punto pudiera tener relación con la siembra tan simbólicamente iniciada en Tapachula por nuestro Señor Presidente y el Ejecutivo salvadoreño, don Nayib Bukele, pero la “seguridad nutricional” resulta muy distante del consumo de los frutos de los árboles tropicales, si se quiere tener otra generación sin proteínas.

Y en cuanto a los beneficios económicos de las especies maderables, pues hablamos dentro de 25 años, si usted tiene tiempo.

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El Foro Nacional Permanente de Legisladores, advirtió sobre las nuevas condiciones del padrón del PRI en la cercanía del proceso interno:

“Las disposiciones de la nueva legislación, que busca clarificar la afiliación partidaria para dar seguridad a la posterior emisión de votos, hacen que nuestro padrón válido esté a medio camino para llegar a ser un padrón validable y comprobable ya que el tiempo de desarrollo del proceso mismo ha hecho que el INE, al verificar los registros, tenga observaciones al propio padrón que necesitan un tiempo más largo para ser resueltas”.

rafael.cardona.sandoval@gmail.com

elcristalazouno@hotmail.com