Opinión

Unos contra otros

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Unos contra otros

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

“No hay polarización”.

AMLO

La polarización política en México no ha llegado al extremo del enfrentamiento físico, no se ha convertido en guerra civil (al menos hasta ahora). Lo que vivimos es una guerra simbólica. El bombardeo diario de insultos, odio, desprecio, prejuicios y agravios desde el foro presidencial es demoledor y crea en los espectadores un sentimiento de desazón y en la población un estado de crispación.

México está atrapado en una vorágine continua, disolvente, de agresiones verbales. Es delirante que el ejecutivo nos convoque a “amar al prójimo” cuando él lanza, a diario, violentos ataques contra sus opositores. Predica el odio, no el amor. El enfrentamiento entre nosotros va a ser, a la postre, la herida más perdurable que AMLO dejará como herencia.

El problema de fondo es que el ejecutivo no lo ocupa un verdadero estadista, un hombre con dignidad y grandeza capaz de dirigir el Estado Nacional y unir en torno suyo a los mexicanos sin distinción de banderías políticas. No, AMLO es un líder de partido que actúa siempre a favor de su causa. Su compulsión permanente es ganar votos. La nación no es el centro de sus preocupaciones, le importa su partido. No le interesa la unidad nacional, al contrario, milita contra ella. Su actuar político ha sido fomentar nuestras diferencias y lanzar furiosas embestidas contra los símbolos, los personajes y la narrativa que han sido por dos siglos sustento de la unidad de los mexicanos.

Por eso es ridículo que pretenda compararse con prohombres de nuestra historia como Benito Juárez, Francisco I. Madero o Lázaro Cárdenas, porque ellos sí fueron estadistas y cohesionaron a la sociedad mexicana sin acudir a pruritos políticos mezquinos, abriendo lo brazos con franqueza a todos los mexicanos sin distinción de creencias, filiaciones, riqueza, escolaridad, sexo y cultura.

Lamentablemente el daño ya está hecho. Estamos enfrentados, no por ideas o proyectos de nación divergentes, sino por la mezquindad y beligerancia de un personaje al que no le importa México. La superación del este enfrentamiento tardará mucho en lograrse, exigirá de los futuros gobernantes una terapia de reconstrucción, inteligente, paciente, minuciosa, y un cambio profundo en las subjetividades colectivas.

No va a ser fácil. En muchos países se observa que las polarizaciones políticas tienden a hacerse irreductibles –como ocurre en las guerras religiosas—y crean una parálisis de la democracia y una descomposición perdurable de la convivencia. La prolongación de la atmósfera de animadversiones es mayor cuando tiene un sustento objetivo, en nuestro caso las desigualdades sociales.

El populismo conduce a las naciones a un callejón sin salida, bloquea la solución compartida, consensuada y racional, de los problemas nacionales. El populista Donald Trump dañó el corazón de la democracia estadounidense con mentiras monstruosas:  sembró en las masas, con éxito desconcertante, ideas fabulosas, absurdas, como que las últimas elecciones presidenciales fueron fraudulentas, les hizo creer que Joe Biden es líder del comunismo internacional, que el Partido Demócrata pretende destruir a EUA, etc., etc.

La cuestión no es lo que el ciudadano informado y crítico piense; el problema difícil de entender es que esas fantasías –por absurdas que sean-- son aceptadas, y asumidas como verdades por amplios sectores de la población. Esas concepciones desorbitadas se difunden en la población estadounidense con la ayuda de la televisión y de las redes sociales y encuentran terreno fértil en los estratos sociales de más baja condición y con menor escolaridad. La racionalidad del individuo, como dice Freud, se esfuma cuando se integra a una masa, sin importar en qué dirección esa masa se mueva.