Opinión

Valentín Campa: De Trotsky a la Rotonda

Valentín Campa: De Trotsky a la Rotonda

Valentín Campa: De Trotsky a la Rotonda

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Valentín Campa tenía la entereza de quienes se han sumergido en las corrientes profundas de la historia. El Siglo XX lo marcó y él dejó una huella en la construcción de las grandes centrales sindicales y en la elaboración de alternativas políticas que significarán una sociedad mejor.

Aún recuerdo cuando lo conocí, a instancias de Héctor Delgado,  una fría mañana de 1985, en la que me contó de la necesidad, acaso imposible, de volver a impulsar la industria ferrocarrilera, de la urgencia de hacer del PSUM un partido poderoso y de no perder en esa empresa mucho de los avanzado en los últimos años.

Me impactó, como a tantos otros,  su personalidad, su inteligencia y la claridad con la que podía ver ciertos asuntos, entenderlos y explicarlos.

Para la izquierda su presencia significaba el testimonio de largas y duras batallas que entre otras cosas  permitieron que se pactara la Reforma Política, en 1977,  y que el PCM pudiera contender electoralmente.

Un paso grande, si se toma en cuenta que el propio Campa había sido candidato presidencial sin registro, solo uno años antes.  Esas eran las paradojas del sistema político mexicano, desde ese entonces.

Campa había pasado 10 años preso en Lecumberri. Una década, la de los años sesenta, pagando por el delito de disolución social, pero sobre todo, por su tenacidad en la defensa de las libertades sindicales y en particular en los Ferrocarriles de México.

Se hizo comunista desde joven y sufrió las inclemencias de un partido que por largos periodos fue presa de la cerrazón y del autoritarismo.

Se opuso, junto con Hernán Laborde, a que el Partido Comunista Mexicano (PCM) participará en el asesinato de León Trotsky, como había instruido José Stalin. Esto les costó ser expulsados. Era 1940 y el 24 de mayo, David Alfaro Siqueiros, por órdenes de la dirigencia comunista, participó en un ataque armado que fue frustrado, por su mala planeación y por la reacción de los guardias de Trotsky.

Cuatro meses después, el 20 de agosto, Ramón Mercader, un agente de la KGB, que logró infiltrarse en el círculo cercano del fundador del Ejército Rojo, mató a Trotsky con un golpe de piolet en la cabeza.

Pero Campa se jugó la vida en ello, porque José Stalin solía cobrarse caro la indisciplina de quienes creía deberían estar al servicio de la Unión Soviética.

Los tentáculos las agencias de seguridad rusas eran muy largos e inclusive alcanzaron al fiscal del caso Trotsky, Francisco Cabeza de Vaca, quien moriría envenenado, luego de que le inyectaron una sustancia en un pie. Había logrado una condena de 20 años en contra de Mercader, pero también insistió en indagar la conexión internacional del crimen.

El tiempo le dio la razón a Campa, se asumió que lo de Trotsky tenía todos los ingredientes de una barbaridad, y recobró su calidad de militante y dirigente comunista.

Después de todo, desarrolló un instinto político que le permitió adelantarse a las estructuras burocráticas y buscando, en todo momento, alianzas que hicieran posible, victorias concretas. Como trabajador, en la industria petrolera y en los ferrocarriles,  sabía que la primera obligación era la de conseguir un sustento, la de propiciar mejores condiciones en los centros de trabajo.

Los restos de Campa, quien murió el 25 de noviembre de 1999, ya se encuentran en la Rotonda de las Personas Ilustres. Es un justo reconocimiento y una oportunidad para reflexionar sobre lo que costó tener una democracia vigorosa y una institucionalidad que la hace posible. Para eso, entre otras cosas, luchó Campa.