Opinión

Víctimas de un discurso de odio y austeridad

Víctimas de un discurso de odio y austeridad

Víctimas de un discurso de odio y austeridad

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Cientos de alertas se han encendido desde hace años en torno a la creciente violencia contra inmigrantes y residentes de la frontera sur de Estados Unidos y norte de México, miles los focos rojos encendidos por racismo en las representaciones diplomáticas de México en la zona, pero los avisos recientes del propio gobierno de Texas sobre los recortes presupuestales, el abandono y la falta de apoyo federal, eran una señal a gritos de inconformidad.

El Paso, Texas, es un centro de producción que enfrenta los peores retos de su historia. La arquitectura y servicios de la ciudad avanzan al declive. El centro, sus calles y sus oficinas gubernamentales parecen estar en proceso de desaparición. Su otrora “downtown” adorable es ahora un verdadero pueblo fantasma donde sólo se multiplican armerías y centros de préstamos y empeño.

El discurso que ha manejado el gobierno de Texas recientemente y la convicción que existe entre su población es que el dinero asignado a gran parte de los condados del Estado para construir más infraestructura, apoyar la seguridad social y el renacimiento de la actividad comercial se ha tenido que desviar por parte del gobierno federal a la construcción del muro, al establecimiento de medidas migratorias más severas, al entrenamiento de unidades especiales de la patrulla fronteriza e, incluso, en Texas se han creado grupos de donación y aportaciones económicas para detener al flujo migratorio.

Ésa es la narrativa que abunda desde hace varios meses en las ciudades fronterizas de Estados Unidos para explicar la falta de empleos, los recortes a servicios públicos y urbanos, incluso las huelgas de servicio de limpieza y que potencia el odio contra los inmigrantes que han llenado los centros de detención, las garitas migratorias y los espacios de espera para ser retornados mediante deportación.

Es la explicación que seguramente llegó a escuchar Patrick Crusius, autor de la matanza en la Plaza Comercial de Cielo Vista, la que concentra en su mayoría a extranjeros procedentes de Ciudad Juárez y la capital chihuahuense, mucho más con la temporada vacacional, en fin de semana y en hora del almuerzo,  con la particularidad de considerarse un centro para consumidores de mayor nivel de ingresos que su competidora, Las Américas, en la parte oriente de El Paso.

La matanza de El Paso llega justo unos días después de que un juez federal ordenó al gobierno estadunidense que continúe aceptando solicitudes de asilo de todos los migrantes que llegan a los Estados Unidos y cumplen con los requisitos para solicitar esa medida de protección. Una decisión que frena el último intento del presidente Donald Trump para detener el flujo de migrantes que cruzan la frontera sur, pero que no frena la propagación de odio contra esas comunidades.

Las muestras de racismo desde los órdenes de gobierno en Texas fueron menospreciadas. Por ejemplo, cuando Nuevo México y Arizona aprobaron en sus leyes el inglés como idioma oficial y la aplicación de sanciones en colegios, centros de trabajo y espacios públicos a todos aquellos que hablaran otra lengua, pocos fueron los miembros de la sociedad que protestaron. En California, en cambio, una propuesta similar logró ser retirada con las movilizaciones de la sociedad civil y en Texas, donde tampoco prosperó, las autoridades argumentaron que era una clara muestra de que no compartían los grados de discriminación que había en otros estados.

No obstante, la discriminación, el racismo y el rechazo migrante en Texas, apenas en 2017 hizo que Universidades Texanas retiraran de sus campus estatuas relacionadas con sus héroes confederados para evitar que fueran adorados por grupos radicales de supremacistas blancos como ícono de violencia por la supuesta defensa de la federación estadunidense.

Pero no sólo es el discurso. Son los hechos. En las ciudades de la frontera sur de Estados Unidos, a partir de la utilización de la política migratoria como elemento prioritario de campaña de Donaldo Trump y los conservadores, la presencia policiaca y las medidas de revisión han hecho que el paso entre Ciudad Juárez y El Paso llegue a tardar hasta 12 horas, que cientos de personas no alcancen a llegar a sus trabajos o a sus centros de estudio, pero todavía peor, que el comercio terrestre se detenga hasta cuatro días para una revisión.

Vivir en la frontera con los Estados Unidos obliga al aprendizaje de diversos mecanismos de convivencia, comunicación y negociación. Desde muy pequeño, se conoce lo que hay “allá” y “aquí” no; de joven, es necesario entender el idioma y particularmente algo del complejo sistema judicial estadunidense que suele aplicarse rudamente contra residentes del otro lado y después, sólo se puede sobrevivir como parte del sistema de producción y a la cultura financiera de crédito, consumo y “aseguranzas”.

La gente sabe cómo convivir, pero la aplicación de medidas intrusivas al propio ambiente de convivencia social es el principal generador de la tensión, la violencia y, sin duda, de tragedias como la sufrida este sábado. Qué indignación que los muertos de ambas naciones sean producto de una campaña electoral y de una política comercial.