Opinión

Violencia en el capitolio

Violencia en el capitolio

Violencia en el capitolio

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Las imágenes son impactantes: una masa de fanáticos tomando el miércoles 6 de enero por asalto el Capitolio, sede del Congreso de los Estados Unidos, en el momento en el que los legisladores sesionaban para certificar la victoria de Joe Biden en las elecciones del 3 de noviembre. La asamblea tuvo que ser interrumpida: representantes y senadores fueron evacuados de la sala de debates, acompañados por guardias de seguridad. La turba entró en tropel e hizo destrozos en el edificio. Aquello se volvió un caos: cuatro personas resultaron muertas, hubo incontables heridos, tanto de la parte de los rijosos como de la policía; dentro del recinto parlamentario las fuerzas del orden tuvieron que lanzar gases lacrimógenos para tratar de contener a la multitud.

Previamente Donald Trump había llamado a realizar un mitin en las afueras de la casa blanca, situada en el National Mall. Asistieron decenas de miles de sus seguidores. Allí insistió (sin fundamento alguno) que había sido víctima de un “fraude electoral” y que Biden iba a ser ratificado, en esos momentos, como su sucesor por el Congreso; le pidió a la gente, allí reunida, que caminaran por la Avenida Pensilvania hasta llegar al Capitolio: “Para apoyar a nuestros legisladores que se oponen a que se consume el atraco.” Una evidente y descarada incitación a la violencia que pocos minutos después se consumó. La intención era interrumpir la sesión para que Joe Biden no fuese declarado, formalmente, como el presidente número 46 de los Estados Unidos.

En su desesperación, Donald Trump había presentado 60 demandas por supuestas irregularidades en los comicios: todas fueron rechazadas. Incluso, su alegato llegó hasta la Suprema Corte de Justicia. Con todo y que los ministros más recientes han sido seleccionados por él (incluso los llama “mis ministros”), esta instancia rechazó su querella.

En un movimiento desesperado presionó a Mike Pence, vicepresidente en funciones, quien, por ley es el presidente del Senado de la Unión Americana y quien, por tanto, debía encabezar la sesión para ratificar los votos de los colegios electorales de los estados; 538 en total. De acuerdo con a la norma jurídica, a Pence únicamente le toca desempeñar una función protocolaria; pero Trump insistió en que podía anular el conteo y declarar a Trump como el ganador de la contienda. Pence no se prestó a semejante despropósito.

Una vez que las fuerzas del orden recuperaron el Capitolio se reanudó la sesión; en la madrugada de ayer jueves 7 de enero, Joe Biden fue reconocido como presidente electo de los Estados Unidos. La toma de posesión (Inaugural Day) será el 20 de enero.

Joe Biden, desde su cuartel general, en Wilmington, Delaware, declaró al día siguiente de los lamentables acontecimientos registrados en Washington D.C.: “No fue un alboroto; no fue una protesta; no los podemos llamar manifestantes. Era una caterva de agitadores, insurgentes, terroristas domésticos.” Biden culpó a Trump de “intentar usar a esa muchedumbre para silenciar las voces de casi 160 millones de estadounidenses” que emitieron su voto el 3 de noviembre.

Quien fuera vicepresidente durante el gobierno de Barack Obama, resaltó el comportamiento de Trump quien no ha usado el poder para procurar el interés general, sino para satisfacer sus intereses personales y grupales; ha hecho de la mentira y la manipulación un recurso sistemático. Asimismo, Biden recordó que la democracia es el imperio de la ley y que, en consecuencia, el poder debe subordinarse a la norma jurídica. En cambio, lo que ha hecho Trump es burlarse permanentemente de la ley y proceder según su propia conveniencia.

En su primer mensaje como presidente electo, Biden recordó que uno de los elementos fundamentales de la democracia es la prensa libre. El problema es que Trump llamó a la prensa crítica, que no simpatiza con sus posturas, “el principal enemigo del pueblo norteamericano”. Y agregó: “eso es propio de las dictaduras” donde se hostiga o está prohibida la libertad de palabra y de expresión. Es lo que sucede, lo dijo textualmente, en regímenes como el de su amigo Vladimir Putin.

El daño que ha hecho Trump a los Estados Unidos es inmenso. Sobre todo, ha polarizado a la sociedad al grado de que el 70 por ciento de sus simpatizantes creen (sin prueba alguna) que hubo fraude electoral. Eso es lo que sucede en sistemas de tipo populista: hay un distanciamiento entre la realidad y la fantasía; los seguidores del líder creen a pie juntillas en lo que dice el gobernante, como si fuese artículo de fe.

Lo sorprendente es que, con todo y el ataque que sufrió el Capitolio, que es la sede del pluralismo, la razón y el respeto por las ideas ajenas que, en resumidas cuentas, fue un ataque contra la democracia orquestado por Donald Trump, cien legisladores republicanos siguieron respaldando la versión de que había habido un fraude electoral. Entre esos legisladores está Ted Cruz, senador por Texas.

La incógnita es si el Partido Republicano (GOP) podría sacudirse la nefasta influencia de Trump y si la sociedad norteamericana será capaz de dejar atrás el trumpismo.

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